jueves, 7 de agosto de 2025

Fernando Vargas fue un vendaval

"Debuté, arrasé y me consagré antes de lo que algunos imaginaban."

Fernando "El Feroz" Vargas no fue un boxeador. Fue un vendaval.
Hijo de inmigrantes mexicanos, criado en Oxnard, California, creció entre carencias y peleas callejeras. Cuando entró al ring por primera vez como profesional, lo hizo para no mirar atrás: ganó por nocaut en apenas 56 segundos.

Era 1997. En solo un año y medio, ya tenía a todos hablando de él. Sumó seis nocauts seguidos y acumuló menos de diez rounds en total sobre el ring. A los 21 años, se consagró campeón mundial superwelter de la FIB tras derrotar al durísimo Yori Boy Campas. El cinturón lo levantó con orgullo y con hambre.

No era solo fuerza. Tenía técnica, agresividad y un corazón que no negociaba nada. En su primera defensa, mandó al retiro a Raúl Márquez. Luego venció a Winky Wright, a Ike Quartey, a Howard Clarke.
Parecía invencible. Parecía destinado.

Pero el boxeo es cruel. En el 2000 se cruzó con Félix Trinidad. Lo tiraron dos veces en el primer round. Se levantó. Tiró a Trinidad en el cuarto. Volvió a levantarse. Hasta que en el duodécimo, ya sin piernas, sin aire, sin nada, cayó noqueado.
Ese día, Vargas se ganó el respeto de todos. Porque perdió, sí… pero peleó como los que no se rinden nunca.

Después llegaron Óscar De La Hoya y la guerra total. Shane Mosley y la sangre. Las lesiones. Las suspensiones. Las críticas. Las dudas. Pero nunca dejó de dar la cara.

Se retiró joven, con 26 victorias (22 por nocaut) y apenas 5 derrotas. Pero su fuego sigue vivo. En la memoria del boxeo. En los gimnasios de barrio. En la furia de sus hijos, que hoy también boxean.

Porque Fernando Vargas no fue un campeón más.
Fue el hijo del dolor, el hambre y la gloria.
Fue el Feroz. Y eso no se olvida nunca.

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