Arturo Peraza retratado por Alfredo Lasry | RMTF |
POR Hugo Prieto
¿Qué significa esperanza para los venezolanos en estos momentos? Vista, además, desde la espiritualidad, la religión y la política. ¿Por qué la intercambiamos con el optimismo como si fueran lo mismo? ¿Y qué podemos aprender de la esperanza en medio de la crisis que estamos viviendo?
Quien aceptó hablar sobre este tema es el padre Arturo Peraza*. Aunque el país se encuentra descoyuntado, en el borderline de lo que sería un Estado fallido, en un momento de crisis, de oscuridad, de sufrimiento y migración, hay señales, mínimas quizás, que podrían allanar el camino para que los venezolanos encuentren un horizonte común. Es un momento donde aparecen dos figuras, en la espiritualidad y la religión un visionario y en la política, un líder. No lo vemos en estos momentos, pero ese líder, ese liderazgo, se está fraguando entre los jóvenes de una nueva generación. Seremos muchos los que no veremos el cambio, los que quisiéramos acortar los tiempos que vivimos –el sufrimiento, la diáspora, la destrucción- pero los procesos sociales son lentos. Y casi nunca los tuerce la voluntad de los hombres.
¿Podría hacer una reflexión sobre la esperanza como una noción religiosa, espiritual, pero también política?
Lo primero que se me viene a la mente es una frase del padre Mikel de Viana (recientemente fallecido). Él decía que “la esperanza no es optimismo”. Tenemos que aprender a distinguir ambas cosas. El optimismo nace del simple cálculo, la gente saca cuentas y si el resultado da positivo, pues las cosas van bien. Pero la esperanza es otra cosa. Es esa luz que se mueve en medio de la oscuridad o de la dificultad. El optimismo, a veces, trata de ocultar la realidad. La esperanza no. La esperanza revela la realidad. Pero la revela desde esa luz que se transforma en un horizonte hacia el cual tú te diriges. No necesariamente lo vas a alcanzar. Se puede parecer mucho a la imagen de Moisés, quien ve, desde la montaña, la tierra prometida. No entra en ella, pero es su esperanza. O la de Abraham, quien muere en la tierra que le han prometido y lo único que le queda es una pequeña tumba, como si fuera una semilla de una promesa que se va a cumplir muchos milenios después. Pero ambas figuras están marcadas por la misma palabra: esperanza. Y esa es una de las cosas -no es la única, la otra podría ser la utopía- que motoriza la historia. El optimismo no motoriza historias.
Tanto la esperanza como el optimismo se suelen usar como sinónimos indistintamente, pero por lo visto son cosas muy diferentes.
Este error es el que hace incurrir a los políticos, muchas veces, en la incapacidad de ver cómo mover a la gente. Porque tratan de inspirar optimismo y ese no es el problema. El problema es cómo inspirar la esperanza.
Todo esto tiene que ver con la realidad que estamos viviendo, con el empobrecimiento acelerado, la creciente desigualdad, la precariedad en muchos sentidos. Uno se entera de historias de vidas perdidas, de vidas apagadas, incluso en el suicidio, ¿Eso ocurre porque no hay esperanza?
Yo creo que llegar a la esperanza no es un tema fácil en la vida y por eso el sustitutivo engañoso que se llama optimismo. No estoy tachando al optimismo como algo negativo, esa no es la idea. Pero cuando éste es engañoso, genera frustración, lo que a su vez lleva a la desesperación y a la pérdida, justamente, de este elemento que es la esperanza. Cuando se pierde la esperanza, se pierde el sentido y el horizonte de la vida humana. A lo largo de la historia ha habido muchos momentos difíciles y oscuros y lo que estamos viviendo en Venezuela no es ni el primero ni mucho menos. Uno ubica el siglo XIX venezolano y es un momento difícil, oscuro, la misma guerra de independencia y la guerra civil -la guerra federal-, aunque después se les quiere dar un montón de lustros, Pero la verdad es que la gente no entendió hacia dónde iba la posibilidad de horizonte.
