A propósito del trabajo de Ángela Rocha
- La mano es una cosa que está en el aire y cuando está en el aire quiere bajar como un avión que sube sólo durante un momento y sabe que su fin no es el cielo, sino en la tierra o en el mar, es decir, junto a las cosas concretas que existen y abajo esperan.
- La mano quiere tocar cuando está en el aire, cuando está sola.
- No tocar es estar solo, el cuerpo entero está solo cuando no toca; la mano cuando no toca está perdida como un niño pequeño en un bosque por la noche.
- La mano no sabe a qué cuerpo pertenece cuando no está tocando nada.
- Pierde nombre, identidad: la mano confundida, la mano sin memoria y sin casa a donde volver, la mano que no toca.
- Cuando toca, la mano se encuentra.
- Tocar las cosas es para la mano lo mismo que el espejo es para los ojos: por fin me veo, le dice el ojo al espejo; por fin me siento, le dice la mano a la cosa que toca, ya sea dura o blanda, algo que pica o seduce, algo suave o áspero.
- El tacto es, así, siempre, una manera de volver a la tierra. Como Anteo, personaje mítico, que sólo era fuerte cuando sus pies estaban en el suelo y perdía su enorme fuerza cuando alguien lo suspendía en el aire, también así nuestros diez dedos ávidos se vuelven fuertes cuando tocan, frágiles cuando se cierran sobre ellos mismos.
- Pero puedes tocar lo frío y lo caliente, lo áspero y lo liso, lo cómodo y lo incómodo. Y puedes también tocar en aquello que parece no pertenecer al campo del tacto – por ejemplo: puedes tocar en azúcar y en sal y quién sabe, por el tacto no lograrás diferenciarlos.
- El tacto es inteligente, pero ningún sentido tiene la inteligencia entera del humano; la inteligencia del homo sapiens se ha repartido por toda la piel y por los muchísimos sentidos que se alojan en el cerebro.
- Y por supuesto que el tacto no sólo pertenece a las manos.
- Y en las manos tienes el puñetazo y la caricia y casi siempre la diferencia se debe a la velocidad: lo lento es caricia, el puñetazo o la bofetada es velocidad; la velocidad hace daño, la lentitud da placer. Pero claro que para cada regla siempre hay mil cien excepciones y a menudo la tortura, sea cual sea, tiene como base la lentitud.
- Y podemos dividir el mundo del tacto así: ¿a qué velocidad va tu mano? ¿diez kilómetros/hora? ¿cien kilómetros/hora? ¿Y cuáles son las velocidades a las que se atinge el placer en cada parte específica del cuerpo? Cuestiones extrañas, casi obscenas. O de un leve erotismo, un erotismo lento.
- Así, en el fondo, se propone lo siguiente, una idea utópica e imaginaria: un trabajo estético y estadístico. Estadístico y del ámbito del placer que establece una tabla de Excel lleno de filas y columnas y números austeros y serios que básicamente hablan de velocidades y lentitudes; y hablan aún de una sensación que parece no tener unidad de medida científica – que la ciencia no entra en ciertas categorías, por exceso de pudor. Hablan, así, también del placer.
- Y sí, luego la tabla Excel dará, en una fila o columna, la cantidad de placer, en números concretos, y quizá incluso llevado a las décimas y centésimas, la cantidad de placer, decíamos, que el tacto provoca en el señor o señorita, o quien sea, portador de esa mano que toca. Y por lo menos, entonces, dos tablas serán necesarias para entender mejor la conexión entre placer y tacto: la tabla del tacto que se emite – como quien habla – y del tacto de que recibe – como quien escucha. Nuestra mano que toca y nuestro cuerpo que es tocado. Estaríamos así, pues, ante unas tablas locas, claro, pero que son necesarias urgentemente. Velocidad y lentitud de toque por un lado, y el placer del ser humano en vida por otro. ¿A qué lentitud y velocidad llega tu placer? – pregunta indelicada y pregunta delicada.
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Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso
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