martes, 2 de diciembre de 2025

BYUNG-CHUL HAN, FILÓSOFO: "LA FELICIDAD NO TIENE QUE VER CON UNA VIDA ACTIVA, COMO DECÍA HANNAH ARENDT, TIENE QUE VER CON UNA VIDA CONTEMPLATIVA"



Es posible experimentar una forma de felicidad serena y duradera, una felicidad que no depende de lo que hacemos, sino de lo que somos cuando dejamos de hacer


El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, es una de las voces más influyentes y provocadoras del pensamiento contemporáneo. En su ensayo Vita Contemplativa. Elogio de la inactividad (2023), Han retoma las ideas de la pensadora Hannah Arendt para cuestionar uno de los pilares de la modernidad: la creencia de que la felicidad se encuentra en la acción, en el constante “hacer”. Frente a esta noción, el autor de La sociedad del cansancio propone una visión radicalmente opuesta: la verdadera felicidad, sostiene, no está en una vida activa, sino en una vida contemplativa, en la capacidad de detenerse, reflexionar y simplemente ser.

Hannah Arendt, en su célebre obra La condición humana (1958), defendía lo que denominó la vita activa, una existencia basada en el trabajo, la acción y la participación en la vida pública. Para ella, el ser humano alcanzaba su plenitud en la acción, en la intervención en el ágora —el espacio político y social de las antiguas ciudades griegas—, donde cada individuo mostraba su singularidad. Arendt veía en la inactividad y la irreflexión el origen de la “banalidad del mal”, esa obediencia ciega que podía conducir a horrores como el del Holocausto. Sin embargo, Byung-Chul Han considera que esta concepción, aunque comprensible en el contexto histórico de Arendt, no responde a las necesidades de nuestro tiempo.

En que medida depende la salud de la felicidad

En la actualidad, explica Han, vivimos en una “sociedad del rendimiento” marcada por la hiperactividad, la autoexplotación y la constante exposición. En este escenario, la acción ya no es sinónimo de libertad o de creatividad, sino de agotamiento. La obsesión por la productividad, el miedo a la quietud y la necesidad de mostrarnos continuamente —en redes sociales, en el trabajo, en la vida cotidiana— nos han llevado a un estado de cansancio colectivo. “El énfasis en lo nuevo y en el hacer constante, que en Arendt era un ideal, hoy se ha convertido en una trampa”, señala Han. Según el filósofo, la verdadera fuente de infelicidad contemporánea radica precisamente en ese “hacer sin descanso” que nos impide pensar, contemplar o disfrutar del simple hecho de existir.

Para Byung-Chul Han, la felicidad no depende de la acción, sino de la contemplación. Es en la inactividad —que no equivale a pereza ni a vacío— donde el ser humano puede reencontrarse con su esencia. La contemplación, dice, es un espacio de libertad interior donde el pensamiento se despliega sin la presión del rendimiento ni la necesidad de producir resultados inmediatos. “La vida solo adquiere su brillo en la inactividad”, afirma el filósofo. Frente a la lógica moderna que valora el tiempo solo cuando es útil o rentable, Han reivindica el derecho a no hacer nada como un acto de resistencia, pero también como una forma profunda de reconectar con la felicidad auténtica.
La Felicidad


El contraste entre Arendt y Han no es una simple oposición, sino un diálogo entre dos épocas. Mientras que Arendt temía la inacción por considerarla fuente de conformismo y peligro moral, Han la ve como el último refugio frente a la tiranía de la hiperactividad. En un mundo donde se confunde el valor personal con la productividad, la contemplación se convierte, para Han, en una forma de liberación. “El sujeto contemporáneo —dice— no descansa ni siquiera cuando descansa”, porque su descanso está programado, cuantificado y puesto al servicio del rendimiento.

 

La propuesta de Han resulta, por tanto, profundamente subversiva: ser feliz no consiste en hacer más, sino en aprender a detenerse. En una época saturada de información, velocidad y ruido, el filósofo nos invita a redescubrir la quietud, el silencio y la mirada interior. Solo en ese espacio de pausa —libre de expectativas, sin urgencias ni productividad— es posible experimentar una forma de felicidad serena y duradera, una felicidad que no depende de lo que hacemos, sino de lo que somos cuando dejamos de hacer.

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