A QUIENES ESCRIBEN POR OTROS LOS LLAMAN NEGROS. EN INGLÉS, FANTASMAS. GENTE QUE NO EXISTE
Gente que no existe. El mundo les hace la cobra a los espectros. Tengo la prueba en la mano. Ocurrió en vísperas de Sant Jordi. Acudí a una comida de la industria. Me presentaron, como si jamás nos hubiésemos visto, a un autor al que le reescribí un libro entero. Saludó con distancia y se marchó, evitándome. A quienes escriben en nombre de otros los llaman negros; en inglés, fantasmas. A fin de cuentas, espectros. En algún momento de nuestras vidas, los contratados para estos asuntos somos gente que va de paso, que se destiñe, que se deja su voz en la de otro. Uno se hace negro por dinero y desesperación. Ser otro, por tres monedas. Un ejercicio, un trámite. Ese instante fugaz del desplante, de ser negado por aquel al que has escrito, entraña una secreta y oscura humillación. Es como volver a estar de rodillas ante el teclado de fin de mes. Se vuelve uno un atrezo, un posible delator, un posible desertor. La situación está tiznada de traición: dar por hecho que desvelarás el pacto de tu negritud y fantasmagoría.
Es un 'striptease' hasta los huesos, una forma de tiritar de frío y vergüenza. Ser una marca blanca, un sucedáneo. Nadie se haría un selfi con productos de Hacendado. Se acepta porque no hay nada más y porque, si toca, se baila con la baldosa floja de un viaducto. Ya lo dijo Marilyn: los puentes son bellos porque suponen el lugar idóneo desde donde caer al vacío. En ese trance que separa una distancia de otra, el impostado reniega y el fantasma calla, o al menos disimula, desde su ultratumba. El autor da carpetazo, evita, clausura, olvida, desprecia. Quien solo sabe usar las palabras para ganarse la vida incurre en este y otros asuntos. Hacerse pasar por alguien más es la única y más exacta forma de ficción: hablar por otro, simular lo que su miedo o su pereza no le permiten contar. Ser negro es partir desde el cero propio y el ajeno. Ser un fantasma exige miedo, vértigo. Ese desierto merece respeto o, al menos, un saludo con buena educación.
Es un 'striptease' hasta los huesos, una forma de tiritar de frío y vergüenza. Ser una marca blanca, un sucedáneo. Nadie se haría un selfi con productos de Hacendado. Se acepta porque no hay nada más y porque, si toca, se baila con la baldosa floja de un viaducto. Ya lo dijo Marilyn: los puentes son bellos porque suponen el lugar idóneo desde donde caer al vacío. En ese trance que separa una distancia de otra, el impostado reniega y el fantasma calla, o al menos disimula, desde su ultratumba. El autor da carpetazo, evita, clausura, olvida, desprecia. Quien solo sabe usar las palabras para ganarse la vida incurre en este y otros asuntos. Hacerse pasar por alguien más es la única y más exacta forma de ficción: hablar por otro, simular lo que su miedo o su pereza no le permiten contar. Ser negro es partir desde el cero propio y el ajeno. Ser un fantasma exige miedo, vértigo. Ese desierto merece respeto o, al menos, un saludo con buena educación.
ABC
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