jueves, 15 de diciembre de 2022

Reflexiones sobre y desde la vejez







 Jesus Parra Montero

“Todo anciano que se muere es una biblioteca que se va” (Proverbio africano).

El ciclo de vida es un enfoque que permite entender cuáles son las etapas de la misma y las vulnerabilidades y oportunidades que pueden acontecer a lo largo de su desarrollo; ayuda a reconocer que las experiencias acumuladas en cada una de sus diferentes etapas repercutirán en las siguientes, condicionando su futuro desarrollo. Cada uno de nuestros actos y el modo de vivir que vamos eligiendo, dentro de las limitaciones que imponen las circunstancias por las que transitamos, son la respuesta individual que vamos dando al interrogante que todos nos hacemos: ¿Cómo conseguir ser feliz?; a pesar de las diferentes y encontradas repuestas que en la historia de la humanidad se han dado, de lo que sí podemos estar seguros es que no existe garantía alguna de que vamos a tener una vida mejor y más feliz que la vida que día a día nos hemos ido construyendo.

La inclinación a ser felices y a evitar el sufrimiento es parte de nuestra naturaleza, no requiere demostración; es lo que todos deseamos en cada etapa del ciclo vital con sus diferentes características: desde la niñez o infancia, pasando por la adolescencia, la juventud, la adultez hasta la vejez o ancianidad. Las diferentes etapas de la vida constituyen por sí mismas momentos básicos de la existencia humana, modos característicos en los que las personas transitan por el camino del tiempo: maneras de sentir, de entender, de comportarse y convivir en relación con el mundo. Estas etapas nos pueden ayudar a comprendernos y a aceptar las posibilidades y los límites de la fase en la que nos encontremos; sobre todo, en la vejez.

En la vejez, su valor no debe ser analizado por confrontación con las otras etapas, sino desde ella misma y desde la visión holística de la existencia a la que está llamada la vida humana a perseguir y conseguir, pues el valor de la nuestra existencia radica en la capacidad de crear vínculos, establecer relaciones de amistad y ámbitos de convivencia. ¿Puede el anciano esperar algo del tiempo que aún le queda o debe vivir solo de recuerdos? En estos tiempos en los que se valora en exceso la etapa de juventud y se ignora o arrincona la experiencia del anciano, hay que salir a gritar y reclamar que “también la vejez es vida”. No es infrecuente la marginación de “los viejos” en una época en la que el curso histórico es cada vez más acelerado; hay datos que no se pueden ignorar; un ejemplo: por mucho que se quiera ocultar, la Fiscalía General del Estado ha reactivado las investigaciones penales abiertas por el fallecimiento de 34.000 ancianos de toda España con síntomas compatibles con el Covid o con PCRs confirmadas en residencias y geriátricos durante la primera ola de la pandemia, entre marzo y junio de 2020.

Lo que sí podemos estar seguros es que no existe garantía alguna de que vamos a tener una vida mejor y más feliz que la vida que día a día nos hemos ido construyendo

Es un hecho demostrable que el anciano encierra en sí, de forma eminente, el patrimonio cultural de la comunidad con respecto a todos los demás miembros de ella; sabe por experiencia, ya en la esfera de la ética, ya en la de las costumbres, ya en las técnicas de supervivencia, lo que los jóvenes no saben aún. Esta capacidad de interpretar y valorar la ancianidad presenta un interés excepcional en estos momentos históricos en los que, por el perverso interés de una economía mal entendida, la vida del anciano representa un gasto carente de sentido hasta casi obligar a los ancianos a cuestionarse y preguntarse si tiene sentido una vida que conduce inexorablemente al desconsuelo de la muerte, si vale la pena seguir esforzándose, haciendo proyectos y persiguiendo metas.

Ante esta pesimista posibilidad, con fuerte riesgo de caer en un escepticismo absurdo, la sociedad entera debe sentir la necesidad de ahondar y reflexionar en la existencia de esta digna y hermosa etapa de la vejez y descubrir que alberga un profundo sentido de justicia solidaria aun en los momentos de clara decadencia. Esta reflexión y este descubrimiento constituyen una de las tareas más valiosas de la ancianidad, que debe convertirse para todos en una verdadera y justa “escuela de vida”. Desde la reflexión filosófica y ética, una sociedad madura y democrática que no plante cara a este peligro dista mucho de haber alcanzado su propia madurez.

