El Chorro, Coliseo, Pele el Ojo, Peligro, El Muerto, Las Ánimas, Padre Sierra, La Bolsa, Sociedad y otras 300 más son testigo histórico de las vivencias y las luchas sociales, políticas y económicas de la Caracas colonial.
Caracas. Dicen que el caraqueño es jocoso, que de todo saca un chiste (ahora será méme), que a lo malo le busca el lado bueno, que de su propia tragedia se ríe. Pues sí, “al mal tiempo buena cara”, dicen los mayores que se sientan en la plaza El Venezolano todos los viernes para disfrutar de una bailanta.
Es que Caracas, que este 25 de julio cumple 455 años de su fundación, tiene una historia de luchas políticas por el poder, pero también una muy peculiar que narra su conformación geográfica, administrativa y territorial y es esa que se deja contar a través de los nombres y direcciones de sus intersecciones, calles y esquinas.
“De Chorrito a Coliseo”
Tal vez los más jóvenes no la han escuchado de sus abuelos, pero hay una frase que es parte de la cultura popular del caraqueño: “De Chorrito a Coliseo”, que se usa mucho para hacer mención a los malestares estomacales que implican evacuación líquida y repentina.
Y algo del cuento hay. La esquina El Chorro, ubicada en la avenida Universidad, en la cuadrícula del casco central, lleva su nombre por los hermanos Pérez (Agustín y Juan), quienes en 1812 tenían un negocio donde preparaban, dicen los cronistas de la ciudad, la mejor bebida de piña y papelón llamada “guarapo”.
Tenían un sistema de despacho único que, al escuchar el sonido de un centavo al caer en la alcancía, sacaban el jugo sin necesidad de abrir la puerta.
El sistema de los Pérez estaba formado por una serie de grifos en la parte exterior y ranuras para introducir las monedas. Cuando el cliente metía el dinero, Agustín accionaba de una cadena, lo que permitía la salida de un chorro del guarapo seleccionado.
Hay quienes dicen que esta fue la primera máquina de venta automática en Caracas. De esa manera esta esquina tomó su nombre “de un chorro de guarapo”, tal como se lee en el blog Caracas Cuéntame Caracas.
Otra versión que documenta el mismo sitio web es que el chorro no era de guarapo sino de agua de la acequia, que caía y pasaba por los solares del convento de San Jacinto y seguía hasta llegar a Coliseo y más allá.
Se dice que el obispo dominico Antonio González de Acuña (el 14º de Venezuela, que ejerció desde 1673 hasta su fallecimiento en febrero de 1682), se propuso proveer a Caracas de agua potable por tubos de cal y canto que tomaba de una caja también de mampostería y luego bajaba por la calle de Altagracia para llevarla a la Plaza Mayor, frente a la casa del capitán Diego Guevara.
De allí la correntía se partía por la mitad: una para la Plaza Mayor, la Catedral y San Jacinto; la otra iba por la calle derecha para el Seminario, las Monjas Concepciones, San Francisco y el Hospital de San Pablo, quedando pilones o tomas públicas para la vecindad en las plazuelas de Altagracia, San Francisco y San Pablo.
Precisamente, el conducto –después de pasar en la parte sur de la edificación del Convento de San Jacinto– desembocaba en un grueso chorro que caía de cierta altura a la calle.
Esta constante caída de agua potable sirvió de punto de referencia y es así como se dio el nombre a la esquina El Chorro, se lee en el documento digital caracasenesquinas.wordpress.com
Pero la historia que se inmortalizó en el campo de lo popular fue la del chorrito de guarapo que una vez se derramó. Según las leyendas urbanas una vez un cliente trabó el grifo y comenzó a botarse el bebedizo por toda la empedrada calle.
Ese mismo cuento narra que, simultáneamente, al hombre le dio un dolor de estómago y que se fue corriendo y sudando hasta llegar a la esquina Coliseo.
Pero ese cuento de camino solo se oye en los chistes jocosos y en el testigo oral sobre las historias de las esquinas de Caracas. Pues la tesis que documentan historiadores y cronistas es la de los hermanos Pérez.
En cuanto a Coliseo, aparece en las crónicas de la ciudad que alrededor de 1820 funcionó allí el Teatro Coliseo, patio central o corral de comedias en Caracas. De 1808 hasta 1812 el teatro pasó por varios arrendatarios, sin mayor éxito, hasta que con el terremoto de 1812 bajó el telón y no volvió a levantarse.
En septiembre de 1813 sirvió de cuartel de caballeriza. Aunque los planos de Caracas hasta 1856 aún identificaban la esquina como de la Sanavria; los de 1875 ya traen el nombre de Coliceo y en el de 1889 aparece la palabra Coliseo.
