Pídale a su Padre celestial que le ayude a comprender, tanto con la mente como con el corazón, la profundidad de su amor por usted.
Al menos hasta cierto punto, la mayoría de nosotros valoramos la apariencia, ya tenga que ver con el aspecto físico o con el ambiente laboral. Como resultado, es fácil compararnos con quienes nos rodean y llegar a la falsa conclusión de que no damos la talla. Pero Dios ve las cosas de otra manera.
Primero, Dios nos hizo a su imagen y semejanza y llamó “bueno” a lo que había creado (Gn 1.27, 31). Nos formó en el vientre materno (Sal 139.13); nadie es igual a otro. Cada uno de nosotros está hecho de manera única, con valor y propósito.
Segundo, nuestra importancia para el Padre celestial se ve en el sacrificio de su Hijo a nuestro favor. Jesucristo derramó su sangre y pagó por nuestras transgresiones para que pudiéramos ser liberados del pecado.
Por último, Dios diseñó al hombre para estar en relación con Él. Adán y Eva vivían en el huerto y tenían comunión con su Creador. Abraham siguió al Altísimo y fue llamado amigo de Dios (Stg 2.23). Por la fe en el Señor Jesús, nos hemos convertido en hijos de Dios y coherederos con Cristo (Ro 8.17). Todo nuestro ser —cuerpo, alma y espíritu— le pertenece a Él.
¿Qué valora usted? ¿Hay algo que necesita dejar ir? Buscar cualquier cosa que no sea Cristo no traerá satisfacción duradera. La verdadera satisfacción se encuentra cuando recordamos lo preciosos que somos para Dios.
Biblia en un año: Ezequiel 1-3
No hay comentarios:
Publicar un comentario