Laura Ortiz / SEMANA
El profesor de Harvard admite que el hecho de tener una rutina provoca que una persona piense, sienta y trabaje mejor.
“Entreno intensamente durante una hora todos los días y no trabajo mientras entreno. No escucho podcasts de neurociencia porque agotaría la dopamina, un neuromodulador de la concentración. Mi entrenamiento combina cardio de zona 2 y entrenamiento de resistencia. Llevo 25 años haciendo esta rutina”, desliza.
Explica en el medio que dedica unas dos semanas y media de cada ciclo laboral a su columna en ‘The Atlantic’. Trabaja con diez semanas de antelación porque se cerciora de que las técnicas que recomienda funcionan, y por eso las prueba él mismo. Si no funcionan, no las publica.
Al mediodía come otra ración de proteínas. A veces opta por requesón y otras por ensalada de salmón. Después, se va a la Universidad a dar clase de Liderazgo y Ciencia de la Felicidad en la Escuela de Negocios y en la Escuela Kennedy de Harvard. Brooks confiesa que su clave para no agotarse es rodearse de una red personal que le dice cuándo tiene que parar. “La clave para no agotarse es asegurarse de tener vida propia; trabajo con mucha gente que me ayuda a organizarme, así que no tengo que trabajar 12 horas al día durante el fin de semana”, señala.
El experto en felicidad vive a caballo entre Boston y el norte de Virginia. Viaja unas 48 semanas al año, pero intenta estar los fines de semana en su casa. Una vez está allí termina la jornada laboral a las seis de la tarde y el resto del día lo pasa con sus hijos y nietos. Después de cenar, sale a caminar durante 40 minutos con su mujer. Durante esa caminata, hablan de lo que cada uno está leyendo o investigando puesto que ella trabaja en teología católica para alumnos hispanohablantes.
Después de quemar esas calorías en la caminata, regresan a casa y rezan juntos el rosario. Se acuestan alrededor de las nueve e intentan evitar las pantallas. Arthur Brooks insiste en que es muy importante seguir una rutina no solo porque cambia el ánimo, en su caso también es para evitar seguir los pasos de su familia.
“En mi familia, la esperanza de vida es muy baja. Tengo 61 años; a mi edad, mi madre padecía demencia severa, y no soy mucho más joven que mi padre cuando falleció a los 66. No fumo, no bebo alcohol ni consumo sustancias psicoactivas porque son neurotóxicas”, revela
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