Grandes Montañas Humeantes, Tennessee. Fotografía por Charles F. Stanley. |
Amamos como Jesucristo cuando nos servimos unos a otros.
¿Hay alguna tarea doméstica que usted no soporta hacer, pero sabe que debe hacerse? Tal vez se encuentre mirando hacia otro lado, esperando que otro se haga cargo de ella.
Lo bueno es que Cristo no es así. En su última noche con sus amigos, mientras se reunían para cenar, alguien tenía que limpiar todos los pies sucios. Después de todo, estarían sentados en el suelo. Sus sandalias estarían llenas de polvo y suciedad y de cualquier otra cosa que hubieran pisado en las calles. Esta tarea se consideraba tan repugnante y servil que se cree que incluso a veces los esclavos se negaban a hacerla.
Pero esa noche, el Señor Jesús mismo llenó una palangana de agua y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. Pedro se horrorizó y exclamó: “¡No me lavarás los pies jamás!” (Jn 13.8). Pero el Señor insistió. Allí, en sus últimas horas juntos, era primordial que comprendieran exactamente quién era Él. Sí, era su Maestro, Señor y Amo. Y sus señales y maravillas eran evidencias de que era Dios. Pero este Dios vino a servir, no a exigir. A morir, no a matar.
¿Qué significa seguir a Dios de esa manera? Esa noche, con sus amigos, el Señor Jesús lo demostró claramente. Después de todo, ningún discípulo puede ser mejor que su maestro. Debemos ser personas que se sirven unas a otras.
Biblia en un año: RUT 3-4
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