En consonancia con ese criterio, un sector importante de la sociedad se está planteando criticar la tesis de que la única que tiene valor es la etapa de la vida joven, mientras que el anciano, al no ser ya productivo, la empobrece y la perturba y supone una carga para la sociedad y por lo tanto debería ser eliminado. Ciertamente, al igual que todas las tomas de posición sentimentales, también estos sentimientos tienen su polo opuesto. Éste se da en algunas personas mayores cuando no han envejecido bien y al ver y sentir que la vida se les escapa, envidian al joven por su juventud, por sus planes y posibilidades de futuro y su vitalidad. De ahí que no sea fácil hablar de la vejez de modo creíble cuando uno mismo no posee la experiencia de esta etapa.

Es un hecho demostrable que el anciano encierra en sí, de forma eminente, el patrimonio cultural de la comunidad con respecto a todos los demás miembros de ella

Desde los griegos, la gerogogía es el arte de aprender a envejecer; promueve procesos de desarrollo en la vejez, una etapa en la vida que evidencia y refleja importantes diferencias personales, obedece a una gran plasticidad si hay actitud y voluntad y que rechaza expresiones de cansancio como: “con mis años, me siento incapaz de aprender”. Nunca se es demasiado viejo para fijarse nuevas metas o para soñar nuevos sueños, dejó escrito el novelista británico, Clive Staples Lewis, conocido especialmente por su saga “Las crónicas de Narnia”. Existen demasiadas experiencias y modelos de aprendizaje en personas mayores que inician nuevas estrategias de formación o retoman estudios que habían abandonado por cuestiones laborales, familiares o económicas. El aprendizaje siempre es posible para aquellos que saben aprovechar sus capacidades y que no se abandonan a la “pigritia senectutis” (pereza de la vejez) como escribió Cicerón en su tratado “De senectute” (Sobre la vejez). La invitación “nunca es tarde para aprender”, recuerda que todo es cuestión de actitud: llevar una vida activa y que esta vida sea saludable. “Mens sana in corpore sano” (una mente sana en un cuerpo sano), es una cita latina extraída del poema X de las Sátiras de Juvenal, popularizada gracias al entusiasmo de Pierre de Coubertin, quien luchó para difundir las ventajas del ejercicio físico y trabajó incansablemente por recuperar los Juegos Olímpicos. 

Desde mi propia experiencia, puede que ser viejo tenga muchos inconvenientes, pero posee ventajas incomparablemente mayores. De eso trata, como se ha dicho más arriba, el elogio a la vejez que Cicerón hace en una de sus obras más conocidas “De Senectute”, traducida como “El arte de envejecer”. En ella, Catón el Viejo, un vigoroso anciano de 84 años, conversa con dos jóvenes admiradores Lelio y Escipión; en un determinado pasaje Catón manifiesta: “Del mismo modo que la petulancia y el libertinaje son más propios de los jóvenes que de los viejos, pero no de todos los jóvenes sino solo de los no virtuosos, así también esta necedad senil que solemos llamar demencia es propia de los ancianos sin seso, no de todos”. Catón atribuye así al propio individuo los defectos achacados a la edad y no a la vejez en sí misma. Contradice con ello uno de los mayores estereotipos acerca del envejecimiento: el de que cumplir años va unido sin remedio al deterioro intelectual; esta es la idea central de su obra, en la que elabora una refutación ordenada de aquellos motivos por los que la vejez puede parecer miserable. Los fundamentos de una vejez apacible y feliz se han de trabajar de antemano ya desde la etapa de la juventud. Cicerón lo establece como regla áurea en aquel diálogo donde Catón enseña a Escipión y a Lelio a sobrellevar con resignación los achaques que trae consigo el peinar canas.

Los fundamentos de una vejez apacible y feliz se han de trabajar de antemano ya desde la etapa de la juventud

