A diferencia de las pinturas que cuelgan en una galería, usted es una obra de arte hecha por Dios.
¿Alguna vez estuvo afuera, en una noche oscura y con un cielo despejado, y se sintió maravillado por la grandiosa exhibición de la creación de Dios? ¿O tal vez la gran variedad de vida vegetal y animal le ha dejado admirado por la creatividad y la sabiduría del Señor? Sin embargo, por más admirables que sean estas cosas, nada se compara con la corona de su creación —el ser humano. Esto es así, porque solamente nosotros hemos sido hechos a su imagen, y cada uno de nosotros es único.
Dios no solamente nos creó físicamente, sino que también, a los que hemos sido salvos por medio de la muerte y resurrección de Jesús, nos hizo nuevas criaturas en Cristo (2 Co 5.17). Además, Efesios 2.10 dice: “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús”. Para mí, la palabra hechura significa “obra maestra” o “algo de valor y excelencia trascendentales”.
Ahora bien, es posible que usted se sienta más como un desastre que como una obra maestra, pero desde la perspectiva de Dios, usted es una obra de arte. Incluso si cree que no vale nada, o se siente rechazado, esta verdad debe sustituir sus sentimientos. Una vez que entienda lo precioso que es usted para el Señor, su actitud, su manera de pensar y su conducta, comenzarán a estar en consonancia con esa verdad.
El pecado es probablemente la razón más común por la que no sentimos que somos una creación maravillosa de Dios. Pero solo porque hayamos caído en la tentación, no quiere decir que seamos una basura. Seguimos siendo hechura del Señor, pero necesitamos ser limpiados. Cuando viajo al extranjero, me gusta visitar los museos. Por el deseo que tenía de ver una obra de arte que había admirado anteriormente, volví a cierto museo, pero descubrí que la pintura ya no estaba. Le pregunté al encargado dónde estaba la obra, y me respondió que estaba siendo limpiada. ¿El hecho de que estuviera sucia la hacía menos una gran obra de arte? No. Seguía siendo valiosa porque su valor estaba determinado por la mano del artista.
También debemos recordar que cada uno de nosotros es un proyecto en desarrollo que no estará terminado hasta que Cristo venga para llevarnos a nuestro hogar celestial (Vea Fil 1.6). Sin embargo, hasta que llegue ese día, debemos ser un reflejo de su carácter, de su amor y de su compasión. En otras palabras, somos una imagen andante de su gracia en bien de los pecadores, y de su poder para transformar todas las cosas. Y a medida que transcurre nuestra vida cotidiana, debemos recordar lo siguiente:
Nuestra meta es glorificar a Dios con nuestra vida. Ninguna obra de arte se exalta a sí misma. La única razón de su existencia es la voluntad y el talento del artista. Como hechuras de Dios en Cristo, debemos ser un reflejo de nuestro Salvador viviendo para Él, no para nosotros mismos. La gloria del Señor debe ser nuestra motivación en todo lo que hagamos. Si estamos viviendo para algo diferente —incluso para cosas buenas como la familia o el trabajo— hemos escogido mal la meta.
Fuimos creados para trabajar. “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2.10). No son las buenas obras las que nos dan la salvación, porque solamente podemos ser salvos por la fe en Cristo. No nos convertimos en obras maestras por lo que hacemos, de la misma manera que un bloque de mármol no puede convertirse a sí mismo en una escultura. Solamente el Creador puede hacernos obras maestras por medio de nuestra relación con Cristo.
No nos convertimos en obras maestras por lo que hacemos, de la misma manera que un bloque de mármol no puede convertirse a sí mismo en una escultura. Solamente el Creador puede hacernos obras maestras.
Pero una vez que llegamos a ser hechura suya, somos responsables ante Dios por la manera como vivimos y por lo que hacemos. No fuimos salvos para venir a sentarnos los domingos en la iglesia, y hacer lo que queramos los otros seis días de la semana. El Señor ha ideado exactamente lo que quiere que hagamos durante nuestro tiempo en este mundo. En realidad, lo determinó todo de antemano. Desde la eternidad, Dios no solo nos eligió para que fuéramos sus hijos, sino que también hizo planes y asignó tareas específicas para cada uno de nosotros. La manera de amar y honrar a Dios, es descubrir su voluntad y vivir dentro de ella.
Dios ha puesto a nuestra disposición todo lo que necesitamos para llevar a cabo las tareas que nos ha dado. En Juan 15.4, Jesús dijo a sus discípulos que permanecieran en Él como la rama en la vid. Cuando permanecemos en Cristo y le obedecemos (v. 10), su vida fluye a través de nosotros como savia, y nos volvemos fructíferos. Al reconocer que necesitamos el poder que proviene de Dios, el Señor Jesús nos da al Espíritu Santo como Ayudador (14.15-17). Y el Espíritu, a su vez, nos da dones espirituales que nos permiten hacer las obras que Dios ordenó (1 Co 12.7-11). Además, la enseñanza, la amonestación, la corrección y la instrucción de las Sagradas Escrituras nos preparan para lo que estamos llamados a cumplir (2 Ti 3.16, 17).
Pero ¿cómo puede usted descubrir lo que Dios quiere que haga? En primer lugar, debe entender que la voluntad del Señor se aplica a todos los aspectos de nuestra vida, no solamente a nuestro trabajo en la iglesia. Por ejemplo, nuestra comunidad es más que simplemente un lugar para vivir; es un campo misionero donde podemos servir al Señor con nuestras habilidades, actitudes y testimonio. Por eso es importante pedirle a Dios orientación antes de mudarse a otro lugar. Lo que parece ser una buena oportunidad, puede tal vez no ser el plan que tenga en mente para usted.
Como hechuras de Dios en Cristo, debemos ser un reflejo de nuestro Salvador viviendo para Él, no para nosotros mismos.
Los roles que desempeñamos en nuestra familia son otras maneras de servir a Dios —ya sea criando a los hijos, cuidando de nuestros padres ancianos o siendo de influencia para nuestros nietos. Todas estas cosas son parte de la buena obra que Dios nos ha llamado a realizar. Cuando ponemos en práctica el amor de Cristo con los amigos, los compañeros de trabajo, los hermanos en la fe, o con los extraños, también estamos siguiendo sus pisadas.
No hay necesidad de preocuparse e inquietarse buscando la voluntad de Dios. Estoy seguro de que Él nos dará orientación específica, clara y directa si se la pedimos. El Señor dice en Salmo 32.8: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar”. Dios no está tratando de ocultar su plan para nuestra vida. Si andamos en obediencia a Él, nuestro Padre celestial nos lo revelará de acuerdo a su tiempo perfecto.
Llegará el momento cuando lo que hayamos hecho durante nuestra vida terrenal será puesto a prueba por el fuego de Dios. Según 1 Corintios 3.9-15, algunas de nuestras obras serán sin valor, como madera, heno y hojarasca, pero otras, como el oro, la plata y las piedras preciosas pasarán la prueba del fuego. Estas son las obras que serán dignas de recompensa. Nadie querrá estar en el juicio, mirando un montón de cenizas por no haber aprovechado las oportunidades y los dones espirituales que les fueron dados. Pero imagine el gozo que sentiremos cuando sepamos que invertimos nuestra vida para Él, y que se nos dio el privilegio de inclinarnos en humilde sumisión ante Aquel que nos creó. Ahora bien, eso es lo que una obra de arte está llamada a hacer.
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