El lugar más silencioso del mundo, según El libro Guinness de los récords, está en Minnesota (EE. UU.). Diseñadas por los Laboratorios Orfield, las paredes de acero y fibra de vidrio de esta cámara anecoica absorben el 99,99 % del ruido. Un vacío sensorial que puede llegar a ser insoportable: nadie es capaz de aguantarlo más de 45 minutos sin volverse tarumba. De hecho, pasados alrededor de veinte, la mayoría de las personas que permanecen allí empiezan a escuchar cosas raras.
Una de las teorías para explicarlo es que su mente malinterpreta el murmullo de la sangre que pasa por los oídos. Como afirmaba el neurólogo y escritor Oliver Sacks en 2014, un año antes de morir, el cerebro no soporta estar inactivo e inventa realidades paralelas, “sensaciones autónomas de su cosecha”. También les pasa a los camioneros o a los pilotos, víctimas de la monotonía.
Asociadas normalmente a trastornos mentales o al consumo de drogas, las alucinaciones son, sin embargo, un fenómeno bastante frecuente. “Casi todos hemos experimentado alguna vez una pseudopercepción: creemos que nos han llamado cuando estamos esperando que lo hagan, por ejemplo. Y los niños ven monstruos o tienen amigos imaginarios, porque nos toma un tiempo diferenciar entre la realidad interna y la consensuada, compartida por la sociedad. Hay un aprendizaje de distinción en el que es muy importante la cultura, el intercambio”, apunta el doctor Luis de Rivera, director del Instituto de Psicoterapia e Investigación Psicosomática de Madrid.
El cerebro se lo inventa
Situaciones de estrés, la falta de sueño, las caídas de los niveles de azúcar en sangre y, como hemos apuntado ya, la privación sensorial pueden hacernos alucinar. Un caso de libro es el síndrome de Charles Bonnet, que experimenta el 10 % de las personas con enfermedades oculares y pérdida visual. Los afectados ven patrones coloreados, personas o animales que no existen. Aunque en este caso deberíamos hablar de pseudoalucinaciones, pues el paciente es consciente de que los espejismos han sido fabricados por su mente.
Situaciones de estrés, la falta de sueño, las caídas de los niveles de azúcar en sangre y, como hemos apuntado ya, la privación sensorial pueden hacernos alucinar. Un caso de libro es el síndrome de Charles Bonnet, que experimenta el 10 % de las personas con enfermedades oculares y pérdida visual. Los afectados ven patrones coloreados, personas o animales que no existen. Aunque en este caso deberíamos hablar de pseudoalucinaciones, pues el paciente es consciente de que los espejismos han sido fabricados por su mente.
El síndrome de Charles Bonnet confirma la idea de que nuestra masa gris no deja nunca de enredar, y que, cuando no recibe estímulos exteriores, llena los huecos por su cuenta. Un experimento realizado por investigadores de las universidades de Cardiff y Cambridge en 2015 demostró que a las personas con tendencias psicóticas se les daba mejor dar una interpretación concreta a imágenes ambiguas en blanco y negro. El resultado sugiere que sus mentes estarían más predispuestas a crear imágenes a partir de los escasos datos que le llegan de fuera. Un exceso de celo que podría desembocar en alucinaciones.
De todos modos, no es demasiado lo que la ciencia sabe a día de hoy sobre los mecanismos neuronales que desencadenan este fenómeno. En primer lugar, porque es difícil estudiarlo justo cuando alguien lo está viviendo. Los expertos sí han confirmado que la sensación de realidad surge porque se activan las mismas zonas neuronales que cuando contemplamos u oímos algo del mundo objetivo. Ya en 1998, investigadores del King’s College de Londres observaron que a quienes aseguraban ver caras se les encendía el giro fusiforme, la parte del cerebro especializada en identificarlas.
Cortocircuito neuronal
El problema surge cuando se interrumpe o deteriora la conexión entre la corteza sensorial y otras áreas encefálicas, como la corteza prefrontal –sede del pensamiento y las decisiones– o el hipocampo –centro de operaciones de la memoria–, encargadas de discernir la realidad interior de la exterior. En este sentido, es esclarecedor el estudio realizado por el equipo de la neurocientífica británica Sarah-Jayne Blakemore, que se propusieron averiguar por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Entre sus conclusiones, había una que llamaba la atención: algunos enfermos psicóticos sí eran capaces de provocárselas, pues no detectaban que se trataba de una experiencia interna, autoprovocada.
El problema surge cuando se interrumpe o deteriora la conexión entre la corteza sensorial y otras áreas encefálicas, como la corteza prefrontal –sede del pensamiento y las decisiones– o el hipocampo –centro de operaciones de la memoria–, encargadas de discernir la realidad interior de la exterior. En este sentido, es esclarecedor el estudio realizado por el equipo de la neurocientífica británica Sarah-Jayne Blakemore, que se propusieron averiguar por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Entre sus conclusiones, había una que llamaba la atención: algunos enfermos psicóticos sí eran capaces de provocárselas, pues no detectaban que se trataba de una experiencia interna, autoprovocada.
Semejantes descarrilamientos de la mente son síntomas habituales de dolencias psíquicas graves, especialmente de la esquizofrenia, pues sus víctimas escuchan voces críticas o vejatorias para ellos mismos. También pueden sufrir alucinaciones auditivas los deprimidos o los afectados por un trastorno bipolar, en consonancia con su estado de ánimo, recuerda el doctor de Rivera.
Si no es tu caso, pero has sufrido algún episodio alucinatorio, puedes tomártelo con filosofía, como hizo Sacks, que los experimentó al final de su vida, cuando empezó a perder la vista. “Me gusta comprobar de qué es capaz mi cerebro”, bromeaba.
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Fuente: muyinteresante / MF
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