Su lectura es una convincente razón para asumir con serenidad la vejez, pues, aceptando que hay actividades que no se pueden ya llevar a cabo por una pérdida de fuerza física y desgaste mental, existen otras muchas cosas importantes que no se hacen con la fuerza o la agilidad del cuerpo sino mediante el consejo, la autoridad y el recuerdo que da la experiencia o la opinión sensata y contrastada, cosas todas de las que la vejez, lejos de estar huérfana, posee en abundancia. Y cuando esto sucede, comienza la fase vital de la persona que ha aprendido de la experiencia; sabe cuáles son sus límites y acepta las fronteras y las insuficiencias de la existencia: no hay vuelta de hoja, hay que convivir con ello y, en la medida de lo posible, superarlo, porque el sentido del deber reside en el deber mismo. Así lo expresa Catón respondiendo a Lelio y a Escipión: “si no vamos a ser inmortales es deseable, al menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo, pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas”. Una vida terminada a su debido tiempo supone una reflexión filosófica profunda, ya que la aceptación de esta etapa final no rasga la vida, sino que pasa a formar parte de ella, se convierte ella misma en su vida. La vejez no es, como torpemente se ha dicho, una segunda infancia sino la culminación de todas las etapas de la vida; esa necedad es una de las falsedades sentimentales con las que se suele tratar de esquivar los hechos reales de la vida. Como con sabia inteligencia se expresaba un anciano hace unos meses en una campaña para dignificar y respetar esta etapa: “Somos viejos, pero no idiotas”.

Comienza la fase vital de la persona que ha aprendido de la experiencia; sabe cuáles son sus límites y acepta las fronteras y las insuficiencias de la existencia

Retomando de nuevo a Cicerón, Catón, dirigiéndose a Escipión, así lo expresa: “Lógicamente el joven espera vivir mucho tiempo, cosa que el anciano ya ha conseguido. El joven espera insensatamente, porque ¿hay algo más necio que tener por seguro lo que es en sí incierto y por falso, lo verdadero? El anciano, al fin y al cabo, tiene lo que esperaba, por esto mismo la vejez es mejor que la juventud; el joven espera, el anciano ya lo ha conseguido; aquél quiere vivir durante mucho tiempo, éste ya lo ha vivido. Los frutos de la autoridad los produce la edad vivida honestamente desde el principio y ayuda a alcanzar la felicidad, la plenitud y la satisfacción”.

En el fondo, este pensamiento no sólo es de Cicerón, sino el reflejo de una corriente de pensamiento, el estoicismo, una escuela filosófica fundada a principios del siglo III a.C. por Zenón de Citio, nacido en Chipre, pero su vida la pasó en Atenas. El nombre de su filosofía proviene del lugar en el que difundió su pensamiento, la “stoa” o galería cubierta, que se encontraba junto al Ágora de la ciudad. Algunos de los grandes pensadores en la historia han sido estoicos: Perseo de Citio, Crisipo, Epicteto, Séneca, filósofo hispanorromano y su obra más conocida “Sobre la brevedad de la vida”, Sexto de Queronea o Marco Aurelio, el emperador romano, autor de “Meditaciones”, una guía para conducir la vida y su mejora personal… A pesar de su antigüedad, hoy en día, son cada vez más las personas que encuentran en el estoicismo un sabio itinerario para vivir mejor y enfrentar las dificultades de la mejor manera. La sabiduría del estoicismo consiste en aprender a comprender que, aunque no se puede controlar todo lo que ocurre en la vida, sí es posible, al menos, controlar la percepción de lo que pasa y nos afecta y la forma de reaccionar ante ello; en eso consiste la diferencia y la clave indispensable para alcanzar la felicidad.

A pesar de su antigüedad, hoy en día, son cada vez más las personas que encuentran en el estoicismo un sabio itinerario para vivir mejor y enfrentar las dificultades de la mejor manera

Con idéntico título de raigambre clásica ciceroniana, el último libro del filósofo italiano Norberto Bobbio se titula tambien “De senectute”; en él recoge sus ideas sobre el declive vital o “la vejez ofendida”, en el que muestra su ironía, su pesimismo y unas lúcidas reflexiones sobre la ancianidad: “Al no haber estado nunca en paz conmigo mismo, he tratado desesperadamente de estar en paz con los demás”. Así resume el filósofo italiano 87 años de la memoria y el epílogo en la vejez de una larga vida vinculada estrechamente con la historia de las ideas del siglo XX. Filósofo de la libertad y la tolerancia, pensador de la democracia y el derecho, adalid del antifascismo y el diálogo como base de la convivencia, Norberto Bobbio escribe “por ser viejo, no por ser profesor” con el riesgo, dice, de repetirse: “Los viejos profesores están tan enamorados de sus ideas que se sienten tentados de volver a ellas”. Intenta alejarse de la retórica tradicional que mitifica la ancianidad, pues, a pesar de todo, afirma que “ser viejo no es bello”; los ancianos de hoy viven una “vejez ofendida, abandonada, marginada por una sociedad actual mucho más preocupada por la innovación y el consumo que por la memoria”.

