Ciudad de la Montaña, Georgia. Fotografía por Charles F. Stanley. |
Deténgase por un momento para alabar al Señor por su fidelidad y su misericordia infinita.
Es asombroso cómo la muerte y la vida ocurren tan cerca una de la otra. Se dice que el amanecer llega justo después de la hora más oscura de la noche. Y justo cuando sospechamos que no podremos sobrevivir un momento más al letargo y a la oscuridad del invierno, llega la primavera.
Llega como un simple indicio, un susurro. Un matiz de verde demasiado pequeño para verlo y, sin embargo, de algún modo, percibimos que el bosque, antes estéril, ya no está completamente sin vida. Pronto el canto de las aves nos despierta por la mañana y los capullos de las flores se asoman por la tierra. Donde antes solo había la muerte del año pasado, de repente brota una nueva vida.
El Señor tiene la clave de este misterio, el Creador que entona la canción que lleva a la Tierra a otro año de vida. Y a través de todo ello, aprendemos a ver, a confiar, a saber que Dios, cuya fidelidad se manifiesta con claridad en la primavera, nunca nos ha abandonado, ni siquiera en los momentos más oscuros del invierno.
El Creador que plantó el primer huerto en Génesis, que plantará el árbol de la sanidad en Apocalipsis, nos envía hoy lluvias primaverales, al revivir la Tierra. Dándonos nueva vida. Al finalizar este mes, oremos: Dador de la vida, nunca nos has abandonado. Ponemos ahora nuestra mirada en ti con gratitud y adoración.
Biblia en un año: 1 SAMUEL 22-24
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