Tradición vs. modernismo
En total son unas 370 esquinas ubicadas en el centro de la capital, zona además donde sucedieron las guerras y los hechos políticos más importantes del país. Muchos de sus nombres son expresión del carácter y del espíritu de la ciudad. Rinden tributo a sus fundadores, a sus boticarios, a sus comerciantes, a las familias notables.
Ciertamente, la vida de la sultana del Ávila tiene su sello en esos nombres que hacen que la tradición prevalezca sobre el modernismo.
Contó la periodista Carmen Clemente Travieso (fallecida en 1983) en su libro Las esquinas de Caracas que algunas “recuerdan los movimientos políticos, como la de Sociedad, donde se efectuaban las reuniones patrióticas de 1811; La Concordia, el movimiento político de aquel nombre. El Reducto recuerda la última batalla del indio Tamanaco”.
Pero no todo el tiempo tuvieron la misma nomenclatura. A raíz de la Independencia, narró Clemente Travieso, algunas cambiaron sus nombres.
“Así la de Jesús se llamó primero de las Cabezas, porque en ella se fijaban en grande las cabezas de los patriotas. La de San Francisco recibió ese nombre cuando los frailes se retiraron allí después del terremoto de 1812. La del Viento se llama así porque allí extendían una sábana frente a la plaza de Santa Rosalía que el pueblo bautizó con el nombre de Sabaneta del Viento. La esquina de Manduca rememora el nombre de José González de Manduca”.
En 1759 Caracas tenía cuatro parroquias, 15 calles corrían de dirección norte a sur y 15 de este-oeste, se lee en el libro Las esquinas de Caracas.
Humor con tradición
En todo este entramado pintoresco, el que no va de “Chorro a Coliseo”, va de “Pele el Ojo a Peligro”.
Otra frase enclavada en el corazón de la parroquia La Candelaria. Se trata de un pasaje que está entre esas dos esquinas en el cual, según Clemente Travieso, a mediados del siglo XIX operaba una banda de ladrones.
También por ese trayecto había un paso de ganados, un poco antes de llegar a Peligro. Por eso un bodeguero de la zona la bautiza “Pele el Ojo”, como una forma de alertar a los transeúntes.
Otra de las versiones es que “Peligro” era el apellido de un ciudadano español, llamado Bartolomé, quien acumuló una fortuna de muy dudosa procedencia.
“Se dice que logró apoderarse del dinero del capitán Juan Francisco de León, quien fue vencido durante una revuelta en contra de la Real Compañía Guipuzcoana, la empresa que monopolizaba el comercio de Caracas con España”.
Y así como este paso metía miedo, otra que no se queda atrás es El Muerto. Cualquiera al escuchar la dirección: cruza por la esquina El Muerto, de inmediato diría “zape, zape gato”, y no es para menos.
Pero lo cierto es que, cuenta la leyenda, durante la llamada guerra de los cinco años entre los centrales y los federales, ocurrían batallas en las calles de Caracas que dejaban muchos muertos.
Las personas que no estaban involucradas no se dejaban ver en las puertas de sus casas, mientras la mayoría de los heridos morían por falta de atención. Cuando terminaban los enfrentamientos pasaba un grupo de camilleros en unos carruajes a caballo para recoger los cadáveres.
Una vez cuando hacían esa labor, montaron un cuerpo en la carroza y éste se levantó y les dijo: “No me lleven que todavía estoy vivo”. Del susto lo dejaron caer y salieron corriendo. Esa historia recorrió las calles de la ciudad y por eso la identificaban como “la esquina donde se levantó el muerto”.
Salen las ánimas
Y si de brincos y de espantos saben los caraqueños, son los que vivían por la esquina Las Ánimas. “Quienes pasaban la noche en vela en la zona escuchaban cánticos fúnebres, llantos y avemarías”.
Decían que justo cuando alguien moría, se oían las voces femeninas que se lamentaban. Así se difundió el rumor de que los sonidos que emitía la esquina eran las ánimas del purgatorio cantando y que venían a buscar el alma del fallecido.
Se relata que aquellas voces le pertenecían a un grupo de viudas que pedían por las almas de sus esposos. Rezaban juntas el Rosario y salían en procesión con velas para pedir por el descanso eterno, narra el blog Caracas Cuéntame.
Creencias que variaban con el trascurrir de las cuadras, pues había un hombre que a mediados del siglo XIX se ganaba la vida cosiendo suelas de zapatos de los vecinos, pero tenía particular práctica religiosa: creía que castigando al santo de su devoción obtendría más rápido sus favores.
Un día, dice la tradición oral, comenzó a bajar el trabajo porque le salió un competidor. Por eso puso cabeza abajo la figura de un Cristo, para castigarlo por no proporcionarle clientela. Desde entonces, la esquina se llama “el Cristo” al revés.
