1.
“Es imposible no sentir el peso de la Historia”, dice Carlos III, el nuevo rey, tras la muerte de la reina Isabel II. Un acontecimiento importante, es lo que quiere decir Carlos III.
2.
Siempre la idea de que la Historia tiene peso, peso que –aunque en modo metáfora– no puede huir de sus materiales kg, del mundo concreto y físico de donde viene, es decir: ¿de qué se habla realmente cuando se habla de peso?
La respuesta, una posible: se habla también de lo que está alrededor o por debajo: de la bruta fuerza que el bruto peso ejerce sobre las pobres cosas que intentan vivir debajo de él.
El peso, pues, puede observarse desde varios puntos, claro, como todo, y no siempre es asunto benigno y que se refiera sólo al objeto en cuestión, pesadísimo o llenísimo de levedad; lo que está por debajo o al lado del hecho histórico pesado también existe y tiene sus necesidades.
3.
Quizá muchos humanos, por ejemplo, en ciertos países centrales y masacrados a lo largo de los siglos, prefirieran una historia apática, lenta y flotante y no tan pesada como la que tuvieron que soportar. Desearían, quizá, en cambio, una Historia en forma de globo que cualquier otro sujeto, con un pequeño hilo y un nudo, pudiese llevar a donde quisiera, sin esfuerzo.
Sediento de cosas pesadas sólo lo está quien hace mucho tiempo que no carga con ellas, eso es evidente. Ya sea hablando de cajas de mudanzas llenas de libros, o hablando de gran Historia del mundo.
4.
Un pequeño desvío. ¿Qué personas te agradan más?, le pregunto a mi amigo Jonathan. Estas –dice él– así definibles en una aparente paradoja: las llenísimas de levedad. Contrapongo: la levedad nunca debe resultar de algo que se llena, sino de algo que se vacía, que se abandona. Alguien es leve porque suelta, no porque agarra –eso es evidente.
Jonathan mueve la cabeza y pide la ensalada más saludable. Para él, los argumentos son intercambio de balas como en los duelos antiguos: cada uno tiene derecho a una, luego se callan las armas y se hacen pausas de modo saludable.
La levedad, sí, esa enorme virtud infinita.
5.
“Es imposible no sentir el peso de la Historia”, dice Carlos III.
6.
La Historia, en estos días, no es algo leve, esto es un hecho –pero quizá no haya semana que no tenga este exceso siempre en modo de amenaza; ha muerto la Reina y, además de eso, en el mundo, en una punta, la historia arde, en otra punta, sin embargo, la Historia está exhausta y casi parece somnolienta. Como si la Historia fuese un organismo muy desigual en cada una de sus partes: por un lado del mundo empieza lo terrible; por el otro lado empieza a salir de la escena; en un día, la Reina muere; en el otro, Carlos III discursa y la Reina ya está muerta.
¿Cuánto tiempo tardan, en realidad, las noticias en pasar de los verbos en el presente a verbos en el pasado? Unos segunditos. La Reina muere, y ya no tiene tiempo para quedarse así, en ese acto último, unos segunditos flotando en los verbos del presente; justo, justo después allí está: la reina ha muerto, ya en el pasado, instantes después –y Carlos III ya discursa hablando con verbos sobre él mismo en el alto y Real presente.
7.
“Es imposible no sentir el peso de la Historia”, dice Carlos III.
Siempre la palabra peso: la Historia tiene peso. No se trata, pues, de que la Historia ocupe espacio o incluso tiempo, se trata de que no sea leve, es decir, de no ser algo que deja rastro en el suelo.
Pero el peso no es una cualidad absoluta, esto es evidente. Hay un peso justo, un peso que viene de la justicia, precisamente, un peso que no es exagerado ni pequeño.
Se sabe que hay cualidades de las cosas y de los humanos que quizá no tengan límites. Por ejemplo, probablemente delante de la palabra ‘bondad’ poco lugar encuentre la palabra ‘exagerada’; bondad exagerada, ¿excesiva? ¿Qué es eso? Parece una contradicción. En principio, nunca hay bondad que supere un límite cualquiera y se convierta en actividad maligna. Pero sí, la palabra ‘peso’ no es del mismo mundo que la palabra ‘maldad’.
El peso excesivo de la Historia, o de un acontecimiento, puede no tocar el suelo, puede querer seguir su camino; el peso excesivo abre agujeros en el suelo y muchas veces hace de él, antes seguro, un mundo minado que tiembla.
Por eso, cuidado con la metáfora: ¿cuánto pesa la muerte de la Reina en el vasto mundo? ¿Cuánto pesa una invasión, una guerra, un retroceso?
8.
Pensar, claro, enseguida en una posible báscula de acontecimientos: más pesado, menos, leve y muy leve. ¿Pero quién es el mercero que pesará –en lugar de provisiones u oro– hechos y acontecimientos? Si somos creyentes, quizá Dios. si no somos creyentes, estamos perdidos, es decir, medio perdidos, es decir, sin báscula o con la báscula posible de nuestra lucidez humanísima, grande y también pequeñísima.
9.
¿Cuál es el peso verdadero de los acontecimientos? Ya sea en la gran Historia, como en la pequeña biografía de los sencillos humanos –que no sean reinas ni Carlos III– humanos que son lo que son y a veces intentan ser un poco más, sólo un poquito –y eso ya es fabuloso.
10.
¿Terminar? Termino con un haiku de Masaoka Shiki:
“como una persona
el caracol levanta la cabeza
para ver más lejos”.
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