Habitualmente estamos tan ocupados que nos olvidamos de quiénes somos y lo que estamos haciendo.
Conozco a mucha gente que afirma olvidarse incluso de respirar.
Nos acostumbramos a no mirar siquiera a las personas que amamos, de modo que solo las echamos de menos cuando ya se han ido. Y poco importa que no tengamos nada que hacer porque, al habernos desconectado de lo que sucede en nuestro interior, nos aprestamos a encender la televisión o llamar por teléfono… como si fuese posible escapar de uno mismo.
La consciencia de la respiración es la esencia de la plena consciencia, que, según el Buda, es la fuente de la felicidad y de la alegría.
Pero por más que todos llevemos, en lo más profundo, la semilla de la plena consciencia, nos hemos olvidado de regarla.
Si aprendemos, no obstante, a tomar refugio en nuestra respiración o en nuestro caminar,
volveremos a establecer contacto con esas semillas, volveremos a regarlas y a asistir,para nuestro disfrute, a su crecimiento.
En lugar de contentarnos entonces con una noción abstracta de Dios, el Buda o Alá, descubrimos la posibilidad de conectar con Dios a cada respiración y a cada paso.
Pero esta práctica, por más accesible y sencilla que parezca, requiere cierto entrenamiento.
Y, para ello, la práctica de detenerse resulta esencial. ¿Y cómo hacemos
para detenernos? Lo hacemos a través de la inspiración, la espiración y el paso. Y nuestras prácticas fundamentales para ello son la respiración atenta y el paseo atento.
Cuando las domines, podrás ejercitar la comida atenta, la bebida atenta, la cocina atenta,la conducción atenta, etcétera…, que te permitirán estar, en todo momento, aquí y ahora.
Thich Nhat Hanh
Felicidad
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