Todo esto es muy paradójico. Diría que hay elementos que combinan y que dialogan entre sí.
Hay veces en que la esperanza se va construyendo donde uno menos se imagina. Dentro del período gomecista, en medio de un silencio aparente, de una sensación de oscuridad, de poder, de sometimiento y represión; pensemos en la imagen de La Rotunda y otras que acompañan ese período, es cuando se empieza a coser la Venezuela del siglo XX, que fue absolutamente maravillosa, en la que aparecen los elementos de la modernidad, la democracia, los ciudadanos civiles. Es decir, todo eso se cocina en un proceso que no genera mucha evidencia. Desde la perspectiva religiosa, la pregunta es: ¿Dónde está Belén? En medio del sometimiento del imperio romano, con personajes oscuros que empieza a pintar Lucas en el Evangelio, aparece una estrella. Esta es la esperanza. ¿Y cuál es la esperanza? Un niño, en un lugar y en unas condiciones miserables. ¿Cómo se lee la esperanza allí? Esta es la lectura cristiana. O tienes los ojos de esos hombres, que en medio de la noche pueden mirar esa historia como un momento de posibilidad. O te queda entrampado en la muy razonable oscuridad de todas las circunstancias y de la miseria. Si te quedas allí no hay Navidad.
Realmente difícil de captar la figura de la esperanza. Primero, porque no la vemos. Segundo, porque la confundimos con el optimismo y tercero, por el significado que tiene la figura de un niño, en un pesebre (el lugar que se destina a la alimentación de los animales). Es difícil de comprender, de asir, incluso, de creer.
Claro, y allí viene el tema de cómo vivo mi vida interior, de cómo tengo, de alguna manera, ojos para mirar algo que está más allá de lo que se evidencia en el fenómeno. La esperanza es un dato que siempre está más allá del fenómeno, pero es lo que nos humaniza a todos. Voy con dos ejemplos para tratar de explicarme. El primero, que he utilizado mucho con los jóvenes, Betancourt, Leoni, Villalba, la generación del 28 en general, ellos se montan en una visión que es absurda para cualquiera de los militares de la época (los que aún tienen la imagen del siglo XIX). Delgado Chalbaud viene, poco después, en aquel intento de sacar a Gómez, bajo la versión del siglo XIX nuevamente, de invadir Venezuela en un barco, el Falke. ¿Cómo ver la intuición de una nueva Venezuela, en ese momento, en el año 28? ¿Cómo la podían ver esos muchachos que estaban encarcelados y un general que viene a hacer lo que él sabe hacer? Él cree que esa es la salida, pero lamentablemente eso es más del pasado y se enfrentó, aunque sea, incipientemente, al siglo XX venezolano.
De este descalabro, diría que lo peor es el daño antropológico que ha sufrido el tejido social, pero al paso de los años irrumpen organizaciones civiles, en los márgenes, en segundo plano, que pudieran ser las fuerzas incipientes de un cambio. ¿Es algo para tomárselo en serio?
Fíjate qué pasa: El Estado petrolero en Venezuela falleció y eso no tiene marcha atrás. La posibilidad de sostener al Estado con un mecanismo de autofinanciamiento, que puede prescindir de la sociedad civil como funcionó durante más de un siglo, es algo que sigue en la cabeza de muchos políticos. Eso no ha cambiado. Lo que sí cambió fue el país. Está emergiendo, incluso económicamente, otro Estado y otra sociedad, que se ve obligada a producir su propia riqueza, si es que quiere sobrevivir. Esa visión del Estado rentista se ha visto obligada a negociar, no por gusto o convicción, con una sociedad distinta, pequeña, incipiente, marginal. No le queda otra. Quiero insistir en esto, porque este cambio de paradigma es absolutamente esencial para entender el momento de la esperanza. Ciertamente, no lo estamos viendo con toda claridad. De facto, las relaciones de producción, para utilizar una terminología marxista, están cambiando en Venezuela. Eso que nos dicen que es una revolución, no fue nada. Pero sí lograron algo: Destruyeron el Estado. Es decir, lo inverso a lo que ellos esperaban. Hoy en día, lo que apareció, lo que está emergiendo es una sociedad civil que tiene que sostener a ese Estado.
