miércoles, 30 de enero de 2019

La suerte de Maduro está echada, o lo parece

Estados Unidos ha apostado muy fuerte en Venezuela, y no va a perder la apuesta aunque tenga que patear la mesa de juego

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, junto al ministro de Defensa, Vladimir Padrino Lopez, y miembros de La Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, junto al ministro de Defensa, Vladimir Padrino Lopez, y miembros de La Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

   /   EL PAIS

Los antiguos decían que es un error comportarse en función de lo que piensen los demás, vivir pendiente del juicio de otros. Estados Unidos se ajusta perfectamente a ese principio: hace lo que le interesa sin importarle el qué dirán. Impera a cualquier precio y después baldea el piso con detergente propagandístico.

Sigue el principio romano de oderint dum metuant, que quiere decir “no importa que nos odien mientras nos teman”. A Estados Unidos le angustia la idea de que pueda haber alguien más temible. Y eso ocurre porque el hombre nunca renuncia a la destrucción y el caos, y es más seguro ser temido que ser amado.
No hay que ser especialmente despierto para saber quién mece la cuna en Venezuela. Todavía empañada la bola de cristal de la clarividencia, la maquinación norteamericana cuenta con una gran aceptación, porque Maduro es inaceptable, pero ha sumido al país en la incertidumbre, y sabido es que lo desconocido llena de conjeturas y fantasías las mentes atemorizadas.
No hay duda de que Maduro está en un brete, pero no es el tonto autobusero que se pinta, aunque su Gobierno sea catastrófico y desconozca la división de poderes de la democracia. Conoce sus limitaciones militares y sabe que la flecha no puede con el cañón y que nadie es héroe contra su pueblo. El temor a morir es más fuerte que el valor de los ideales, lo que ratifica la verdad absoluta de que valientes siempre ha habido muy pocos. Quizás por eso, todos nos miramos en el espejo de la lagartija, que elige vivir sin cola a dejar de vivir.
Juan Guaidó, consensuado entre la Casa Blanca y la oposición, también es susceptible de sentir miedo porque arriesga mucho. Al igual que Maduro, sabe que no hay guerra sin cementerios. En cualquier caso, es posible que el heredero de Chávez termine cediendo a cambio del pellejo, porque no hay quien prefiera estar siempre colgando que caer de una vez.
Estados Unidos ha apostado muy fuerte en Venezuela, y no va a perder la apuesta aunque tenga que patear la mesa de juego. Ya no estudia los posibles descartes y movimientos del contrario. Ha descubierto los naipes. Ha cruzado el Rubicón. A Maduro le tiene que estar sonando la frase del golpista César: alea iacta est, la suerte está echada.
¿Lo impedirán los militares? El vértice es chavista, pero del generalato hacia abajo el escalafón es bizcochable. El miedo es libre y en una situación límite, como la que podría plantear Estados Unidos, no serían pocos los cambios de chaqueta en la tropa y milicia.
Puestos a perder, perder lo menos posible, y siempre habrá algún chivo expiatorio a quien culpar. Los militares pueden ser muy duros en las guerras verbales, pero ir al choque con la primera potencia mundial son palabras mayores. Una cosa es hablar del diablo y otra verlo llegar.

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