jueves, 22 de septiembre de 2022

Javier Marías ante siete cuestiones fantasmales

 POR Octavio Vinces

murió el escritor español Javier Marías. Para recordarlo republicamos esta entrevista que le realizó Octavio Vinces para la revista BuenSalvaje en enero de 2013.

Javier Marías

Javier Marías es un rey. Desde Madrid gobierna Redonda, una isla anexa a Antigua y Barbuda que recibió en herencia y cuya corte está compuesta por sus amigos, entre otros Umberto Eco (Duque de la Isla del Día de Antes), Alice Munro (Duquesa de Ontario) y Mario Vargas LLosa (Duque de Miraflores). Es miembro de la RAE, donde ocupa el sillón que dejara Lázaro Carreter tras su muerte. Lo leen miles, millones de personas en sus artículos de prensa, en sus novelas, cuentos, ensayos, traducciones. Es prolífico, genial, agudo, controversial. Seductor. Misterioso.

Javier Marías recibe premios internacionales por su obra como el Rómulo Gallegos y el Grinzane Cavour, pero acaba de rechazar el Nacional de Narrativa de España, otorgado por su más reciente novela, Los enamoramientos, y los veinte mil euros que lo acompañaban.

Quisimos hablar con él, y nos dijeron que tras la polémica del premio sería imposible. Pero alguien nos dio su número de fax. La historia termina en un archivo PDF: como si se tratara de una broma a la tecnología digital, incluía cuatro folios mecanografiados y apenas corregidos a mano. Eran las respuestas a máquina de Javier Marías.

La sensación era la de estar frente una persona de otra época. O ante un fantasma.

1. Shakespeare, Los enamoramientos, los territorios literarios. Con Los enamoramientos, su más reciente novela, Javier Marías vuelve a Madrid para contarnos que el proceso de enamorarse se presenta de las formas más inesperadas y diversas; que no pocas veces el elegido lo es en defecto de otro a quien el amante hubiese preferido; que presa del enamoramiento puede optarse por caminos sinuosos con tal de obtener el objetivo. Y que, independientemente de la distancia o del abandono, el amor tiene la capacidad de persistir y reaparecer en los momentos más impensados, tomando las formas del orgullo, de la confusión o del arrobamiento. La última vez que María Dolz vio a Miguel Deverne –o Desvern– fue también la última que lo vio su mujer, Luisa. Pocas horas después Deverne será víctima de un asesinato absurdo. Un vagabundo lo apuñala varias veces al confundirlo con el hombre que había llevado a sus hijas a la prostitución. El azar hace que Luisa entable un romance con Díaz-Varela, el mejor amigo de Deverne, y comience a descubrir sus veladas intenciones y las verdaderas causas del asesinato.

Los enamoramientos es una novela habitada por seres que evocan esos personajes shakesperianos poseedores del don de existir fuera de sus tragedias (María Dolz podría ser una especie de Hamlet femenina). Esto pasa también con otros personajes de sus narraciones. ¿No podrían ser Jaime, Jacques o Jacobo Deza, Custardoy, Tupra, María Dolz o el profesor Rico protagonistas de otras historias, en otros tiempos y otras geografías? No es difícil imaginar a Jacobo Deza, y a los miembros de su grupo vinculado con el servicio secreto británico, protagonizando alguna historia en Irak o Afganistán. ¿Ha sentido la tentación de escribir una novela ambientada en algún lugar alejado de Oxford, Londres o Madrid?

No sé qué decirle. Mis novelas no son realistas, no están demasiado «documentadas» (detesto la documentación, que lastra tantas obras valiosas en la actualidad), y en ese sentido sí, mis personajes podrían ser de otros lugares. Pero uno tiende a situar la acción en territorios que más o menos conoce y en los que se siente cómodo. Casi nunca pongo muchos detalles visuales de calles, paisajes, lugares (en la actual época, tan visual, no hace falta), pero tampoco puede uno incurrir en la más absoluta inverosimilitud. Situé un cuento largo en México («Mala índole»), pero ese era un México «mítico», que existe desde hace mucho como existe una Arabia mítica o un Lejano Oriente. Son territorios literarios, uno se instala en ellos dentro de una larga tradición, y no necesita ir a inspeccionar el terreno. Y ojalá mis seres evocaran personajes shakesperianos. Por desgracia, dudo que sea así.

2. El escritor culterano, el estilo del mundo, la suerte existe. Javier Marías es un escritor que requiere de lectores iniciados, a quienes recompensa con una prosa generosa en frases que se subordinan unas a otras para propiciar disquisiciones fluidas y en apariencia interminables. Se trata de un maestro en la construcción de narraciones que de ninguna manera pretenden equipararse a la palabra hablada. El escritor se convierte en un creador de lenguaje, y se niega a actuar como un mero imitador de voces.

Una idea persiste a lo largo de Los enamoramientos: «El numero de los crímenes es tremendamente mayor al de los que se descubren y de los que son penados». Finalmente, María Dolz evadirá la responsabilidad de develar las causas del asesinato de Miguel Deverne, tal vez porque el sufrimiento producido sería aun peor. De algún modo, esto parece relacionarse con el «estilo del mundo» con que el personaje de Bertram Tupra, en Tu rostro mañana, busca encontrar una explicación para los dudosos métodos empleados por el grupo secreto del que forma parte: siempre estará justificado utilizar el mal para evitar secuelas mayores, tal es la regla que rige al mundo «civilizado» y a parte de sus instituciones.

Usted ha desarrollado una obra de fuerte riqueza expresiva –o exuberancia verbal, como diría el crítico norteamericano Harold Bloom–, y cuya complejidad hace posible calificarla de culterana. Con estas condiciones, gozar de la aceptación del público aparece como una contradicción o un misterio. ¿Cuál es la clave para que una literatura de altura atrape a los lectores en una época en la que leer parece un lujo innecesario?

JM: Sí, en efecto, parece una contradicción o un misterio, y me temo que no soy yo el indicado para resolverlos. El primer sorprendido de que Corazón tan blanco se convirtiera en una novela muy vendida fui yo. Aún más estupefacto me quedé cuando, cuatro años después de su aparición en español, llegó a vender 1.300.000 ejemplares en alemán. Ningún otro libro mío se ha acercado a esas cifras, claro está, pero no puedo tener queja. Del último, Los enamoramientos, se han vendido más de 150.000 en España, y en los países en que va saliendo se ha reeditado, tres o cinco o seis veces en pocos meses. No me lo explico. Siempre he escrito sin tener mucho en cuenta eso, el número de lectores (y mis cuatro primeras novelas no pasaron de unos tres mil, desde luego). Quisiera creer que un tipo de literatura compleja aún tiene cabida en nuestras sociedades, y que mis novelas son una pálida prueba de ello. Pero no sé. Tal vez el ritmo de la prosa –eso que tantos prosistas desdeñan hoy en día– tenga algo que ver. Es el estilo –otra cosa considerada anticuada– lo que envuelve al lector y lo hace mecerse, como sucede con la música, más allá de las tramas. Las tramas duran solo lo que dura la lectura, pero las olvidamos enseguida y, una vez cerrado el volumen, casi nunca nos queda ningún eco, ninguna resonancia. Y luego, no sé, al fin y al cabo los temas que me interesan son asuntos que competen a todo el mundo: el secreto, el engaño, la traición, la imposibilidad de saber nada a ciencia cierta, la persuasión, la sospecha, la instigación, el tiempo, lo que no sucede, los muertos, nuestra relación con ellos. Si un novelista no pone en contacto al lector con las cuestiones que este normalmente ahuyenta –pero lo afectan, y le son afines–, no sé para qué diablos escribe novelas. Muchos lectores me dicen que piensan en mi compañía, a la vez que yo en las novelas, y tal vez esa sea una clave. Los políticos actuales, y la sociedad en general, procuran que se piense lo menos posible, o solo lo que la época ya piensa por nosotros, los tópicos habituales. Quizá haya suficientes personas que aún aprecian pensar por su cuenta, o en compañía de un autor. Con todo, he tenido mucha suerte, y ese es otro factor no desdeñable. Si mis novelas, tal como son, vendieran diez o quince mil ejemplares, nadie se sorprendería, sería lo normal seguramente. La suerte existe, como existen los accidentes y los malentendidos.

