Luis Vicente León
Supongamos que las negociaciones siguen desarrollándose, aunque de manera prudente para evitar el acoso de los adversarios. Si eso fuera así, es fácil imaginar que el tema seguiría siendo la posibilidad de convocar una elección presidencial y mientras tanto dar marco a una transición, que permita liberar las presiones del entorno y rescatar capacidad de acción económica en el país.
La oposición podría estar dispuesta a aceptar una salida electoral antes de la salida de Maduro, pero nunca con este CNE y TSJ. El chavismo podría estar dispuesto a hablar del adelanto de elecciones, pero intentará que el proceso lo maneje su institucionalidad, algo que resulta inaceptable para su adversario.
El segundo punto de conflicto se presentaría alrededor de la forma como se daría la transición. Es obvio que el gobierno jamás cedería en la solicitud de que Maduro entregue el poder a Guaidó antes de esa elección, pero podría pensar en la opción de un gobierno mixto entre chavismo y oposición o el compromiso de entregar el poder transitoriamente a un representante de Maduro, mientras éste y el candidato seleccionado por la oposición, salen a la campaña con garantías internacionales.
En este caso, Noruega seguiría sirviendo de interlocutor entre las partes, mientras los otros paises aliados estarían dependientes de la evolución de los acuerdos promovidos ahí. El Grupo de Contacto tendría que estar dispuesto a esperar para apoyar la transición, una vez se adelante cualquier primer acuerdo.
Si el proceso noruego estuviera aún andando, no sabríamos su estatus, pero podríamos inferir que cualquier cosa que pase ocurrirá en breve, abriendo dos escenarios: 1) un acuerdo para ir a elecciones y 2) la ruptura definitiva de esta etapa de negociaciones, lo cual pondría en aprietos a todos los grupos que promueven negociaciones, ya que un nuevo fracaso dificultaría cualquier intento posterior en esa vía.
Si el proceso noruego estuviera aún andando, no sabríamos su estatus, pero podríamos inferir que cualquier cosa que pase ocurrirá en breve, abriendo dos escenarios: 1) un acuerdo para ir a elecciones y 2) la ruptura definitiva de esta etapa de negociaciones, lo cual pondría en aprietos a todos los grupos que promueven negociaciones, ya que un nuevo fracaso dificultaría cualquier intento posterior en esa vía.
Como entorno a todo esto, se verían con preocupación las batallas internas de poder en el chavismo frente a cualquier decisión que involucre ceder. Una vez develada la negociación, sus enemigos actuarían con rapidez, algunos para ser incorporados en el proceso y otros simplemente para dinamitarlo. En la oposición, pese a que los adversarios al proceso son también muy “expresivos”, su capacidad de acción es más limitada que en el chavismo y cualquier decisión que termine tomando Guaidó será probablemente más firme y blindada.
Sobre la posición de USA, que se veía como un bloqueador fundamental para cualquier acuerdo, todo parecería indicar que la administración Trump estaría entendiendo que su estrategia dura no funciona y las sanciones generales, económicas y financieras no van a provocar la salida de Maduro, pero sí a complicar la situación de la población y de las empresas privadas internamente. Aunque sin duda los Estados Unidos sería muy escéptico sobre la posibilidad de que las negociaciones puedan avanzar (y tiene toda la razón de serlo), su manifestación de rechazo se moderaría estratégicamente, para ponerse en modo espera y luego decidir una nueva hoja de ruta, ya sea si todo falla o, si por el contrario, se da el milagrito.
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