Poder, humanitario y superstición
Hay también otras cargadas de mucha historia como la esquina de Salas, que debe su nombre a Don Gaspar de Salas, contemporáneo con Diego Gregorio Porrillo, vecino de la Caracas de la primera mitad del siglo XVIII. Don Gaspar estaba al servicio de la Guipuzcoana y ostentaba el título de secretario ad honorem de su Majestad.
También Padre Sierra, una de las pocas que conserva la nomenclatura que le dieron en la época de la colonia. Fue un hombre muy humanitario, que hizo un trabajo durante la epidemia de 1776. Luego hizo lo propio cuando socorrió a las víctimas del terremoto de Caracas.
No menos importante es El Cují, cuya historia remonta al siglo XIII y también la protagoniza un zapatero llamado Carrasquero, un personaje extraño y ocurrente. Tenía conocimientos de astrología y predecía tragedias. El negocio de los zapatos no daba mucho dinero y la comida era escasa. Así que comenzó a usar sus poderes para ver muertos y fantasmas que le revelaban un mundo lleno de riquezas.
Una crónica publicada en Caracas Cuéntame Caracas dice que aquel zapatero pensaba que Caracas estaba llena de tesoros enterrados, baúles llenos de oro y plata dejados en el olvido por piratas y familias ricas.
“Todas las mañanas esperaba la oportunidad para encontrar alguno. Las ánimas en pena merodeaban por los montes y caminos, señalando los lugares alejados y oscuros. La casa de nuestro vidente tenía por compañero un brillante árbol de cují que le regalaba una fresca sombra en los días soleados. Una noche, vio un muerto caminando cerca del árbol”.
“Al otro día, se fue al Convento de San Jacinto y le contó la historia a un monje amigo, quien lo invitó a bajar al sótano del convento cuando fueran las 12:00 de la noche. Al llegar, vio entre las sombras una figura encapuchada que lo interrogó. El zapatero nervioso le preguntó sobre el tesoro y el espectro lo envío a cavar cerca del árbol en dirección al nororiente. Temblando, el pobre Carrasquero subió de nuevo por las escaleras, y allí lo encontró desmayado el monje”.
Al volver en sí, narró lo que había visto y escuchado del muerto. El monje le dijo que dejara tranquilo el entierro, que él se encargaba de todo. El zapatero regresó a su casa, y con los labios congelados se fue a dormir. En el convento, el monje se reía recordando cómo se hizo pasar por espectro.
“Del tesoro no se supo más nada, Carrasquero siguió remendando y arreglando tacones y el cují pasó a la historia por su frondosidad y belleza. Con el tiempo, otros caraqueños y soñadores buscaron sin éxito la fortuna. Pero la esquina guardó para la historia su nombre y, en sus entrañas, el entierro”.
A la fiesta de Caracas voy
De leyenda en leyenda Caracas va contando su historia. Y para este 455 aniversario hay que pasar por Traposos, para buscar la percha que vamos a llevar a la magna fiesta. Cuenta la leyenda que, por esta esquina, el flujo de citadinos era numeroso y la mayoría iba bien vestido, principalmente los devotos que concurrían en la misa de la Catedral.
Pero unos carecían de ropas acordes con las circunstancias y aprovechaban los trajes que los más pudientes dejaban en la esquina. A esos se les conocía como los traposos.
Otra versión narra que, con la entrada de Boves a Caracas en 1814, llegaron familias de españoles, una de ellas los Traposos, que se asentaron en una casa diagonal a la esquina que hace cuadra con lo que fue la casa de Bolívar.
También se dice que Traposos era una familia caraqueña aristocrática y lujosa que disfrutaba haciendo gala de sus riquezas y un buen día vio cómo se derrumbó todo su poder económico. Solo le quedaron los tristes trapos que llevaban encima, que luego vendieron para poder comer.
Paseo por la ciudad
Traposos está situada a media cuadra de El Chorro y a una cuadra de Coliseo. A pocos pasos de Catedral, de Sociedad, de Santa Teresa, de San Francisco, de la Bolsa (que se piensa que sirvió para dar impulso al desarrollo financiero de la capital), del Conde, de Las Gradillas, Las Monjas, Veroes y San Jacinto.
La lista sigue: Alcabala, Avilanes, Miguelacho, Ferrenquín, Perico, Candilito, Platanal.
De seguro todas guardan un testigo, un acontecimiento, un chime aristocrático, hacen honor a un santoral, a un libertador, a un político, a los caraqueños y sus vivencias de hace 300 años.
Pero no te contamos más, pues la invitación es a que recorras las calles de la capital, cruza de Plaza España a Socarrás y descubre el mundillo de libreros, donde seguramente encontrarás libros, revistas y crónicas de las más de 300 esquinas de Caracas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario