Los capos gallegos aún sobreviven en un mercado de drogas sobresaturado que se escapa del control policial
Pontevedra
Un traficante de poca monta llamado Ricardo Portabales logró poner patas arriba la Secretaría de Estado para la Seguridad del Gobierno de Felipe González cuando harto de estar en prisión se convirtió en el primer narco arrepentido de la historia de España. Su relato sobre las redes gallegas desencadenó la Operación Nécora, la primera redada policial contra el narcotráfico. Y todo empezó con una carta enviada a un juez de Pontevedra hace ahora 30 años.
Tras meses de preparativos, calibrando las fabulosas confesiones del arrepentido, la operación coordinada por el exjuez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón logró remover los cimientos del cuartel general del narcotráfico en España, pero no pudo socavar los fuertes intereses que los poderosos carteles colombianos ya tenían en Galicia para vender cocaína en Europa. El viejo continente sería al poco tiempo su segundo mayor cliente después de Norteamérica.
Pese al mediático macrojuicio y las decenas de operaciones policiales que desató la Operación Nécora, la ambición del narco alcanzó cotas que parecían impensables, cambiando el mapa estratégico de las drogas. El tráfico de hachís se ha desviado completamente al sur de la Península, y el de cocaína ha dado entrada a grupos multirraciales que operan desde Bélgica, Holanda y África. Hoy, el diagnóstico de la Comisión Europa es pesimista: “La disponibilidad de cocaína está en su máximo nivel de todos los tiempos” y “ha alcanzado el mayor grado de pureza en diez años”.
Mientras unos pocos narcos históricos quedaron escarmentados de la Nécora, otros han seguido en el candelero, ambicionando la primera línea de un mercado de drogas sobresaturado imposible de frenar ante la impotencia de una policía más numerosa y especializada. Uno de los ejemplos de capo incombustible es Manuel Charlín. Ya octogenario, el cabeza de Los Charlines, el mayor clan forjado a golpe de descargas de hachís y cocaína, quedó absuelto del macrojuicio pero cayó cinco años después (1995), arrastrando a toda su familia por narcotráfico y blanqueo, un proceso que todavía sigue pendiente de resolución judicial. Fue detenido en 2018 por un transporte de cocaína pero quedó apartado de la investigación por falta de pruebas.
José Ramón Prado, Sito Miñanco, con 64 años, pasó media vida en prisión. La Policía le sitúa en el máximo del tráfico internacional de cocaína. Fue detenido por tercera vez en febrero de 2017 implicado en otra descarga. Luego afrontó un juicio por blanqueo en el que él y varios familiares fueron condenados. Sito sigue renegando de su leyenda de narco. Ha pedido incluso al Supremo la revisión de su primera condena al haber tumbado el tribunal de Estrasburgo las escuchas telefónicas que había autorizado el juez Garzón para capturarle en enero de 1991, tras escapar de la redada de la Nécora.
Dos meses después de que Miñanco regresara a la cárcel, el turno de salida fue para Laureano Oubiña, el traficante de hachís que más años de prisión ha cumplido. Quedó absuelto de las acusaciones de Portabales pero encadenó varias detenciones hasta acabar perdiendo el Pazo de Baión, santo y seña de la guerra contra el narco. Su vida en libertad transcurre en los mercadillos y allá donde le dejan firmar ejemplares de su libro autobiográfico Toda la verdad, que alguna productora pretende convertirla en el guion de una serie televisiva. Aunque asume su pasado de contrabandista y narcotraficante, Oubiña ha llevado a los tribunales a todo aquel que le ha tachado de capo o ha puesto trabas a su reinserción.
Alfredo Cordero, otro eslabón del narcotráfico gallego, fue alumno en la escuela de Los Charlines pero fundó su propia banda después de cumplir la condena del juicio Nécora y fue detenido en dos ocasiones. Ha estado también implicado en el tráfico de heroína. Cordero sigue estando en el objetivo de la Policía mientras atiende sus negocios de hostelería.
Francisco Javier Martínez San Millán es otro ejemplo de supervivencia en el mundo del narco. Pasó 14 años como prófugo de la justicia, disfrazándose incluso de monja para escapar de la Policía, hasta que fue detenido a finales de 2014. Emulando a los capos sudamericanos, San Millán se sometió a operaciones de estética e incluso alteró sus huellas dactilares. Ahora también está en libertad condicional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario