Plaza Sucre de Valencia. Fotografía de Verónica Delgado |
POR Alirio Fernández Rodríguez
«He buscado en la historia y he encontrado a Valencia», fueron palabras arrojadas al aire en 1955, palabras que permanecen todavía hoy. Las pronunció José Rafael Pocaterra, el valenciano frontalista, durante la celebración de los cuatrocientos años de la ciudad. Así lo recoge Eumenes Fuguet Borregales en un artículo titulado José Rafael Pocaterra, gloria valenciana. La evocación del escritor esconde, al menos, dos asuntos de interés. Por un lado, hay que reconocer que al asomarse a la historia de Venezuela, Valencia brilla con protagonismo singular; pero por el otro, aparece orgulloso el peso afectivo de la ciudad natal en el hombre.
A Valencia, la Batalla de Carabobo le ha merecido el epíteto de «el lugar donde nació Venezuela». Además de haber sido capital del país en varias ocasiones, desde las guerras de independencia ha tenido importante presencia en el desarrollo histórico nacional. Es magnífica la historia de la capital carabobeña, son intachables los nombres de hombres y mujeres que lograron el reconocimiento histórico. Esta ciudad venezolana ubicada en el centro del país, ha sido reconocida como «la ciudad industrial» de la nación, construyendo un parque industrial que fue referencia para el continente, grande y encomiable es la tradición laboriosa de empresarios y gerentes formados en grandes universidades, también valencianas.
Pero si insistimos en destacar solamente estos aspectos, de innegable interés, pudiéramos estar dejando de lado un factor clave para la ciudad, ese universo de almas inscrito en el anonimato: su gente. Es imposible saber cuáles fueron las manos que pusieron la primera, la décima o la millonésima piedra de Pompeya o de la Gran Muralla China o de cualquier gran obra del ingenio humano. Pero sin esas voluntades innominadas por la historia, sin esa acción -quizá pequeña- de cada uno, la totalidad de la obra sería pura ilusión. Así como esas grandes obras, Valencia, a 467 años de su fundación, el 25 de marzo de 1555, permanece y es celebrada por moradores y visitantes que siguen insuflándole vida a la ciudad con sólo mirarla, caminarla, ser y estar en ella. Hoy nos acercamos gustosos a la Valencia Señorial.
La historia de los orígenes entre calles ruidosas
Hay que reconocer que es en el Centro Histórico de Valencia donde más se manifiesta el gran dinamismo la vida ciudadana de la capital carabobeña. Allí todo gira en torno a actividades propias de la vida civil y comercial, pero además, es un espacio que alberga edificaciones fundacionales que alojan la memoria local. Puede decirse que desde El Centro y sus alrededores se obtiene una visión de la ciudad, si no completa, muy profunda y cercana a su devenir cultural urbano. Desde ese lugar de los orígenes, en la Plaza Bolívar, se puede conseguir un acercamiento polifónico a la valencianidad.
Sobre el origen de la fundación de Valencia todavía la historiografía no ha logrado establecer la fecha exacta, aunque ha sido aceptado el 25 de marzo de 1555 como día más probable de su nacimiento, sin que algunos historiadores insistan, con razón, en que no es correcto siquiera establecer el año, pues, no existe documento fundacional. Sin embargo, de lo que no hay duda es que en torno a la actual Plaza Bolívar se fundó, a inicios de la segunda mitad del siglo XVI, la Nueva Valencia del Rey. Sobre esto, el historiador carabobeño Torcuato Manzo Núñez (1981), señala:
Nuestra opinión con respecto a la fundación de Valencia es que esta no se hizo con la ceremonia ritual de aquellos tiempos que comprendía acta, nombramiento de cabildo, reparto de encomiendas y solares, el árbol de la justicia en la plaza y la cruz mirando al cielo. Ni en un día determinado. La ciudad se fue formando “De Hecho”, cerca del hato fundado por Vicente Díaz con el ganado que mudó de Borburata, por no caberle ya en aquel reducido recinto. (p. 45)
Asimismo, aunque no se persigue aquí entrar en debates sobre rigor histórico, es pertinente anotar que existen otras relevantes posturas sobre la fecha y fundador de la Nueva Valencia del Rey. Entre estas, la del Hermano Nectario María Pralón (1888-1986), quien asegura que la ciudad fue fundada en diciembre de 1553 por Alonso Arias de Villasinda; o no menos importante, la del tercer obispo de Valencia, monseñor Gregorio Adam (1937-1961), conocido estudioso del origen histórico de la ciudad en la que nació, quien defendía que “Valencia tuvo como fundador al capitán Alonso Díaz Moreno y como cofundador al licenciado Alonso Arias de Villasinda, y como fecha de fundación incuestionable, el 25 de marzo de 1555”. (Weidner, 2014, s/p).