Hemos llegado, de alguna manera, más por carambola que por cualquier otra cosa, a una aproximación de la tesis liberal, según la cual la sociedad es la que sostiene al Estado. Pero no tenemos las instituciones que procesen las relaciones, siempre conflictivas, que hay entre el Estado y la sociedad. Aquí no han encajado las piezas. ¿No estamos ante un parto inevitable?
Va a ser un parto. Por los momentos lo han tratado de manejar políticamente, lo está haciendo un grupo, cuyo paradigma está muy lejos de la realidad que tienen que vivir. Es muy paradójico, porque ellos lo produjeron. Y también produjeron como bien diría la tesis marxista, su contradictor. Y ahora tienen que negociar con ese contradictor. No les queda de otra. Ese es el poder. No estoy hablando de la negociación descontada que podría adelantarse en México, no, no, no. La negociación real está ocurriendo en otro lado. Está ocurriendo, quiéranlo o no.
Y todos los días.
Absolutamente. Claro que es una negociación, claro que es un ejercicio de fuerza, porque el gobierno quiere una cosa y el sector económico quiere otra. En medio, está la sociedad civil, que todavía no se termina de armar, de construir y que, a su vez, debería conformar una nueva estructura política, que tampoco ha aparecido. Esas nuevas relaciones apenas se están construyendo en estos momentos, son nuevas tensiones que están apareciendo y que no tienen, a lo sumo, más de 10 años. Es que uno puede ponerle cierre al Estado rentista hacía el año 2009, 2012. Es algo muy reciente.
Sí, le puedes poner cierre, pero no a la mentalidad, a la cultura rentista petrolera, por lo que está haciendo el gobierno.
Están negociando la privatización de Sidor. Esa es la noticia que apareció el pasado lunes en la prensa de Guayana. ¿Tú crees que para ellos el tema es privatizar o porque no tengo otra solución que no sea privatizar? Eso es poder, cuando no tengo otra alternativa. Lo veremos. No sé qué va a pasar. ¿Qué pasó con la protesta de los maestros? ¿Tú crees que el director de la Onapre salió porque el señor Maduro estaba convencido o porque no había otra solución? Eso es poder. Es el juego de este momento, una sociedad que tiene capacidad en algunas instancias limitadas y un Estado que tiene poder real, pero que se enfrenta a una realidad que le va a exigir, progresivamente, a que se supere. Es algo inevitable y, probablemente, esa operación se va a dar dentro del mismo chavismo, como ocurrió en España, que se tuvo que superar y convertir en liberal. Es decir, los procesos se viven dentro y es dentro donde se producen los cambios. ¿Qué es un parto doloroso? ¿Qué dramáticamente estos 30 años de transición son dolorosos, son difíciles, son oscuros, han generado muertes, migración y destrucción? Eso es lo que nos tocó vivir. Eso es verdad. ¿Qué se hace en tiempos oscuros? Se siembra.
Tampoco la oposición ha reaccionado ante esa nueva realidad. Por los episodios que cita –el aviso de la privatización de Sidor y el asunto de la Onapre-, se diría que el poder en Venezuela está en una fase inicial de disputa. Y la pregunta es: ¿Dónde está la opción alternativa al poder fáctico del Estado?