3. Nieto de cubana, niño en Massachussets, madrileño en Oxford, inglés en Madrid. Javier Marías nace en el madrileño barrio de Covarrubias en 1951, pero pasa su primer año de vida en los Estados Unidos, pues su padre, el filósofo Julián Marías, se traslada a impartir clases en Wellesley College luego de ser vetado por el régimen franquista. La familia vive en la casa del poeta Jorge Guillén. En el piso superior de la misma casa vive otro profesor de Wellesley: Vladimir Nabokov. Posteriormente, Marías vive una temporada en New Haven, donde su padre dicta clases en Yale. Ya adulto, vive y dicta clases en Oxford, donde su novela Todas las almas comienza a gestarse.

Como un fantasma que salpica por momentos su obra (la primera parte de Corazón tan blanco, por ejemplo), el recuerdo de una abuela cubana lo vincula a otra parte del planeta.

El filósofo José Antonio Marina dice que el barroco Hegel habría merecido ser caribeño por su desmesura. Usted, que tuvo una abuela cubana, ¿qué visión tiene de la estética que propone ese lado del planeta? ¿Siente que su obra tiene algún tipo de nexo con lo que propone, por ejemplo, Cuba a través de las obras de Carpentier, Lezama Lima o Cabrera Infante, entre otros?

JM: No me parece muy acertada esa cita. Hegel no podría haber sido más que alemán. Y sí, mi abuela materna nació en La Habana, y su padre, mi bisabuelo, Enrique Manera y Cao, militar, escribió tratados militares, sobre la caballería ligera en campaña, por ejemplo, algún ensayo y unas pocas novelas, de las que solo tengo una. Pero nunca he estado en Cuba ni en esa zona, y no creo haber recibido mucha influencia de allí, por desgracia. Con Cabrera Infante tuve una gran amistad, y en algo pudo influirme, puesto que lo admiraba mucho como escritor, además. Hace poco supe que la viuda de Lezama comentó que mi literatura le habría gustado mucho a su marido, y Paradiso me pareció en su día admirable. Pero «nexos», la verdad, no acabo de verlos entre las obras de esos grandes autores y la mía. Creo que soy tan europeo que durante mucho tiempo en mi país se me consideraba «poco español», o incluso un escritor inglés que sin embargo utilizaba nuestra lengua. Se dijo para denigrarme, dicho sea de paso, pero yo me lo solía tomar más bien como un elogio. Aún hay quienes siguen sosteniendo esa estupidez. ¿Qué es «lo español»? Para quien ha sido traductor, como yo, la lengua en la que uno escribe, con ser importante, no es lo principal. La prueba es que los libros se traducen y, milagrosamente, como decía Borges, siguen siendo los mismos, en esencia al menos.

4. El boom, los movimientos literarios, el olvidado Mutis. En 1995 el premio Rómulo Gallegos fue otorgado a Mañana en la batalla piensa en mí. Se trataba de la primera novela de un autor español que era merecedora de ese galardón literario, antes otorgado a García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa, y que había sido fundamental para el denominado boom de la literatura latinoamericana. De ahí que se despertara una gran curiosidad por conocer en persona a su autor, Javier Marías, a quien, a la distancia, se describía como una especie de anglosajón avecindado en el Madrid de los Austrias.

El escritor venezolano Antonio López Ortega, miembro del jurado de esa edición del premio, lo recuerda de esta manera: «Su paso por Caracas fue rasante y solo duró seis días, pero cumplió respetuosamente con todo el protocolo del premio. De hecho recibió el galardón del propio presidente Rafael Caldera, quien le recordó ser un gran lector de su padre Julián Marías. (…) Durante su estancia, tuve la oportunidad de acompañarlo casi todo el tiempo porque, siendo el único jurado venezolano, se me encomendó el rol de anfitrión. Y en esa intimidad, descubrí a un hombre discreto, reservado, casi tímido, aunque muy culto.

¿Leía en su juventud a los autores del boom? ¿Considera que esa literatura ha tenido alguna influencia en su obra?