De esta manera, el espacio geográfico en el que se fundó Valencia está constituido por lo que actualmente es la Plaza Bolívar, epicentro de la ciudad, cuya aparición se fecha en 1555 y consistió en un espacio cuadrilateral en torno al cual se construirían las edificaciones que conformarían el asentamiento poblacional en ese siglo XVI. Al principio, se le llamó Plaza Mayor, posteriormente se conocería como Plaza del Mercado, debido a la vida comercial que se fue estableciendo allí. Finalmente, por disposición del presidente Antonio Guzmán Blanco, se iniciaron trabajos de remodelación en 1887 y dos años más tarde, el 24 de junio de 1889, se reinaugura como Plaza Bolívar de Valencia.
Actualmente, la Plaza Bolívar constituye todavía el centro de la vida comercial y ciudadana valencia, extendiendo su influencia hasta la Av. Cedeño, límite Norte del Centro Histórico de la ciudad y donde inicia la Av. Bolívar Sur, a la cual se llega a través del Boulevard Constitución, donde los peatones se mueven a sus anchas bien para hacer compras, pasear, acudir a instituciones públicas o centros privados configurando así la vida diaria del valenciano.
Asimismo, al este de la Plaza Bolívar, en la Av. Urdaneta con calle Colombia está ubicada la Catedral de Valencia, cuyo nombre oficial es Basílica Catedral Nuestra Señora del Socorro, la cual nació como Iglesia Parroquial a finales del siglo XVI. Sobre la construcción de la primera iglesia se conocen pocos detalles, aunque como bien refieren Atiénzar y de Atiénzar (2017) “se tienen evidencias de su realización, porque fue muy dañada por un terremoto el día de San Bernabé, el 6 de junio de 1641. Sobre estas ruinas se comenzó la segunda edificación, ordenada por el Cabildo Eclesiástico de Caracas.” (p. 72). De este modo, se construiría la tercera iglesia a finales del siglo XVIII, mejor terminada y más duradera:
De esta Iglesia Matriz se mantiene actualmente la planta basilical de tres naves, los muros perimetrales de mampostería, dos bóvedas de las capillas de la cabecera y la gran cúpula sobre el presbiterio. De igual forma, se conservan otras piezas de este edificio, como escaleras, pilares y arcos, los cuales se habían perdido en sucesivas modificaciones y fueron encontrados dentro de los muros. (Atiénzar y de Atiénzar, 2017, p. 72).
También es importante destacar un curioso dato histórico y es que el Gral. Pablo Morillo, jefe realista, durante 1818 habiendo ocupado Valencia, dispuso la recuperación y remodelación de la iglesia, dándole el acabado arquitectónico que hoy conocemos, aunque la última intervención se realizó en 1942. Actualmente, este edificio deja ver su historia entre muros y pilares tapiados por paredes de ladrillos que sirvieron de recubrimientos para las nuevas construcciones que se han dado con el tiempo.
De este modo, tenemos en el Centro Histórico de la ciudad a la Plaza Bolívar y la Catedral de Valencia como espacios que albergan la vida pública y espiritual de toda una ciudad. La calle Colombia, antes llamada calle Real, por la que se entraba a la ciudad (de este a oeste) en la época colonial, es una calle siempre abarrotada de gente y que pasa al lado de la Catedral y al sur de la Plaza Bolívar y donde es posible encontrar otros espacios importantes, históricamente hablando.
Caminando por esta calle, después de pasar la plaza, se llega a la Casa de la Estrella, que data del siglo XVII y fue concebida como hospital; también está la Casa Páez, que fue domicilio de José Antonio Páez desde 1830 y contiene pinturas de las batallas en que él participó y que fueron hechas por Pedro Castillo, abuelo de Arturo Michelena. Pero, adicionalmente, desde este espacio fundacional, es posible, a lo largo de la calle Colombia, ir a pie hasta la Plaza Sucre o hasta la antigua sede de la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo, actualmente convertido en Centro de Interpretación Histórica, Cultural y Patrimonial de la misma universidad. Quedan otros espacios importantes por mencionar y a los que usted queda, amablemente, invitado a conocer.
Breve encuentro con la valencianidad
Parece un arte imposible poder precisar el modo de ser de ciertas gentes que comparten un espacio más o menos definido, eso que pertenece a todos y a ninguno, a la vez. La ciudad es por excelencia ese espacio vital humano donde se configura la totalidad de las búsquedas. No es difícil imaginar, entonces, cuánto pudieron admirarse oriundos y forasteros al ver a Roma, Teotihuacán o Machu Picchu, convertidas en el cosmos propio, por sólo nombrar algunas urbes históricas.
Es verdad que se siente orgullo y honra al decir, por ejemplo, que Arturo Michelena o Elisa Lerner representan la valencianidad. Pero tal apreciación no alcanza para nombrar la Valencia profunda que encarnan miles de hombres y mujeres anónimos que caminan la ciudad a diario, gente desconocida que gobierna la vida urbana. Por esta razón, intentando un acercamiento íntimo con la Valencia que cumple hoy 467 años, decidí buscar a una mujer orgullosamente valenciana y desconocida para muchos, hasta hoy.
