sábado, 25 de febrero de 2023

Sobre el tacto y el placer

 


POR Gonçalo M. Tavares

A propósito del trabajo de Ángela Rocha

 

  1. La mano es una cosa que está en el aire y cuando está en el aire quiere bajar como un avión que sube sólo durante un momento y sabe que su fin no es el cielo, sino en la tierra o en el mar, es decir, junto a las cosas concretas que existen y abajo esperan.
  2. La mano quiere tocar cuando está en el aire, cuando está sola.
  3. No tocar es estar solo, el cuerpo entero está solo cuando no toca; la mano cuando no toca está perdida como un niño pequeño en un bosque por la noche.  
  4. La mano no sabe a qué cuerpo pertenece cuando no está tocando nada. 
  5. Pierde nombre, identidad: la mano confundida, la mano sin memoria y sin casa a donde volver, la mano que no toca.
  6. Cuando toca, la mano se encuentra.
  7. Tocar las cosas es para la mano lo mismo que el espejo es para los ojos: por fin me veo, le dice el ojo al espejo; por fin me siento, le dice la mano a la cosa que toca, ya sea dura o blanda, algo que pica o seduce, algo suave o áspero.
  8. El tacto es, así, siempre, una manera de volver a la tierra. Como Anteo, personaje mítico, que sólo era fuerte cuando sus pies estaban en el suelo y perdía su enorme fuerza cuando alguien lo suspendía en el aire, también así nuestros diez dedos ávidos se vuelven fuertes cuando tocan, frágiles cuando se cierran sobre ellos mismos. 
  9. Pero puedes tocar lo frío y lo caliente, lo áspero y lo liso, lo cómodo y lo incómodo. Y puedes también tocar en aquello que parece no pertenecer al campo del tacto – por ejemplo: puedes tocar en azúcar y en sal y quién sabe, por el tacto no lograrás diferenciarlos. 
  10. El tacto es inteligente, pero ningún sentido tiene la inteligencia entera del humano; la inteligencia del homo sapiens se ha repartido por toda la piel y por los muchísimos sentidos que se alojan en el cerebro. 
  11. Y por supuesto que el tacto no sólo pertenece a las manos.
  12. Y en las manos tienes el puñetazo y la caricia y casi siempre la diferencia se debe a la velocidad: lo lento es caricia, el puñetazo o la bofetada es velocidad; la velocidad hace daño, la lentitud da placer. Pero claro que para cada regla siempre hay mil cien excepciones y a menudo la tortura, sea cual sea, tiene como base la lentitud.
  13. Y podemos dividir el mundo del tacto así: ¿a qué velocidad va tu mano? ¿diez kilómetros/hora? ¿cien kilómetros/hora? ¿Y cuáles son las velocidades a las que se atinge el placer en cada parte específica del cuerpo? Cuestiones extrañas, casi obscenas. O de un leve erotismo, un erotismo lento.
  14. Así, en el fondo, se propone lo siguiente, una idea utópica e imaginaria: un trabajo estético y estadístico. Estadístico y del ámbito del placer que establece una tabla de Excel lleno de filas y columnas y números austeros y serios que básicamente hablan de velocidades y lentitudes; y hablan aún de una sensación que parece no tener unidad de medida científica – que la ciencia no entra en ciertas categorías, por exceso de pudor. Hablan, así, también del placer. 
  15. Y sí, luego la tabla Excel dará, en una fila o columna, la cantidad de placer, en números concretos, y quizá incluso llevado a las décimas y centésimas, la cantidad de placer, decíamos, que el tacto provoca en el señor o señorita, o quien sea, portador de esa mano que toca. Y por lo menos, entonces, dos tablas serán necesarias para entender mejor la conexión entre placer y tacto: la tabla del tacto que se emite – como quien habla – y del tacto de que recibe – como quien escucha. Nuestra mano que toca y nuestro cuerpo que es tocado. Estaríamos así, pues, ante unas tablas locas, claro, pero que son necesarias urgentemente. Velocidad y lentitud de toque por un lado, y el placer del ser humano en vida por otro. ¿A qué lentitud y velocidad llega tu placer? – pregunta indelicada y pregunta delicada.

***

Traducción de Leonor López de Carrión

Originalmente publicado no Jornal Expresso

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