JM: Sí, claro que los leí en su momento. No a todos ni exhaustivamente, desde luego. No creo mucho en los «movimientos», siempre he pensado que la literatura está hecha a base de individualidades. Me gustan mucho García Márquez, Vargas Llosa, Cabrera, bastante Onetti, Rulfo. Poco Cortázar, con la excepción de sus cuentos, aunque no sé si se mantendrán bien en el tiempo. Pero Rayuela nunca me interesó. A algunos de estos autores los he seguido leyendo, a otros no tanto. Del boom se abusó muy pronto, como de todo lo que tiene éxito. Se añadieron nombres y más nombres, hubo una saturación de autores latinoamericanos que ha perjudicado durante muchos años a lo que venía de sus países. Los imitadores de García Márquez han sido más bien penosos. Pero mis influencias principales fueron siempre anglosajonas y francesas y alemanas. Lo que sí fue importante de esos escritores fue que renovaron la lengua española que se escribía en la Península, demasiado voluntariosamente «literaria». No sé por qué Mutis no formó parte del boom, ni por qué tampoco se lo recuerda ahora. Es uno de los mejores.

5. Cine o sardinas, el western. Contaba Cabrera Infante que cuando niño su madre solía preguntarle si quería cine o sardinas, pues no tenía dinero para ambas cosas, y que él siempre escogía cine. Seguramente Javier Marías habría hecho la misma elección. Además de sus escritos sobre películas y directores (reunidos en Donde todo ha sucedido: Al salir del cine), Marías ha extraído del cine más de una evocación o referencia. Por ejemplo, Mañana en la batalla piensa en mí incluye una página final con el título «Nota para aficionados al cine» donde se aclaran algunas de las alusiones cinematográficas hechas a lo largo de la novela.

Borges afirmaba que los escritores habían olvidado que uno de sus deberes era la épica, pero que Hollywood había salvado el género a través del western. ¿Qué otras cosas importantes para la cultura podrán ser preservadas a través del cine?

JM: A través del cine actual, pocas. Es un arte en franca decadencia, sobre todo para quienes aún recordamos que en los años cincuenta y primeros sesenta se estrenaban diez o doce obras maestras al año. Claro que entonces estaban activos Ford, Welles, Hitchcock, Preminger y tantos otros. Lo único que pervive con fuerza, quizá más en series de televisión que en el cine, es la épica de mafiosos y gangsters. En cuanto al western, por desgracia se cultiva apenas, aunque ha habido algunos notables recientemente, como Los protectores de Walter Hill y Open Range de Kevin Costner.

6. Pragmatismo vs. carácter especulativo, patriotismo vs. nacionalismo, monarquía vs. república. En Tu rostro mañana, la guerra se presenta como un elemento ineludible de la historia europea, y los británicos aparecen ante ella como espectadores privilegiados, pero también como estrategas y manipuladores. El pragmatismo de las islas se contrapone al carácter especulativo de los continentales, de manera análoga a cómo el patriotismo de los británicos lo hace al nacionalismo europeo romántico. Existe en esta situación una clara simpatía por algunos aspectos notables de la cultura anglosajona, que el narrador no duda en resaltar, especialmente con relación a los universitarios de Cambridge y Oxford y su disposición para participar de modo activo en los asuntos del Estado: desde el ejercicio del gobierno y la burocracia hasta el parlamento, pasando por la milicia y, cómo no, por el servicio secreto.

En el caso de España, Javier Marías tiene ideas muy precisas sobre la función y utilidad de la monarquía.

Últimamente, la monarquía española ha sido objeto de fuertes críticas. ¿Cree que se trata de una institución con futuro?

