miércoles, 15 de mayo de 2019

Temores que reducen vidas…


Hernani Zambrano Gimenez


Varios fueron los temores que, en vida, tenía Ernest Hemingway (USA), Premio Nobel de Literatura (1954). Acá traemos una parte de esos ‘temores’ tan humanos, publicados con breves críticas por el escritor, con fina textura analítica, crítica, y aun poética. A cada uno de esos ‘temores’ agregamos comentarios personales. Iniciemos con el temor a la soledad
“Yo temía estar solo, –comentó Hemingway– hasta que aprendí a quererme (valorarme) a mí mismo, porque el ser humano que ha decidido empezar a vivir seriamente por dentro, ya también ha comenzado a vivir más sencillamente por fuera”… Podemos agregarle, que la soledad es mala si la usamos para escaparnos de nosotros mismos. Pero la soledad es alimento espiritual cuando, sin estar deprimidos, disfrutamos nuestra propia sola compañía. Ralph Bunche (USA) señaló que: ¡Somos solitarios cuando, al buscar una mano, sólo encontramos,… puños!
“Yo temía también a fracasar –sigue Hemingway–, hasta que entendí que sólo fracasamos si no intentamos hacer. El ser humano no nace hecho para la derrota; toda persona puede ser humillada y aun destruida, pero jamás derrotada”… A estas palabras de Hemingway, agregamos que ¡quienes se desaniman ante un fracaso, quizás ya han tenido todo lo que pueden! Pero para otros, todo fracaso es el “condimento” que le da sabor al éxito.
Temía además –Hemingway–, a que le criticaran, hasta que entendió que, de todos modos, para bien o para mal, siempre opinarían de él; y esto le hizo pensar que no debemos hacer lo que, sinceramente, no queremos hacer”… Sumémosle nosotros acá que toda crítica debe hacerse a tiempo, y sin tener la muy mala costumbre de criticar siempre, después de los hechos, y sin que la crítica parezca como “azotar” a otros.
“Hemingway también temió a que le rechazaran, hasta que entendió que debía tener fe en sí mismo.”… Nosotros le agregamos que nunca odiemos a los enemigos si nos rechazan, porque esto enturbia el ánimo, nos afecta el juicio, nos pone a la defensiva, y en mucho nos debilita. El mayor error ante el rechazo, es sentirnos débiles, a veces derrotados, y entonces llegar a creer en la fortaleza de quienes, siendo débiles, se creen fuertes.
“Hemingway temía al dolor, hasta que aprendió que el sufrimiento, cuando no lo buscamos, es necesario para crecer y fortalecernos”… Señaló Buda que el dolor es inevitable, y por eso se nos aparece, pero el sufrimiento es opcional y depende de nosotros. Por esto, el dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un grande y poderoso maestro.
“Hemingway llegó a temerle, aun, a la verdad; hasta que descubrió lo feas y dañinas que son las mentiras. El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento, está en la humildad, y se hace más poderosa cuando se asocia a la verdad. Cuidemos la verdad –dijo–, aunque nos sea incómoda, pues mucho más incómoda es tratar de ocultarla”… La verdad, comentamos nosotros, nos ayuda a vivir de verdad, con la verdad; por esto –agregamos–, no hagamos lo que no queremos hacer con nuestras ideas: ¡La belleza y la verdad, bien podrían ser todo lo que necesitamos para conocer la felicidad!
“El escritor temió al odio, hasta que comprendió que el odio sólo es ignorancia”… Dijo que “se necesitan dos años para aprender a hablar, sesenta para aprender a callar”, y el resto para tener la oportunidad de erradicar el odio de nuestros sentimientos. Esta última expresión, subrayada, es una mezcla nuestra, sumada al pensar original propio del escritor.
“Temía al ridículo, hasta que aprendió a reírse de sí mismo, y de las apariencias”… El tema del ridículo lesiona y destruye a mucha gente, hasta limitar sus capacidades básicas y reducirles a ‘piltrafas’ humanas. La gente buena es en general gente alegre, que no se detiene a posar para los demás, tratando de engañar, con risa y posturas falsas, queriendo ser lo que no es.
Ahora para concluir, otras cosas que crean ‘temor’, y no están en el original de Hemingway: Pasado, Oscuridad, Cambio.
No temamos al pasado, cuando comprendamos que el pasado puede herirnos mucho más. Y en los fracasados, el pasado siempre busca hacerse presente. ¡Así no puede vivirse el presente! Añorar el pasado es correr tras el viento. Dijo San Agustín: “El pasado ya no es, y el futuro no es todavía”, y existe el peligro de que no vivamos, ni en uno ni en el otro. Sin embargo, el pasado bien manejado, como depósito de aprendizajes, puede revelarnos la estructura del futuro.
No temamos a la oscuridad, hasta que aprendamos a adorar cosas como la belleza de la luz de una estrella, en una oscura noche estrellada. La oscuridad cuando es física por la ausencia del sol, nos oculta miles de cosas, ¡pero cuántas nos guarda para la llegada del amanecer! Entonces no nos confundamos. Pero sólo la luz, la educación, la sabiduría, el progreso, la libertad y el amor, pueden sacarnos de la oscuridad creada por algunos cerebros humanos. ¡Para quienes no ansían sino ver, progresar y avanzar, siempre habrá luz en abundancia!
No temamos al cambio, hasta ver que aún la mariposa más hermosa necesita un gran cambio (metamorfosis), para poder volar y ser libre. Dijo el escritor Alexei Tolstoi que “todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa cambiarse, antes, a sí mismo”. Pensemos que las cosas no cambian, si no cambiamos nosotros. ¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle? Benjamín Franklin señaló: No cambies la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder. Heráclito de Éfeso, filósofo griego, lo dijo hace mucho tiempo: Todo cambia, todo se transforma, nada es, “nadie se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río, y el que se baña no es el mismo, cada vez que lo hace”.

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