De Senectute es el balance de una vida dedicada al estudio de los temas fundamentales del derecho y de la política; es el testamento de un intelectual, de un filósofo que nos ofrece sus reflexiones en torno a la vejez, que son un alegato militante contra la marginación del anciano en la sociedad actual. “Lo malo de la vejez es que dura poco. El tiempo de la memoria avanza al contrario que el mundo real”. Y añade: “El mundo del futuro está abierto a la imaginación; ya no te pertenece; el mundo del pasado es aquel donde a través del recuerdo te refugias en ti mismo, retornas a ti mismo, reconstruyes con nostalgia tu identidad. El viejo vive de recuerdos y para los recuerdos, pero su memoria se debilita día tras día. Y sabes que lo que ha quedado, o lo que has logrado sacar de ese pozo sin fondo, no es sino una parte ínfima de una parte de tu larga vida”. Y lo cuenta desde la áspera y melancólica atmósfera cultural de su ciudad de origen, la austera Turín, a la que se mantuvo fiel y donde consumó cincuenta años de docencia universitaria en sus cátedras de filosofía del derecho y de filosofía política.

Norberto Bobbio : Los ancianos de hoy viven una vejez ofendida, abandonada, marginada por una sociedad actual mucho más preocupada por la innovación y el consumo que por la memoria

Sería interminable recordar a todos los que han escrito sobre la vejez. Pero es obligado mencionar a Hermann Hesse y su “Elogio de la vejez”, esa etapa de la vida en la que las cosas y el entorno adquieren un agradable surrealismo y en las que los recuerdos superan en veracidad a los acontecimientos reales. O a Simone de Beauvoir, que, en su obra “La vejez”, con su lucidez y su valentía proverbiales, encara uno de los problemas cada vez más acuciantes en la sociedad contemporánea. Y a René de Chateaubriand en “Amor y vejez”, una meditación que posee la desgarradora vehemencia de la verdad; en esta obra el viejo escritor, al rechazar a la joven que se le ofrece, nos desvela todo lo que siente sobre el amor, la nostalgia y la memoria. O a García Márquez en “El amor en tiempos del cólera”. Una novela sobre el amor en la tercera edad, el paso del tiempo, la muerte y la amistad. Sus protagonistas son dos ancianos a los que la vida da una segunda oportunidad. Y a Nicholas Sparks con “El cuaderno de Noah”, la historia de un anciano que acude a la residencia a visitar a su compañera Allie y cada día le lee el mismo cuaderno, que narra la historia de un sureño, el propio Noah, que vuelve de la Segunda Guerra Mundial con el recuerdo de un amor de verano. O a Aurelio Arteta, en “A pesar de los pesares: Cuaderno de la vejez”, una obra emotiva, diferente, todo un luminoso ejercicio de reflexión sobre el día a día del envejecimiento, con una moraleja clara: ha sido mejor haber nacido.

Pero no me resisto a recordar a un autor que cuando lo lees, te entusiasma, pero que, si además le has conocido, te atrapa: José Luis Sampedro, nacido en Barcelona en 1917 y fallecido en Madrid en abril de 2013. Catedrático de Economía, miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua, uno de los novelistas españoles más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX y Premio Nacional de las Letras 2011.

El breve perfil de su persona y pensamiento lo recojo del texto que hace la escritora Amalia Mosquera en su artículo de la revista “Filosofía&Co”. Y lo sintetiza en esta frase, que salió de la mente y el compromiso de José Luis Sampedro; en ella, resume las ideas de este economista, escritor y humanista español: “Sin libertad lo que vivo no es mi vida, sino la vida que me imponen”. La defendió sin descanso. Y dentro de ese cofre incluía todas las libertades: la personal: “Hazte quien eres. Sin doblegarte, sin hundirte, sin ceder”; de pensamiento: “Para vivir hay que ser libre, para ser libre hay que tener el pensamiento libre y para tener el pensamiento libre hay que educarse”; y con respecto al dinero: “Poner el dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe).

