Los seguidores de Cristo encuentran propósito y gozo cando cambian su mentalidad terrenal por una eterna.
Si usted ha pasado tiempo con niños pequeños, puede dar fe del deseo innato que tienen de ser el mejor, el más rápido, el más fuerte: “¡Mírame correr! ¡Soy el más rápido del mundo!”, suena lindo viniendo de un niño pequeño, pero esas mismas palabras de un adulto serían inquietantes. Para bien o para mal, la mayoría de nosotros aprendemos a ocultar nuestra arrogancia ante el mundo.
Sin embargo, cuando los discípulos del Señor preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?” (Mt 18.1), parece que estaban tratando de ponerse unos por encima de otros.
Cristo respondió a la pregunta infantil con una reprensión necesaria. Sí, como hombres adultos, tenían un estatus legal y social que las mujeres y los niños no podían alcanzar. Pero en el reino de Dios, este tipo de privilegio no solo no les daría poder; también sería un obstáculo para la verdadera grandeza. No obstante, hay una cualidad infantil que Dios valora: para ser “grandes” a sus ojos y en el reino, debemos despojarnos de poder y estatus y volvernos humildes, como el Señor Jesús lo hizo (Fil 2.5-8).
Como seguidores de Cristo, también estamos invitados a dejar de lado cualquier estatus terrenal que hayamos logrado, y a volvernos humildes como niños pequeños. Al hacerlo, podemos encontrar el reino de Dios en medio de nosotros.
Biblia en un año: ÉXODO 4-6
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