Lamentablemente, y lo dijiste antes que prendieras el grabador, la oposición está perdida en el pasado. Puede regresar, no es nada sencillo, pero no lo veo en este momento. ¿Ellos saben dónde están? ¿Saben lo que hay que hacer? Yo los percibo idos. Por ahora, ellos no aparecen ni en medio de la población ni como una alternativa. El chavismo todavía está en un proceso interno, creo que va a ser largo, complicado, no sabría decir qué tipo de modelo político va a surgir. Por otro lado, tenemos una sociedad civil que se está construyendo, que no ha emanado procesos políticos en sí mismos. Lo que emana son procesos económicos y procesos sociales. Para que eso se transforme en un proceso político, en propiedad, a mí me parece que falta mucho tiempo. Y voy a hacer una analogía, aunque sé que no te gustan: La generación del 28 tomó conciencia política 10 años después y aunque entre 1945 y 1948, ocurren cosas (llega al gobierno), en realidad toma el poder político en 1958. Yo entiendo que las analogías no gusten y a mí menos por razones de mi edad. Pero los procesos sociales, los procesos políticos, son largos, no son cortos. A mí me gustaría acortarlos, por el sufrimiento personal, por el sufrimiento de la gente que tiene que vivir momentos dramáticos. Pocaterra que en tiempos de Gómez tiene que escribir esa historia hundida, literalmente hundida y no le faltaba razón, pero él no puede mirar lo que estaba pasando alrededor de él. Al lado, pero no lo ve porque está mirando su pasado. Y no es que le falta razón, o que esté tan dolido frente al fracaso y está descoyuntado. Perdón, nuevamente, por las analogías.
Entonces, ¿La historia se repite?
No, pero nos deja algunas lecciones que nos puede ayudar a mirar, a otear el futuro, en términos, nuevamente de la palabra esperanza. Yo no estoy diciendo que esto se resuelve, que mañana sale no sé quién… No es así.
Creo que el proceso político que se va a producir será de abajo hacia arriba. Y sería bueno anotar una frase de Perón: “El pueblo marchará con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”.
Eso fue lo que pasó en la revolución francesa, lamentablemente. Tal cual y Robespierre terminó perdiendo la cabeza en esa situación. Vuelvo a insistir, el proceso va a ser un parto y el parto es complicado. ¿El país está roto, está descoyuntado? Sí, porque ha ido desapareciendo el Estado rentista y no ha sido sustituido por nada. Por eso estamos en una situación que se aproxima, en muchos sentidos, a lo que es un Estado fallido. Estamos en el borderline y lo vimos en el año 2017 y 2018. No es que hemos salido, seguimos siendo un Estado débil. Pero no hemos reconstruido el Estado. ¿Y eso que significa en concreto? El Estado son escuelas. El Estado son hospitales. El Estado son servicios públicos. El Estado es la policía y la seguridad ciudadana. ¿Quién lleva el orden en el sur de Venezuela? Los grupos armados. ¿El Estado lleva eso? No, aparece ahora como un factor más de la guerra. No es que la gente resuelve sus problemas ante un juez. No. Los resuelven ante los grupos armados. Y algo similar pasa en Apure, en Táchira, en Zulia. Venezuela es un país roto en muchos sentidos.
Contrariamente a la línea de Lenin, el chavismo no construyó otro Estado. Estamos en una encrucijada. O completamos el ciclo de un Estado fallido o los venezolanos nos sentamos a la mesa a mirar una línea de horizonte compartida.
El diálogo político es absolutamente necesario. El chavismo es poder también y no lo va a dejar de ser. Lo que significa el chavismo, el madurismo, es un tema para mí complejo. Es una suma complicada de factores, pero eso es otro tema. Adónde voy es que eso es un poder real, lo que pasa es que están surgiendo otros. ¿Cómo dialogan esos poderes para acordar un modelo que, eventualmente, tenga algún horizonte compartido? Eso sería lo deseable y lo que uno esperara que pudiera ocurrir. Algo de eso está sucediendo, pero con muchas dificultades y sin mucha claridad. Pero algo ocurre en torno a eso y hay que intentar impulsar en esa dirección, integrar además elementos democráticos, que son necesarios, dentro y fuera del chavismo. En una nueva sociedad que apenas se está delineado, con sectores que tienen distintos intereses, no siempre coincidentes. Ese es el proceso de parto, que no resulta fácil.
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*Sacerdote, miembro de la compañía de Jesús. Provincial de esa congregación religiosa. Abogado egresado de la UCAB. Doctor en Ciencias Políticas (UCV). Exdirector de la revista SIC. Actualmente es vicerrector de la UCAB (núcleo de Guayana). Defensor de Derechos Humanos. Profesor universitario de esa casa de estudios y rector del Colegio Loyola Gumilla (Ciudad Guayana).
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