José Luis Sampedro: Para vivir hay que ser libre, para ser libre hay que tener el pensamiento libre y para tener el pensamiento libre hay que educarse

Recorriendo su memoria histórica así la resume: “Cuando uno nace en Barcelona (España), su madre en Argelia, su padre en La Habana (Cuba), su abuela en Lugano (Suiza) y su abuelo en Manila (Filipinas), con un año se va a vivir a Tánger (Marruecos), en la adolescencia se instala en Aranjuez (Madrid), y después recorre muchos lugares más a lo largo de todo el mapamundi; cuando todo esto pasa, uno destila muchas cosas y todas interesantes. El punto de partida, lo que uno ha mamado en casa y en la vida, no puede ser más prometedor. Dentro bullen la tolerancia, la mezcla de ideas, de costumbres, de experiencias, de inquietudes. Así que, una vez sentadas las bases, ya sólo es cuestión de que tu espíritu y tu cabeza sigan con ganas ese camino que te has trazado”. Ese era José Luis Sampedro y a ello dedicó toda su larga vida, a dar forma y expresión a esas ideas que bullían en su interior y a ello se entregó, haciendo todo lo posible por que fuera “más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos”. Todo envuelto en un halo de cercanía, sensatez y una filosofía a pie de calle. En el discurso que pronunció al ingresar como miembro de la Real Academia de la Lengua el 2 de junio de 1991, titulado “Desde la frontera”, dijo: “Muy colmado de ciencia está Occidente, pero muy pobre de sabiduría. Es decir, del arte de vivir, más abarcante que la ciencia porque, contando con ella, incluye además el misterio. Ahora no se procura alcanzar la iluminación, sino sentir el latigazo del deslumbramiento. Se busca el estrépito, lo aparatoso, los focos publicitarios; no el silencio, lo auténtico, ni el resplandor tranquilo de la lámpara. Un símbolo de nuestro tiempo es preferir la ducha, rápida y ruidosa, en vez de envolverse voluptuosamente en la líquida seda del baño, lento y sosegado. Los países de la periferia conservan, aun en su atraso técnico, más sabiduría y eso es una esperanza para todos, porque cada día es más urgente compensar el desajuste esencial de esta civilización: el de tener muchos medios sin saber ponerlos al servicio de la vida”. Y denunciaba las desigualdades y los extremismos, defendiendo la tolerancia como base esencial para la convivencia: “No hay convivencia sin tolerancia mutua”.

José Luis Sampedro: Ahora no se procura alcanzar la iluminación, sino sentir el latigazo del deslumbramiento. Se busca el estrépito, lo aparatoso, los focos publicitarios; no el silencio, lo auténtico,..

Con 96 años se mantuvo joven hasta el final de su vida. Adoptó una posición activa, todo lo activa que su edad le permitía, en las reivindicaciones del 15M, cuando ya tenía 94 años. No acudía a las concentraciones, pero escribió una carta en la que mostraba su adhesión a su lucha y su protesta. Y escribió el prólogo del libro ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, en el que animaba a los jóvenes a rebelarse. Su secreto de juventud de espíritu y actitud, de fuerza anímica y energía vital, decía, era reírse de todo, especialmente de uno mismo. José Luis Sampedro, que entendía la muerte como una parte de la vida, aspiraba a morir como un río que llega tranquilamente a su final, el mar. Y así fue. Murió el 8 de abril de 2013 en la cama de su casa en Madrid. ¿Qué ideas nos dejó?, ¿cuál era su pensamiento comprometido con la vida, la libertad y los problemas de su tiempo?, ¿en qué creía este pensador, “un referente moral e intelectual cuya autenticidad y compromiso con la vida se deben reivindicar en tiempos como los que vivimos en los que a la mentira se la llama posverdad”, como dijo Olga Lucas, su viuda, su segunda mujer, en conversación con la Agencia Efe? “Se habla mucho del derecho a la vida, pero hay más: hay el deber de vivirla”, le decía a Jordi Évole en el programa Salvados, de La Sexta, en enero de 2012. “Hemos recibido una vida, pues vamos a vivirla”. Y hay que vivirla con dignidad, añadía. ¿Y qué ocurre en caso de llevar una mala vida, pasando necesidades? En ese caso, Sampedro no cree que el consuelo esté en la religión. Él recomienda el estoicismo: “Hay que aguantar, no queda otra”.

