miércoles, 29 de octubre de 2025

Pambele nos enseñó a ganar

El 28 de octubre de 1972 ––hace 53 años–– Kid Pambelé ganó el primer título mundial de boxeo para Colombia. ¿Qué más se puede decir de él a estas alturas? En mi libro "El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé" está este episodio divertido que pudiéramos denominar "La boa constrictor". Lo comparto con ustedes: 
Le digo entonces, a propósito, que muchas de las anécdotas suyas me las ha contado Mendoza Carrasquilla. Por ejemplo, la de la "boa constrictora". Pambelé se ríe, mueve la cabeza hacia los lados como si estuviera negando algo. 
 ––¡El docto sí es malo! ––exclama––. ¿Te contó esa vaina?
 El cuento es así: el 28 de abril de 1978, en vísperas de la pelea contra Tongta Kiatvayupak en Tailandia, Pambelé estaba asustado debido a que, por primera vez en su carrera, presentaba sobrepeso. Su reacción inicial cuando la balanza marcó quinientos gramos de más fue decir que debía tratarse de un error. Él, como les constaba a quienes lo conocían, era un welter junior natural. Aunque consumiera el almuerzo más grande media hora antes del pesaje, se mantenía en los límites de la categoría. Sin embargo, la tozuda realidad parecía empeñada en contradecirlo: al subir por segunda ocasión a la báscula el resultado volvió a ser adverso. En ese momento le entró la suspicacia. Con seguridad querían arrebatarle con trampas la corona que jamás le quitarían limpiamente en el ring. Fidel Mendoza Carrasquilla le concedió la razón, pero le dijo que en patio ajeno jamás ganarían esa batalla jurídica. Lo mejor – le advirtió – era bajar de peso en las seis horas que faltaban para comenzar el combate. Así que a comer papaya, a tomar bastante agua, a visitar el baño cuantas veces fuera necesario y a caminar. Eso sí: le recomendó que antes de retirarse a su habitación a eliminar los quinientos gramos que le sobraban, se pesara de nuevo, ahora sin el pantaloncillo. 
 ––Así quedamos debiendo menos, Toño ––le explicó–– porque ese pantaloncillo tuyo pesa como ciento cincuenta gramos.
 Pambelé, dueño de un gran sentido del pudor, le dirigió una mirada a medio camino entre el espanto y la reprobación. 
 ––¡Ni se le ocurra, docto!
 Justo entonces sucedió algo que le hizo cambiar de idea. El rival, que también estaba excedido en el peso, se quitó el calzoncillo y subió a la báscula. Mendoza Carrasquilla supo que la situación era oportuna para sacar su caña de pescar y aventurarse en aquel río revuelto. Al primer golpe de vista consideró que el tailandés  parecía un eunuco, y decidió manifestárselo a Pambelé en el acto. Para hacerse entender, claro, tradujo su observación a la jerga maliciosa del Caribe. 
 ––Lo que es la vida, Toño: tú con vergüenza de encuerarte y el tailandés mostrando sin pena esa cosita tan chiquita.   
 Pambelé miró de reojo, sonrió. Entonces le habló al oído a Mendoza Carrasquilla. 
 ––¡Mierda, docto, ese pobre chino no tiene picha sino verruga!
 Cuando le llegó el turno de subir desnudo a la báscula lució sereno. En cuestión de segundos la terraza del Hotel Sheraton de Bangkok, donde se llevaba a cabo la ceremonia del pesaje, se transformó en un pandemónium. Los curiosos que se habían arrimado cuchicheaban, sonreían. Quien miraba con mayor descaro era una viejita de lentes gruesos. Mendoza Carrasquilla contenía la risotada porque no quería abochornar a Pambelé. Pero Pambelé, de todos modos, sufrió un nuevo ataque de pudor y se tapó el sexo con las dos manos. Minutos más tarde, ya en su habitación, le dijo a Mendoza Carrasquilla que no entendía el por qué de tanto revuelo.
 ––Lo que pasa es que ellos nunca habían visto una boa constrictora–– le respondió Mendoza Carrasquilla.
 Pambelé se encogió de hombros. En seguida, mientras cortaba en rodajas una papaya madura, lanzó su conclusión sobre el episodio que acababa de protagonizar:
 ––No joda, docto, ¡y eso que me la vieron muerta!

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