Parque Nacional de los Glaciares, Montana. Fotografía por Charles F. Stanley. |
En tiempos difíciles, tome un momento para maravillarse ante la evidencia del amor y el cuidado de Dios a su alrededor.
En el pasaje de hoy, Santiago escribe: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg 1.17).
¿Alguna vez se ha maravillado usted de las muchas bendiciones que hay en su vida? El aire que respira, el sol que le calienta el rostro, el amor de sus seres queridos... son regalos preciosos. Todo lo que disfrutamos nos ha sido concedido por nuestro Creador amoroso que nunca cambia, ni nos da motivos para que dudemos.
Nuestras vidas, por el contrario, cambian de manera constante, y encontraremos momentos agradables intercalados con períodos de dificultades y tristeza. Sin embargo, siempre podemos confiar en Dios, cuyos regalos nos recuerdan su naturaleza inmutable. Incluso cuando enfrentemos dolor y adversidad, podemos ver el amor y la misericordia del Padre, en cada aliento que tomamos, cada relación que disfrutamos y cada amanecer que presenciamos.
Los regalos de Dios son perfectos y están diseñados con precisión para sostenernos de un modo que nos llena el alma. Recibámoslos con un corazón lleno de gratitud y hablemos de ellos como una manera de dar testimonio de su amor.
Biblia en un año: 1 CRÓNICAS 1-3
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