Fernando Egaña
Los políticos gringos, sea cual sea su orientación ideológica, tienen la seguridad de que pueden determinar lo que pase o no pase en cualquier país del mundo. Pero la influencia que ellos creen es todopoderosa, es ciertamente una exageración y, en algunos casos, una ilusión. ¿Quién recuerda, por ejemplo, la fallida “primavera árabe”?… Y es que las dinámicas internas de muchos países son sumamente complejas y rebasan los diagramas burocráticos de la Casa Blanca, el Congreso de EEUU, el Pentágono o el Departamento de Estado. Y ni hablar del “complejo mediático”, en lineas generales, cada vez más superficial y distorsionante. Eso se ha visto una y otra vez, así como también se ha visto que una intervención de Washington también puede producir efectos muy concretos. Existe de todo.
Hay gente que considera que los gringos tienen una especie de varita mágica para cambiar realidades nacionales a su antojo. No creo en varitas mágicas. Sí confío, en cambio, en estrategias sólidas que tengan por fundamento un conocimiento profundo de la situación, comenzando por las aspiraciones populares de una nación. El poder de los gringos puede complementar la voluntad de cambio en un país. No es un poder omnímodo, sino ajustado a la trayectoria histórica de las naciones. Y Venezuela no es una excepción. Cuando Chávez iniciaba su primer período, y ya abundaban las tropelías, el embajador de Estados Unidos, lo justificaba declarando que ésto era una “democracia con sabor tropical”…
Las expectativas de que las sanciones del Potomac son un mecanismo definitivo para la eclosión de la hegemonía roja, no son expectativas que se estén cumpliendo. Trump, Pompeo y Bolton, plantean el tema como si se tratara de un pulso con Putin y el Kremlin, quienes estarían sosteniendo al repudiado Maduro. Pero no es así, quienes sostienen a Maduro –y de hecho lo pusieron allí– no son los rusos sino los cubanos. Pero que los referidos funcionarios estadounidenses, y otros más, lo reconozcan con claridad, no es fácil, porque sería reconocer una debilidad. ¿O es que acaso Cuba es una potencia económica o militar?
Claro que no lo es, es un país que vive en la miseria, pero tiene una élite político-gubernativa, con mucha más experiencia de continuismo por las malas y las peores, que Trump, Pompeo o Bolton juntos. Al fin y al cabo están lidiando con los gringos desde los tiempos de Eisenhower, hace ya más de sesenta años. Y si en Washington no queda nadie de esa época, en La Habana siguen mandando los mismos de siempre, empezando por Raúl Castro y Ramiro Valdez. Subestimar su capacidad de maniobra y su perfidia es un craso error, que acá en Venezuela hemos cometido una y otra vez.
El poder federal en Estados Unidos no es un despotismo, a pesar de que Trump da la impresión de hacer lo que quiera. No es así. Allá impera un estado de derecho, y hay un contrapeso real de poderes, que depende, desde luego, de las mayorías en el Congreso y de la fuerza de la Casa Blanca. Nosotros en esta Venezuela de mengua, no debemos examinar la conducta de los gobiernos de otros países, con base al proceder de la hegemonía roja. Acá impera una satrapía despótica y depredadora. En otras partes de la región, o del hemisferio, no. Por más “imperial” que parezca, en términos relativos, Trump tiene menos poder en su patio, que Raúl Castro en el suyo, incluyendo a Venezuela.
Este dato es importante de tenerlo en cuenta para tratar de afrontar la tragedia venezolana. De hecho, este dato es parte estructural de esa tragedia. El poder de los gringos no está en discusión, con las limitaciones señaladas. Pero las mañas de los castristas, tampoco.
flegana@gmail.com
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