domingo, 5 de marzo de 2023

Comer en la Venezuela postmoderna

 


MARIANELLA HERRERA CUENCA

“Comer en la Venezuela de 2023 puede resultar temerario, contradictorio, delicioso, hacerte sentir culpable del disfrute, reflexionar en la injusticia de quien puede pagar un restaurante en el cielo caraqueño y aquellos que no pueden acceder ni a una bolsa del CLAP”.

El postmodernismo es en sí mismo un concepto difícil, controversial y con diversas perspectivas, tal como la Venezuela de 2023. El postmodernismo que surge de la crítica a la sociedad moderna tradicional, la industrialización y la economía capitalista, a los paradigmas tradicionales de la ciencia y muchas otras áreas, se me hace una corriente para intentar al menos encontrar explicación a algunos fenómenos únicos que muestra nuestra querida patria.

Postmodernismo es la teoría que según algunos autores se centra en la destrucción de los paradigmas tradicionales de las sociedades modernas occidentales, y aparece junto a los movimientos de anarquía, nihilismo, desmantelamiento de estructuras, desorden y falta de significado, un poco de todo eso hace que la teoría postmoderna me sirva para intentar explicar cómo se come en Venezuela en el 2023.

En Venezuela se han desmantelado las estructuras del sistema de salud y del sistema alimentario, no necesariamente con un fin de aprendizaje y de revisión filosófica; están destruidos y no hay una alternativa crítica a los sistemas tradicionales, por lo que la cadena y suministros de alimentos se han configurado de una manera muy  particular.

Los bodegones llenos de delicatesen; restaurantes que surcan el cielo de Caracas; la apertura de nuevas escuelas culinarias; las iniciativas de agroturismo gastronómico; niños que venden pasteles y empanadas en las playas del Caribe venezolano; cajas CLAP que llegan cada seis meses con pasta de Turquía y arroz de China o de otros países; gente que debe caminar por una hora hasta el mercado más cercano en las áreas rurales de Venezuela para comprar sus alimentos a un precio astronómico.

“Entonces, ¿cómo es comer en Venezuela hoy? Puedes comer tan bien como tu presupuesto lo permita, en casa o fuera de ella”

Además, existen joyas gastronómicas tradicionales de quienes con esfuerzo en el pasado construyeron establecimientos y siguen brindando una experiencia que están a la par con el resto del mundo. Una de esas joyas existe en Maracay, estado Aragua y ya por más de 30 años. Asimismo, vale la pena mencionar el esfuerzo de los chefs de cocina más jóvenes que han puesto empeño, creatividad y corazón en el rescate del quehacer gastronómico de las grandes ciudades; y ni hablar de los chefs de cocina venezolanos en el mundo, ya varios de ellos con estrellas Michelin.

Entonces, ¿cómo es comer en Venezuela hoy? Comer por estos lados es tan diverso y variopinto como lo es el bizarro entorno. Puedes comer tan bien como tu presupuesto lo permita, en casa o fuera de ella. ¿Cómo se diferencia un restaurante de “enchufados” de uno que no lo es?, ¿existe esa diferencia?, ¿es que el paladar puede diferenciarlo? Mi respuesta es: no lo sé.

Al lado de un gran restaurante en Caracas podrías encontrarte gente pidiendo para comer, también podrías encontrar un automóvil de gran lujo, camionetas enormes. En los automercados, que hoy están repletos de alimentos e insumos, los precios enloquecen pues no sabemos cómo pagarlos. Y el tema es que alimentarse y nutrirse es más que el mero consumo de alimentos, es la socialización, es el placer de comer, es el reencuentro con la memoria familiar, con las tradiciones culinarias, con eso que nos hace recordar nuestra niñez en Venezuela.

Pero comer en la Venezuela de 2023 puede resultar temerario, contradictorio, delicioso, hacerte sentir culpable del disfrute, reflexionar en la injusticia de quien puede pagar un restaurante en el cielo caraqueño y aquellos que no pueden acceder ni a una bolsa del CLAP; una o todas las anteriores pueden coexistir en una mesa cualquiera que tenga la localización geográfica en Venezuela.

Sentir que se pierden las tradiciones culinarias para la mayoría; cuando no hay los ingredientes para cocinar lo que nos ha acompañado como nación desde siempre; sentir que los niños no desarrollarán el sentido del gusto y tampoco el cerebro, porque no hubo la exposición a los alimentos variados y nutritivos que deben integrarse a la mesa familiar; y sentir que las madres si no tuvieran problemas económicos cocinarían pasta con carne en diciembre, en lugar de referirse a las tradicionales hallacas navideñas, duele. Duele y sorprende en esta postmodernidad que se queda solo en la destrucción sin reflexión crítica y acción posterior.

La realidad es que en Venezuela se come: pasta; arroz; harina de maíz; margarina (para guardar el pote como envase para alimentos); poco pescado a pesar de las maravillosas costa que tenemos; tubérculos; plátanos; cambures (bananos); mangos durante la temporada; con suerte, una arepa más o menos resuelta. La mayoría de los venezolanos come estos alimentos, y cuando hay ayudas solo se focalizan en los aspectos relativos a la distribución de alimentos, sin reparar en la dignidad del acto de comer. Una reflexión postmoderna bien valdría la pena, si se elimina lo obsoleto en aras de la construcción del bien común, del progreso y del respeto a los Derechos Humanos básicos y esenciales como el derecho humano a la alimentación.

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