sábado, 28 de julio de 2018

Maranzano, el sanguinario y refinado «Julio César» de la Mafia italiana que iba para cura


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«Un ejemplo perfecto del varón siciliano... un hombre audaz y dispuesto a combatir, un apóstol de la vieja tradición», describió Joseph Bonanno a Maranzano de forma elogiosa





Salvatore Maranzano pertenecía a un tiempo extinto, si es que alguna vez había llegado a existir. Ese en el que los mafiosos pretendían elevarse como los distinguidos y justos protectores del pueblo, un miembro de la «Honorable Sociedad». Nada más lejos de la realidad. La Mafia italiana, en este caso la siciliana, surgió como un grupo criminal que se aprovechaba precisamente de los humildes, a base de secuestros, robos y chantajes. Puede que Maranzano se creyera el mito durante un tiempo, pero su salvaje asesinato, al más estilo de Julio César, le devolvió de golpe al barro donde se movía la Cosa Nostra.
A excepción de episodios aislados entre bandas sicilianas y algunos encontronazos con la Camorra, las distintas familias de la Cosa Nostra de Nueva York convivieron en paz durante décadas. Sin embargo, a partir de 1930, la pretensión de Joe «El patrón» Masseria de convertir el cargo de «capo de capos» en algo más allá de una posición de árbitro imparcial inició un conflicto abierto entre familias sicilianas.
La conocido como «guerra de castellammarese», debido a la especial resistencia que presentó un grupo de mafiosos procedentes de la población portuaria de Castellammarese, supuso un punto de inflexión en la historia de la Mafia. Entre los ya de por sí tenaces sicilianos, los de Castellammarese, establecidos en Brooklyn, eran célebres por su negativa a aceptar imposiciones o abusos de poder. Así iban a presentarse al mundo.

«¡Diablos, si parecía un banquero!»

La guerra contra las fuerzas de Joe Masseria era desigual a causa de los muchos recursos a disposición de «El Patrón». Giuseppe Morello, el primer padre de la Mafia en EE.UU, salió de la cárcel durante esas fechas y puso su experiencia en manos de la banda de Masseria. Frente a la experiencia y la superioridad económica, David combatió a Goliat valiéndose de un sofisticado y culto mafioso, Salvatore Maranzano. De 42 años, el belicoso jefe de los castellammaresi tenía fama de hablar siete idioma y de haber interrumpido su carrera hacia el sacerdocio cuando ya se encontraba en el seminario.
Como el historiador Mike Dash explica en su libro «La primera familia» (Debate), el robo de varias cabezas de ganado a su familia llevaron a Maranzano a renunciar a sus votos, y dado que además su madre era hija de un poderoso capo de la provincia de Trapani, a iniciarse en la mafia. En EE.UU. se hizo contrabandista de licores aprovechando el boom que significó la Ley Seca. El siciliano elaboraba su propio alcohol en distintas destilerías ilegales y transportaba el licor a través de la frontera con Canadá.
«Un ejemplo perfecto del varón siciliano... un hombre audaz y dispuesto a combatir, un apóstol de la vieja tradición», describió Joseph Bonanno –jefe de una de las familias de Nueva York– a Maranzano de forma elogiosa. El refinado siciliano tenía poco que ver con los toscos mafiosos que poblaban los bajos fondos de Nueva York: «¡Diablos, si parecía un banquero!», exclamó en una ocaasión otro miembros de su banda.
Maranzano sentía fascinación por Julio César y el Imperio romano, y disfrutaba alimentando sus similitudes con los grandes generales clásicos. Astuto, instruido y buen planificador, Maranzano comprendió desde el principio que el primer paso para finalizar la guerra pasaba por sacar del tablero de juego a Morello y dejar que fuera el bruto de Masseria quien moviera las piezas.
El primer capo de capos de EE.UU. murió el 15 de agosto de 1930 atravesado por siete balas en las humildes oficinas donde gestionaba su imperio criminal en declive, y poco tiempo después Maranzano también ordenó eliminar a Manfredi Mineo, otro de los aliados de Masseria. El equilibrio de poder por fin empezó a beneficiar a los castellammareses.