Ella es Verónica Delgado, es profesora y fotógrafa aficionada, nacida en la Nueva Valencia del Rey y criada ahí. Yo la conocí hace un par de años a través de las redes sociales, sus fotos de El Centro de la ciudad y mi necesidad para un trabajo de investigación, me llevaron a contactarla. Fue muy amable entonces y lo sigue siendo ahora, he aquí un rasgo poco reconocido al valenciano. Aquella vez que hablamos, Verónica me explicó el motivo de esas fotos que tanto me gustaban y que tanto me sirvieron. Ella es parte de la Fundación Más Valencia, un grupo que dirige Eduardo Monzón y que hace recorridos guiados, y gratuitos, por el Casco Histórico de la ciudad. Si pueden asistir alguna vez, no creerán la ganancia que hay en todo lo que van a descubrir.
“Mira, yo defino Valencia como una ciudad ideal, ya que desde su fundación ha sido un sitio apto, gracias a sus suelos, clima agradable, potencial agrícola, la cercanía del río; todo eso hizo posible el inicio de un poblado”, me dice Verónica, orgullosa.
Cuando le pregunto qué es lo que define al valenciano, me dice que “quizá la valencianidad ha cambiado un poco, no sé si porque (con la Fundación Más Valencia) estoy ya inmiscuida en conocer la historia de la ciudad, percibo ese cambio de concepto de la valencianidad, pero veo un sentido de pertenencia, ese deseo de que la ciudad crezca y avance, conociéndola, sus inicios, cómo se fundó, cada historia, eso hace querer más la ciudad”.
La labor de Verónica Delgado, en la fundación, es hacer recorridos guiados y gratuitos a grupos de personas que quieren conocer la ciudad. A través de las redes sociales se publica una fecha y hora de recorrido por la Plaza Bolívar, la Catedral y demás espacios históricos, la gente llega y apenas comienza a caminar se da el encuentro con su identidad a través de la memoria histórica.
Verónica, ante mi pregunta sobre cuál sería el lugar más importante del Casco Histórico, me dice “mira yo considero la Catedral de Valencia como el más relevante, porque fue la primera edificación y su historia está muy relacionada con la fundación de la ciudad. Claro también está la plaza, yo me imagino esa plaza en el momento de la fundación de la ciudad, porque se llamaba Plaza del Mercado, mucha gente, tarantines, ibas al mercado y comprabas, esa energía se percibe todavía”.
“Es verdad que falta mucho por hacer en esta ciudad, aunque yo destacaría cierto mantenimiento del Centro Histórico. Esa preservación de estos espacios es importante, casas y fachadas históricas de la entrada a Valencia que están en deterioro y, pues, como te dije hay que conocer las cosas para apreciarlas. Esto hay que rescatarlo”, me dice Verónica sobre este espacio de los orígenes de Valencia.
Al despedirme de Verónica, rememoro ese espacio dominado por plazas, iglesias, colegios, casas antiguas, conventos; todo a lo largo de la calle Colombia, la calle Real por la que los primeros pobladores del siglo XVI abrieron camino hasta El Centro para fundar la plaza en la que todos se encontrarían y se siguen encontrando hoy.
El sueño detenido de la ciudad industrial
La pequeña fortuna que el inasible tiempo concede quizá está en la imposibilidad de la permanencia. No puede estar siempre de pie la ciudad gloriosa, pero tampoco será eterna la ciudad arrasada. Hay además entre ciertas gentes una disposición particular para resistir las peores épocas, aunque estas sean largas y pesadas.
La ciudad de Valencia, la poderosa capital carabobeña, siempre apareció sofisticada y puntera en las posibilidades de desarrollo y progreso del país, aún hoy parece contener ese signo, aunque inevitablemente disminuido por la oscurana roja con que se abrió el siglo XXI venezolano.
No es ya la ciudad pujante en cuyas autopistas se ahogaba el tráfico entre cornetas y sirenas, en las que eran incontables los vehículos de transporte pesado que llevaban y traían casi todo lo que el país entero requería del sector industrial. Esta es una verdad amarga, pero, si se observa aguzando los sentidos, es también una lección importante que algo nos está señalando, a los valencianos, al país.
La Valencia que hasta hace nada pareció una vorágine para los suyos, valencianos imbuidos en miles de búsquedas y promesas cercanas, está ahí, pero sometida a una calma terrible que nunca antes se había visto. Es una calma de ser herido y enfermo, pero también de un ser absolutamente vivo. Cuando la ciudad renuncia se sabe por la forma en que camina toda su gente, por el saludo ausente y la mirada perdida. Ninguna de estas malas señales aparece en la Valencia hoy.
Una caraqueña, ahora en el exilio, que se mudó a Valencia siendo una niña, me dijo que “el azul del cielo y la luz en Valencia no la hay en otras partes”. Y yo creo que con esos elementos, cotidianos y valencianos en esta porción de tierra, aún a falta de mucho más, puede siempre mantenerse vivo cualquier ser, incluso uno tan complejo como la ciudad, que es millones a la vez. Hay que decirlo, se ha detenido el sueño de la ciudad que iba a ser Valencia, así que toca seguir imaginando.
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