| Quizás, después de tantos años, ya ni siquiera sabemos quiénes somos realmente. |
Vivimos convencidos de que somos seres únicos, irrepetibles, especiales.
Decimos que queremos libertad, pero la verdad es que solo queremos elegir nuestras propias cadenas. Llamamos “independencia” a la posibilidad de escoger una versión diferente de la misma prisión. Cambiamos de jaula, pero seguimos encerrados, convencidos de que ahora sí somos libres.
La verdad, aunque duela, es que todos estamos representando un papel. Creemos que somos libres, pero solo actuamos el personaje que nos asignaron antes de que supiéramos hablar. La vida es un teatro, y nosotros, actores sin libreto propio.
Cuando por fin te preguntas “¿Qué es realmente la vida?”, te das cuenta de que nadie tiene la respuesta. Todos giramos en círculos, fingiendo saber a dónde vamos, repitiendo frases hechas y siguiendo caminos trazados por otros.
Las personas no cambian, solo adaptan su máscara a nuevas circunstancias. Si observas tus propios patrones, verás que repites los mismos errores, los mismos miedos, las mismas excusas. Lo llamas “crecimiento” para sentirte mejor, pero en el fondo sabes que es solo un cambio de escenario.
Ignorar la oscuridad que llevas dentro es el peor error. Todos tenemos un lado oscuro. No eres mejor ni peor que nadie. Cuando aceptas tu sombra, dejas de fingir ser “bueno” y empiezas a ser real.
La verdad más dura de todas: no eres especial. Nadie lo es. Todos jugamos el mismo juego, seguimos las mismas reglas, aunque nos guste pensar lo contrario. Pero ahí está la magia: reconocerlo y dejar de fingir.
Cuanto más profundo buscas, menos sentido tiene la vida. Deja de buscar respuestas. La pregunta en sí misma es una trampa. La vida no tiene que tener sentido. Simplemente es. Acéptalo… o sigue fingiendo que es otra cosa.
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