JM: Mire, yo no he sido nunca monárquico, sino republicano. Pero en la práctica, y en un país tan absurdo como España, prefiero con mucho que el Jefe del Estado (que reina, pero no gobierna) sea una figura ajena a los partidos políticos. Si tuviéramos un Presidente de la República, nadie lo respetaría lo más mínimo, le sería imposible estar «por encima» de los litigios y se vería involucrado en las disputas continuas. Pese a que la familia real haya cometido algunos errores últimamente, en conjunto ha desempeñado su papel impecablemente y ha sido muy útil al país. Por otra parte, con un Presidente elegido, correríamos el riesgo de que fueran votados Aznar o Zapatero, o aún peor, Esperanza Aguirre o José Bono. Prefiero mil veces al Rey o a su hijo, que parece un hombre sensato. No pienso tanto en la institución como en las personas que hoy la representan, y en conjunto me parecen dignas.

7. La materia humana, en el nombre del padre, el premio Nobel.

Hace veinte años, en el primer prólogo de Vidas escritas, afirmó que la idea del libro «…era, en suma, tratar a esos literatos conocidos de todos como a personajes de ficción, que probablemente es la manera, por otro lado, en que todos los escritores desean íntimamente verse tratados, con independencia de su celebridad u olvido». ¿Es su caso?

JM: Más o menos. Lo he dicho otras veces: en la ficción se descansa, en la ficción las historias están completas y además no pueden ser refutadas; la ficción está mejor organizada que la vida, suele tener más sentido y armonía. Por eso algunos escribimos, en parte; por eso la mayoría leemos o vemos películas. Necesitamos un grado de sentido y armonía. Si fuéramos personajes de ficción, alguien podría tal vez explicar nuestras figuras mejor, saber más de nosotros. Eso es atractivo, y más aún para el que se pasa la mitad del tiempo inventando las suyas, sus ficciones, como hacemos los novelistas.

Las narraciones de Javier Marías pueden darnos la sensación de que la materia humana queda invariablemente doblegada. Sin embargo, hay atisbos de esperanza en algunos personajes. En Tu rostro mañana, por ejemplo, está Sir Peter Wheeler, profesor de Oxford, y mentor de Jacobo Deza. Y también el padre de Deza, un personaje indudablemente inspirado en el propio padre del escritor, el filósofo Julián Marías, y cuya fidelidad, decencia y sentido de la elegancia forman parte importante de la novela.

La lealtad que a lo largo de su vida profesó el filósofo Julián Marías por su maestro José Ortega y Gasset ha sido un hecho notorio. Podría tal vez suponerse que uno de sus deseos al escribir su Historia de la filosofía fue el de hacer justicia a la filosofía de Ortega y Gasset, reconociendo su importancia dentro del pensamiento occidental. Se trata de una virtud heredada por su hijo escritor. La fidelidad de Javier Marías al recuerdo de quienes reconoce como sus maestros (Juan Benet, Pedro García Hortelano, su propio padre, quienes jamás recibieron el Premio Nacional de Narrativa), está entre los motivos que lo llevan a rechazar el correspondiente al año 2012 conferido a Los enamoramientos.

Acaba de rechazar el Premio Nacional de Narrativa de España. ¿Qué nos diría a quienes anhelamos que la Academia Sueca reconozca en su obra uno de los fenómenos literarios más importantes surgidos en los últimos años?

JM: Les diría que son ustedes muy amables, pero que destierren de sus cabezas tan loco anhelo. No creo que la Academia Sueca sepa apenas de mi existencia. Tampoco veo motivo para que supiera de ella. Tenga en cuenta que yo mismo no me leería si no estuviera obligado a hacerlo, mientras escribo. ¿Quién es este Marías –pensaría– para que yo pierda mi tiempo con él, si aún no he leído a Tácito entero, ni a Tito Livio, ni a tantos otros clásicos? Pero, si lo que pregunta es otra cosa: no tengo ningún problema con los premios privados y extranjeros, aunque sean estatales. De unos y de otros he recibido varios, con agradecimiento. Mi único problema es con los premios oficiales o institucionales de mi país. No acepto nada del Estado, del dinero de los contribuyentes de mi país. No quiero que nadie pueda llevar el cómputo de cuántas veces he sido llevado de viaje, o me ha pagado el Estado. Estoy al margen de todo eso, así lo prefiero.

***

Octavio Vinces es un escritor venezolano nacido en Lima, ganó en 2004 el Premio UNAM-Alfaguara por su novela Las fugas paralelas. En 2012 publicó el poemario La distancia.

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