¿Ha sido usted tan transformado por el amor del Señor Cristo que está dispuesto a seguirlo a cualquier parte?
Ayer estudiamos que nadie está fuera del alcance de Dios. Su amor puede salvar a cualquiera, sin importar cuán lejos haya caído la persona. En ese sentido, consideremos a Saulo de Tarso, quien más tarde fue conocido como el apóstol Pablo. En el camino de Damasco, que Saulo recorrió “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos” (Hch 9.1), se encontró con el Salvador, y todo cambió.
Cristo lo llamó por su nombre, diciendo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9.4). Pero el perseguidor no le pudo responder dirigiéndose al Señor, porque aún no conocía a Cristo. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”, dijo el Señor al futuro apóstol (Hch 9.5). Y fue entonces cuando comenzó la gran obra. “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas… demostrando que Jesús era el Cristo” (Hch 9.20, 22).
En Juan 10.27, el Señor dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. El conocimiento entre el Salvador y su siervo llegó a ser tan profundo que Pablo, el “instrumento elegido”, llevó el nombre de Cristo “en presencia de los gentiles” y “[padeció] por [su] nombre” (Hch 9.15, 16).
Pablo oyó. Reconoció la voz de su Salvador, y lo siguió. Que nosotros hagamos lo mismo.
Biblia en un año: 2 Corintios 1-4
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