Viñedo en Toscana, Italia. Fotografía por Charles F. Stanley. |
El deseo de Dios de perdonar y restaurar es siempre mayor que nuestra tendencia a fallar.
Antes de examinar los versículos de hoy, lea Mateo 26.69-75 y considere las acciones de Pedro en ese momento. Cuantas más personas le preguntaban sobre su relación con Cristo, más enfáticas se volvían sus negaciones. Al principio dijo: “No sé lo que dices” (Mt 26.70). Después negó al Señor con un juramento, y finalmente “comenzó a maldecir, y a jurar” (Mt 26.72-74).
Pero cuando el gallo cantó, recordó sus palabras de la noche anterior: “Yo nunca me escandalizaré”. Al punto de declarar que nunca negaría al Señor, incluso si eso significaba morir con Él (Mt 26.31-35). A pesar de toda esa falsa valentía, el apóstol falló justo como el Señor dijo que lo haría. No es de extrañar que Pedro llorara con amargura.
Unos días después, cuando vio al Señor en la orilla, Pedro se lanzó al mar y corrió hacia su Salvador. Imagínese cómo debió haberse sentido al mirar a Aquel que amaba y había traicionado. Después de la comida, el Señor le permitió a Pedro volver a las respuestas que había dado en medio del pánico y el miedo. Y con cada afirmación, el discípulo sabía que estaba perdonado y que era amado. Cristo nos ofrece esa misma experiencia, ahora y siempre. Nunca deja de buscar, nunca deja de perdonar a todos los que lo llaman Señor y Salvador.
Biblia en un año: ÉXODO 28-30
Viñedo en Toscana, Italia. Fotografía por Charles F. Stanley.
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