Fue un defensor infatigable de la libertad. Toda libertad. “Hazte quien eres. Sin doblegarte, sin hundirte, sin ceder. Vive en armonía con la naturaleza a la que perteneces”. Él explicaba que una de las fuerzas más importantes que motivan y controlan al ser humano es el miedo. Gobernar a base de miedo, decía, es muy eficaz. Hace que no se reaccione, que no se avance. Y el miedo es una fuerza más poderosa que el amor, que la bondad, que el positivismo… El gran problema está en que el miedo anula la libertad.

Y sobre la democracia, criticó con dureza la opresión de los sistemas políticos y sociales actuales, denunciando la “democracia únicamente formal” que tenemos en España y en otros países. Así lo explicaba en 2013: “La democracia hay que reinventarla dándole el poder al pueblo. El déficit democrático es grande. Democracia quiere decir gobierno del pueblo y por el pueblo. En democracia la ciudadanía tiene voz y voto. Pero aquí sólo hay voto una vez cada cuatro años, un voto más condicionado por la manipulación mediática que por la educación”.

Sostenía que la rebeldía no es patrimonio exclusivo de la juventud señalando los dos tipos de rebeldía que hay: la de la juventud, que es espontánea y endógena, y la de las personas mayores en la que la rebeldía es contra lo demencial de la organización humana y los que la dirigen. Así lo decía en 2002 en Canal Sur, en el programa de Jesús Quintero El vagamundo“Los años me dan alguna serenidad, pero también más radicalidad, quizá porque percibo mejor la demencia de la organización humana y los que la dirigen”.

Propugnaba [José Luis Sampedro] el regreso a la simplicidad con una necesaria reorientación no sólo del modelo de desarrollo, sino del modelo mismo de sociedad y de vida, que se ha agotado y ha conducido a la humanidad a una existencia dominada por el caos

Propugnaba el regreso a la simplicidad con una necesaria reorientación no sólo del modelo de desarrollo, sino del modelo mismo de sociedad y de vida, que se ha agotado y ha conducido a la humanidad a una existencia dominada por el caos. Para él, la solución tenía que llegar desde la base cultural y educativa, porque el problema sólo podría solucionarse si cambiasen las ideas, los valores y los objetivos vitales de la sociedad. Y para conseguirlo, reivindicaba que la educación era la base: “Hay que vivir, para vivir hay que ser libre, para ser libre hay que tener el pensamiento libre y para tener el pensamiento libre hay que educarse”. Según él, algunos sistemas educativos nos educan para ser productores y consumidores, para ser súbditos, no para tener pensamiento propio. Criticaba la religión porque, de siempre, la enseñanza religiosa acaba con el pensamiento libre, al crear un pensamiento dogmático: “se establece un dogma y ya no se puede discutir”; y sin pensamiento libre, “no hay ni ciudadanía, ni democracia”. En declaraciones en la Cadena Ser, meses antes de morir, denunciaba que la Iglesia es una rémora para el ser humano al promover el razonamiento al revés: “primero cree y luego razona”, en contraposición al hombre libre, que primero razona y luego cree.

La vida no es un trayecto en línea recta, sin obstáculos. Por el contrario, es una sucesión de encrucijadas, laberintos e impedimentos. “El día que uno nace, empieza a morir un poco. Estamos acostumbrados a ver la muerte como algo negativo, y yo estoy tan cerca que no puedo dejar de pensar en este asunto. Pero pienso con alegría vital. Lo que no nos enseñan es que el día que se nace se empieza a morir, y la muerte nos acompaña cada día”. La muerte es un paso más de la vida, su capítulo final. La vida carecería de sentido sin su capítulo final.

Los ríos como metáfora de la vida fueron una constante en la obra de Sampedro, hasta el punto de trascender la literatura y hacerse realidad cuando conoció a Olga Lucas, su segunda mujer. Fue su historia de amor lo que les inspiró a escribir sobre sus diez primeros años de vida juntos. Lo hacían cada uno por su lado y a hurtadillas para preservar la sorpresa cuando llegara el momento de compartirlos. El texto es la obra póstuma de José Luis Sampedro“La muerte me lleva de la mano, pero se está portando bien porque me está dejando pensar”. Como si se tratara de un mensaje dentro de una botella, Olga encontró el texto de José Luis tras su fallecimiento y decidió unirlo al suyo. El resultado es este relato conmovedor de dos vidas diametralmente distintas, unidas para siempre a orillas del río Jalón, titulado “Sala de Espera”, que recoge el sentimiento de rebelión, vitalidad y lucidez extraordinarias, con el que José Luis Sampedro vivió sus últimos años.

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