El cerebro tiene preferencias que impulsan la aparición de características extremas como las colas de los pavos reales o los rasgos físicos infrecuentes de las modelos
Las marcas de moda o los productores de porno suelen recibir una crítica común. No representan cuerpos reales y nos están empujando a desear hombres y mujeres que no existen. Este planteamiento asume que el cerebro solo percibe la belleza y con suficiente insistencia se puede lograr que nos guste cualquier cosa. Sin embargo, el atractivo sexual de rasgos extravagantes no es, en absoluto, una característica exclusiva de los humanos y el cerebro tiene una función muy activa en la creación de físicos considerados bellos.
En su libro El gusto por la belleza, el catedrático de zoología de la Universidad de Texas Michael Ryan nos recuerda la confusión de Charles Darwin ante la cola del pavo real. Aquel apéndice no ofrecía al animal ninguna ventaja para conseguir alimento o protegerse de sus depredadores. Al contrario. Le volvía torpe y le hacía mucho más vulnerable. Sin embargo, por algún motivo, una buena cola era fundamental para atraer a las hembras y cumplir con el objetivo último de todos los seres vivos: reproducirse.
Los rasgos que hacen atractivo a un macho de rana o de pavo real le hacen más vulnerable a los depredadores
Cuenta Ryan que los experimentos con algunos animales han descubierto una predisposición en el cerebro a desear rasgos determinados que no son necesariamente beneficiosos para la supervivencia del individuo. El obispo colilargo, un pájaro que vive en varios países del África subsahariana, mide unos doce centímetros, pero puede tener una cola de más de medio metro. En los años 90, el zoólogo sueco Malte Andersson quiso poner a prueba si la longitud de la cola de los machos influía en su éxito reproductivo.
Su experimento consistió en modificar artificialmente la longitud de la cola de los pájaros. A un grupo se la recortó y utilizó los apéndices amputados para dotar de colas extralargas a un segundo grupo de individuos. Por último, utilizó como control un tercer grupo al que cortó la cola, pero se la volvió a pegar para dejarla en una longitud idéntica. Sus resultados mostraron que los machos con colas anormalmente largas incrementaban su éxito reproductivo, los que la tenían más corta lo reducían y los que no habían visto modificada su longitud lo mantenían. Andersson observó que existía una preferencia indefinida por las colas mucho más largas de lo normal que solo se vería limitada por la mortalidad que acarrea semejante ornamento.
Los humanos hacemos muchas cosas aparentemente estúpidas para tener sexo, pero no estamos solos en el mundo animal. Entre muchas especies, en particular para los machos, lograr el favor de las hembras implica arriesgar la vida. Igual que el obispo colilargo o el pavo real aumentan su atractivo sexual demostrando que van sobrados cargando con colas descomunales que les vuelven más vulnerables, algunas ranas seducen a sus congéneres con sonidos excitantes, pero nada baratos de producir. La rana túngara, que vive en varias regiones tropicales de América, realiza durante su cortejo un gemido que, sobre todo si tiene competencia de otros machos, acompaña de uno o varios chasquidos. El chasquido incrementa sus posibilidades de éxito, pero también atrae a murciélagos que pueden convertirlas en su merienda.
Las preferencias sexuales visibles u ocultas en el cerebro de las hembras ha generado un mundo con colas cada vez más largas, cuernos descomunales y colores vistosos. En muchos casos, detrás de esos alardes puede haber una muestra de fuerza, que a veces no se queda solo en el cuerpo de los aspirantes. Igual que un coche espectacular o una determinada indumentaria puede hacer más atractivo a un hombre, algunos pájaros crean escenografías espectaculares para extender su sex appeal demostrando su capacidad para proporcionar recursos a la hembra.
Para quienes creen que todo lo relacionado con el atractivo sexual es algo construido por la sociedad, y en particular por quienes tienen la sartén por el mango, Ryan recuerda que a la hora de buscar explicaciones al mundo que nos rodea no hay que elegir entre la cultura y la biología. La cultura no es algo que surge de la nada. Tiene su origen en unos rasgos biológicos que a su vez se pueden modificar por cambios culturales. Algunos antropólogos plantean que fue la preferencia de las hembras humanas por machos menos violentos y más capaces de cooperar entre ellos y en la crianza lo que dio lugar a una especie que, pese a ser muy cercana a chimpancés o gorilas, es mucho más débil y tiene colmillos más pequeños.
Esta influencia social se ve también en la volubilidad de muchos animales, humanos incluidos, a la hora de juzgar la belleza. Muchos estudios han mostrado que la compañía de alguien guapo incrementa el atractivo de una persona a los ojos de los demás. Esta característica la compartimos con animales como los urogallos. En sus lek, una especie de mercadillos sexuales en el que los machos se exponen para intentar ganar el favor de las hembras, el éxito suele ser desigual aunque las virtudes de los contendientes no difieran demasiado. Alrededor del 10% de los machos consiguen el 75% de las cópulas. El análisis de estas competiciones muestra que para los urogallos es crítico convencer el primero a alguna de las hembras. Cuando esto ocurre, las demás parecen pensar que algo deben tener esos primeros triunfadores porque empiezan a concentrar su interés en ellos. En ocasiones, alguien nos puede parecer más bello porque alguien lo ha considerado así antes.
Aunque Ryan recuerde que las preferencias sexuales no surgen de la nada, muestra cierta preocupación por cómo el porno o las marcas que utilizan la belleza como reclamo utilizan las preferencias ocultas y visibles de nuestro cerebro y les ofrecen estímulos que no existen en el mundo real. Algunos científicos han comprobado que los machos de la rana túngara solo son capaces de producir chasquidos atractivos para las hembras dentro de un rango, pero que es posible añadir un gran número de chasquidos de forma artificial que vencerían los producidos por machos reales. Los humanos ya somos capaces de crear esos estímulos ficticios, en particular para los hombres, y aún no conocemos sus efectos sobre las expectativas de la belleza a la que es razonable aspirar.
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