Marco Aurelio fue un emperador del Imperio Romano. (Captura de pantalla) |
Algunas cosas está en nuestro poder, otras no. Saber distinguirlas es el secreto de la felicidad
Lo que afecta a los hombres no son los hechos, si no sus opiniones acerca de los hechos. Esa frase la dijo un esclavo cojo, pobre y sin educación, llamado Epicteto, allá por el año 100 de la era cristiana.
Casi dos mil años después -el 9 de setiembre de 1965- el piloto norteamericano James Stockdale fue derribado y capturado en Vietnam. En tierra lo apalearon, le rompieron una pierna y lo metieron en una jaula oscura.
Los siguientes once años -fue liberado en 1976- Stockdale los pasó encadenado, torturado, desfigurado, garroteado, peleó su comida a las ratas, comió inmundicias y sobrevivió. ¿Cómo? Gracias al estoicismo.
En el camino quedaron los optimistas, quienes dijeron: “En Navidad nos vamos; pasó Navidad. Será en Pascua, y se fue. Seguro que para Acción de Gracias y tampoco sucedió. Murieron con el corazón roto.”
Confundieron -dijo el aviador- la confianza con la “disciplina para enfrentarse a los hechos más brutales de la propia realidad, sea cual sea”.
El estoicismo le proporcionó valor para superar el dolor y la soledad; cada quien es responsable de lo que siente y de lo que piensa, así como de manejar sus emociones y distinguir lo qué depende de uno, y lo que no depende de uno.
Su innovación filosófica fue desarrollar un sistema práctico -basado en la razón- para vivir con dignidad, cultivar el carácter personal, preocuparse por los demás y la naturaleza, eliminar todo apego material, sentimental y hasta espiritual.
Esta escuela, fundada por Zenón de Citio -300 años antes de Cristo- fue influenciada por los budistas, hinduistas y persas, a raíz del mestizaje cultural -o helenismo- producido por las guerras de Alejandro Magno.
No son las cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nosotros nos decimos sobre esas cosas”.
— Epicteto
El helenismo fue un periodo de la antigüedad clásica, entre la muerte de Alejandro (323 a.C) y la de Cleopatra (30 a.C.); donde se disolvió la polis griega y comenzó un proceso de difusión mundial, hacia Oriente, de la civilización ática.
Por aquellos días, varios pensadores impulsaron cuatro tendencias: escépticos, cínicos, epicureístas y estoicos, en torno a tres búsquedas trascendentales: la amistad, la felicidad y el conocimiento de sí mismo.
Ellos dejaron de lado las tesis del intelectualismo moral de Sócrates, el idealismo de Platón, el hileformismo de Aristóteles y una serie de elucubraciones mentales que, poco a poco, se alejaron del ser humano real.
Al contrario, plantearon cuatro conceptos básicos para que las personas pudieran comprenderse a sí mismas y la situación en que vivían, sin tanta especulación.
Se trataba de la ataraxia, o imperturbabilidad; la apatheia, o autocontrol; la autarquía, o independencia; y la áskesis, el camino espiritual.
Lo verdadero y lo aparente
El término estoico deriva de la voz griega stoa, es decir pórtico; estos filósofos solían reunirse a la entrada de la ciudad de Atenas. Fue una escuela muy influyente, pero el cristianismo asumió muchas de su ideas y las opacó.
A veces escuchamos que alguien soporta con estoicismo una situación, asociando la palabra con el sacrificio inútil, la resignación, ceder ante los avatares del destino, sin darle pelea a la vida.
Eso es solo la versión simplista, porque los tres estoicos más conocidos: Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, tampoco tenían mucho de eso. Uno fue un liberto, otro un político, orador y consejero de Nerón; y el último, un emperador romano.
Todos vivieron situaciones distintas, pero las enfrentaron igual, basados en la capacidad para distinguir los bienes verdaderos como el conocimiento, las riquezas y la posición social.
Ellos lograron desprenderse de los bienes materiales innecesarios para vivir conforme a la naturaleza, lo cual consistía en guiarse por la razón y evitar que las emociones o los sentimientos controlaran la conducta personal.
Así, al cortar esos lazos de dependencia, mediante el autocontrol y la autonomía, el individuo adquiere libertad y alcanza la eudaimonía: la felicidad.
No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea”
— Séneca
Esta no es un lugar al cual llegar; la felicidad consiste en asumir el control de la vida, no dejarse llevar por las emociones -que son inestables- y llevar una existencia basada en la serenidad ante las situaciones adversas y las propicias.
Por eso la esperanza carece de sentido; hay que aceptar la realidad tal como es, sin paños tibios, sin lástima hacia uno mismo, porque es lo que hay; los hechos son como son y hay que aceptarlos. El dolor fortalece el carácter.
Sabiduría antigua para el mundo moderno
En su libro Cómo ser un estoico, el filósofo Massimo Pigliucci sostiene una conversación ficticia con Epicteto, el esclavo romano que inspiró al emperador Marco Aurelio y aporta varios consejos para ser feliz.
Lo primero es examinar nuestras reacciones ante los hechos, dar un paso atrás y analizarlos mediante la razón, sin dejarse llevar por las emociones.
También, es importante recordar la fugacidad de las cosas; no solo los objetos si no las personas; en cualquier momento podemos perder a las personas que amamos: pareja, hijos, padres, hermanos. Nadie nos pertenece.
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Otro consejo es tener un plan para reaccionar ante situaciones imprevisibles y que nos puedan incomodar.
Debemos comprender que cada desafío en la vida es una oportunidad para mejorar, autosuperarnos y convertirnos en una persona mejor, gracias al autocontrol mental.
Nadie debe tener éxito en provocarnos; ante situaciones problemáticas lo primero es hacer una pausa y respirar hondo, para considerar el asunto sin pasión.
Los insultos deben ser recibidos con buen humor y, sobre todo, con resistencia, para revertir su efecto.
“Cuando despiertes en la mañana, di a ti mismo: la gente con la que hoy trataré serán entrometidos, ingratos, arrogantes, deshonestos, celosos y maleducados. Son así porque no pueden distinguir el bien del mal”
— Marco Aurelio
Hay que colocar los hechos en su justa perspectiva, no hay una conspiración universal contra nosotros; debemos evitar la victimización, la autoflagelación y nunca contar nuestras miserias personales.
Por eso hay que hablar poco y bien; huir de las opiniones. Evadir los chismes y menos juzgar a los demás, porque nadie conoce las intenciones de cada quien.
Y si hablar mal de los demás -en especial de los ausentes- es muy feo, todavía es peor exaltar los logros personales y darle rienda suelta a nuestro ego y a la maravillosa persona que creemos ser.
La buena compañía es esencial; la vida es un viaje, es más entretenido si lo hacemos con las personas adecuadas, aquéllas que son como un espejo para reflejar el alma.
Al final del día debemos evaluar la jornada, revisar los actos y preguntarnos: ¿Qué hice bien? ¿Qué hice mal? ¿Qué puedo hacer mejor?, porque cada uno pierde la vida que vive y vive la vida que pierde.
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