Durante el último siglo solamente un político ruso ha permanecido más tiempo en el poder que Vladimir Putin: José Stalin, quien ocupó durante 31 años el cargo de secretario general del Partido Comunista de la extinta Unión Soviética, entre 1922 y 1953.
Tras su victoria en las elecciones de este domingo, Putin ocupará la presidencia de Rusia por cuarta vez hasta 2024, cuando sumará 25 años en el poder, si se cuentan los casi cinco años en los que fue primer ministro.
De acuerdo con los resultados oficiales, tras haberse escrutado 90% de las papeletas, el mandatario obtuvo más de 76% de los votos, superando por más de 50 puntos a su más cercano competidor: el candidato comunista Pável Grudinin.
El resultado no ha causado sorpresas, ya que el líder ruso lideraba las encuestas y, según analistas del Servicio Ruso de la BBC, el resto de candidatos no teníaninguna posibilidad de vencerlo.
Cabe destacar que el principal líder de la oposición, Alexei Navalny, estaba imposibilitado de participar en los comicios por haber sido condenado hace años en un caso de malversación de fondos.
Navalny asegura que se trató de un juicio con motivaciones políticas, debido a su protagonismo y a su voz crítica en las marchas contra Putin tras las elecciones de 2012.
En Occidente, el mandatario reelecto es visto por muchos como un autócrata alejado de valores como la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Pero en Rusia cuenta con altos índices de popularidad y su política exterior es un motivo de orgullo para muchos rusos.
¿Qué tiene este ex espía de El Comité para la Seguridad del Estado (KGB) convertido en político que atrae tanto a la población rusa?
1. El restaurador de la gran Rusia
La caída de la Unión Soviética a fines de 1991 dejó "confusión y resentimiento" en la ciudadanía rusa, como explica Veera Laine, investigadora del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales en el estudio Nacionalismo de Estado en la Rusia de hoy.
La que hasta entonces había sido una de las dos mayores potencias mundiales, de repente se desmembraba, perdía territorio y renunciaba a sus postulados políticos e ideológicos para adoptar prácticas que, durante décadas, había despreciado en áreas como la economía.
Además, al abandonar el control estatal de los precios, la sociedad sufrió una época de hiperinflación a la que se sumó el tener que asumir la deuda externa. Factores que también afectaron el orgullo nacional.
Sin embargo, durante los últimos años, el nacionalismo ha resurgido en Rusia y muchos expertos se lo atribuyen a Putin y su discurso que evoca la grandeza del pasado.
Uno de cada tres rusos cree que su país no forma parte de la cultura europea o asiática, sino que es una "civilización" única, según una encuesta realizada en 2014 por la agencia rusa Romir y analizada por el proyecto Neoruss.
Según Laine, el gobierno ruso tiende a "utilizar (y abusar) la historia eligiendo qué partes del pasado quiere resaltar o menospreciar".
Algo que explica que en la Rusia de Putin se admire tanto al zar Nicolás II, convertido en santo por la Iglesia Ortodoxa Rusa, como al principal sospechoso de haber ordenado su asesinato y el de toda su familia: Vladimir Lenin.
El éxito del mandatario recae en que, en una sociedad tan étnica y culturalmente diversa como la rusa, ha conseguido construir un concepto de "nosotros".
Para unir a grupos tan distintos como los tártaros y los rusos de la capital no se ha centrado en resaltar qué tienen en común, sino en qué los separa de disidentes, liberales y opositores: que estos últimos no comparten los "valores tradicionales rusos" del patriotismo y la moral de los primeros, según la investigadora.
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