El general romano que necesitaba su banda

Maranzano condujo la guerra de forma minuciosa. Según Bonanno, «cargaba cartuchos de escopeta. Le veía pesar la pólvora negra en una pequeña balanza y llenar los cartuchos con perdigones. Maranzano no quería cartuchos de escopeta comprados en la tienda: prefería prepararlos él mismo. Y lo hacía cada noche, antes de acostarse. Realizaba la tarea de cargar los proyectiles de escopeta como si fuera un ritual sagrado, con gran precisión, incluso con elegancia».
Una vez cargada el arma el capo solía repetir el mismo monólogo en voz baja: «Matar a un conejo, matar a un ciervo, incluso matar a un oso, es sencillo. Apuntas bien y disparas. Pero el hombre es el animal más difícil de matar. Cuando apuntas a un hombre, te palpita el corazón, tu mente se interfiere. El hombre es el animal más difícil de matar. Si puedes, tendrías que tocar siempre el cuerpo con la la escopeta para asegurarte de que está muerto. El hombre es el animal más difícil de matar. Si se escapa, volverá para matarte él a ti».
Tan solo la fama del siciliano inspiraba terror. Los desertores aumentaron entre las filas de Masseria y la ciudad entendió que el último obstáculo para finiquitar el conflicto era acabar con «El patrón», que sin la sutileza de sus consejeros fallecidos empezó a acumular error tras error. Lo que nadie esperaba, sin embargo, es que fuera uno de los más influyentes de entre sus asesores todavía vivos, Lucky Luciano, quien le infringió el golpe de gracia.
Con 33 años, Luciano hablaba mejor inglés que italiano, a diferencia de la generación anterior de mafiosos, y compartía pocas cosas con las estatuas de otro tiempo como eran Morello o Masseria. El joven siciliano lo único que quería era ganar dinero y terminar de una vez con esa carísima guerra. Maranzano compartía el mismo anhelo, salvo que lo hacía por otras razones. A principios de 1931, Maranzano y Luciano se reunieron en una residencia privada de Brooklyn para encontrar la forma de eliminar al grosero mafioso. ¡Y vaya si la hallaron! «El patrón» perdió su título, ese mismo año, y su vida en la sobremesa de una comida copiosa donde, de forma inesperada, Luciano se retiró al baño coincidiendo con la llegada de un grupo de pistoleros.

El fin de la guerra y el principio de una era

Salvatore Maranzano otorgó la jefatura de la banda de Masseria a Luciano y reunió a los grandes mafiosos de la ciudad en una gran sala de un edificio del Bronx para dirigir un discurso a la multitud (medio millar de gánsters): «Todo lo que ha ocurrido en el pasado ha terminado. Si habéis perdido a alguien en esta última guerra, debéis perdonar y olvidar. Si han matado a su propio hermano, ni siquiera tratéis de averiguar quién lo ha hecho. Si lo hacéis, lo pagaréis con la vida». Proclamado «capo ti tutti capi» de Nueva York, Maranzano prometió un tiempo nuevo y muy lucrativo para la Cosa Nostra en la ciudad, pero iba a incumplir esa promesa en poco tiempo.
Demasiado ocupado en sus negocios, el «capo ti tutti capi» provocó la ira de algunos de los aliados que le habían llevado al trono. Solo cinco meses después de que hubiera concluido la guerra, Maranzano temió que los jóvenes como Al Capone o Lucky Luciana conspiraran contra él. «Tenemos que deshacernos de ellos antes de que lo controlen todo», advirtió a los hombres de su guardia. No obstante, Luciano anticipó sus movimientos a los del veterano. El italoamericano organizó su muerte, apoyado por otros tantos capos italianos, incluidos algunos castellammaresi. Con la ayuda de Meyer Lansky, dos matones judíos, disfrazados de agentes de policía, entraron en las oficinas de Maranzano, en el noveno piso del edificio Helmsley.
Tras desarmar a los guardias del edificio, la pareja de asesinos irrumpió en el despacho del siciliano. Como si fuera Julio César en el Senado de Roma, Maranzano recibió una ráfaga de cuchilladas sin que ninguna le impactara directamente. El siciliano no era de los que vendían barata su vida. Forcejeó y se defendió hasta desesperar a los asesinos. Contraviniendo las órdenes que habían recibido, los matones, que algunas fuentes elevan a cuatro, desenfundaron las pistolas y acabaron con la vida del último «capo ti tutti capi».
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