A los sesenta —y más allá— uno entiende por fin que la vida no era esa carrera apresurada que nos hicieron correr, sino el paisaje que se iba quedando atrás mientras mirábamos el reloj.
Y duele darse cuenta tarde… pero al mismo tiempo, qué bendición tener todavía tiempo para mirarlo todo de nuevo, con otros ojos, con otro corazón.
Porque ya trabajaste más de la cuenta, ya diste más de lo que recibiste, ya sostuviste mundos enteros sobre tus hombros cansados.
Y es ahora, precisamente ahora, cuando la vida te dice en voz bajita: "suéltalo… ya es tu turno".
Deja de vigilar el dinero como si el mañana fuera una amenaza.
El mañana nunca estuvo garantizado, pero este instante sí: este café que humea, esta brisa que entra por la ventana, esta risa que aún te nace cuando menos lo esperas.
Regálate caprichos, aunque sean pequeños; compra flores aunque no haya ocasión; prueba sabores que nunca probaste; abraza la vida como si recién estuvieras aprendiendo a vivir.
No te metas en guerras que no son tuyas, ni en promesas que ya no te entusiasman.
Los hijos tienen alas, que las usen; los nietos tienen padres, que los críen.
A ti te toca acompañar desde la ternura, no desde el sacrificio.
Te toca aconsejar desde la experiencia, no cargar desde la obligación.
Cuida tu salud, sí, pero no permitas que las pastillas sean tu único tema.
Habla de lo que te hizo vibrar, de lo que te rompió pero también te reconstruyó, de la música que te salvó en noches largas y de los caminos que aún deseas recorrer.
Habla de lo bueno, porque lo malo ya lo viviste suficiente.
Y cuando alguien te mire con lástima, como si la edad fuera una sentencia, míralo tú con compasión.
Porque pobre es quien cree que la vida se termina cuando el cuerpo cambia; sabio es quien entiende que la vida apenas empieza cuando el alma se libera.
A esta edad, uno ya no compite, no demuestra, no ruega.
A esta edad uno simplemente es: más auténtico, más ligero, más profundo.
Ríete de lo que antes te dolía, celebra lo que antes ignorabas, y deja que el mundo se amargue solo si así lo desea.
Tú ya cruzaste demasiadas tormentas como para temer a la lluvia.
Estás aquí, de pie, con cicatrices que cuentan, con historias que valen, con una dignidad que no cualquiera alcanza.
Y sí: eso es un privilegio.
Un privilegio que te ganaste con cada lágrima, con cada lucha y con cada amanecer que todavía te sorprende vivo.
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