lunes, 10 de febrero de 2020

Muere la soprano Mirella Freni, a los 84 años

Fue una de las últimas grandes divas de la ópera italiana, favorita de Karajan y hermana de leche de Pavarotti



La soprano italiana Mirella Freni en Cannes, Francia, en enero de 2010.
La soprano italiana Mirella Freni en Cannes, Francia, en enero de 2010.  AP
Podría decirse que ha fallecido Mimì. Pero no como joven costurera de La bohème, de Puccini, sino como inolvidable diva de la ópera italiana. Y tampoco en una buhardilla de París, sino en una casa de Módena y a los 84 años. La voz de Mirella Freni se apagó para siempre el pasado 9 de febrero, tras una larga enfermedad agravada por varios derrames cerebrales. Era uno de los últimos nombres míticos de la ópera italiana de la segunda mitad del siglo XX. Fundamental en títulos de Mozart, Bizet, Verdi o Puccini, y una de las cantantes favoritas de Herbert von Karajan, Freni pertenecía a la gran estirpe vocal del maestro Ettore Campogalliani. De su aula salieron nombres tan ilustres como Renata Tebaldi, Carlo Bergonzi, Fiorenza Cossotto, Renata Scotto, Ruggero Raimondi, pero también Luciano Pavarotti. Y con él compartió mucho más que una estrecha amistad o una relación artística.
Freni y Pavarotti nacieron en Módena, en 1935, y crecieron juntos en un ambiente humilde. Sus madres trabajaban en la misma fábrica de tabaco. Y ambos compartieron ama de cría. Solían bromear, siempre en dialecto modenés, sobre la excelente calidad de aquella “leche cantarina” que habían recibido. Lo recuerda Micaela Magiera, hija de la cantante, en su reciente libro de memorias, La bambina sotto il pianoforte (Edizioni Artestampa, 2018). Un relato familiar plagado de anécdotas donde narra los avatares de ambos astros de la ópera en relación con su padre, el pianista y director Leone Magiera, primer esposo de la soprano y apoyo incondicional de Pavarotti. Magiera fue determinante, por ejemplo, en la preparación de sus primeras óperas, ya que ambos apenas sabían leer una partitura en sus inicios. Es autor, además, de sendas monografías sobre “el método y el mito” de Freni y Pavarotti publicadas en la editorial Casa Ricordi, en 1990.
Ya con cinco años, la soprano italiana (cuyo verdadero apellido era Fregni) mostró dotes musicales innatas. Un tío materno descubrió que la niña podía imitar sin dificultad la voz de Toti Dal Monte cantando la escena de la locura, de Lucia de Lammermoor, en el gramófono. Pero la ópera no pasó de argumento para juegos infantiles; la niña, que era la mayor de cuatro hermanos, organizaba representaciones imaginarias de Madama Butterfly en el patio del vecindario. Tras la Segunda Guerra Mundial, Freni participó con éxito en varios concursos para diletantes, pero siguió el consejo de Beniamino Gigli de esperar. Y esperó a tener quince años para empezar a formarse como soprano lírica. En 1955 debutó, en Módena, como Micaela en Carmen, de Bizet. Parecía el presagio de una gran carrera, pero tras su boda con Leone Magiera y su inminente maternidad (en 1956 nació su única hija que bautizó con el nombre de su primer personaje), Freni optó por ir poco a poco. Y fue la clave de una larga carrera de cincuenta años como cantante de ópera.
Una Margherita en Il Mefistofele de Boito, en 1957, seguida al año siguiente por una sustitución de Victoria de los Ángeles, como Mimì en Bolonia, y el importante premio en el concurso Viotti de Vercelli, fueron un revulsivo. Su carrera se desarrolló en toda Italia con papeles de soprano lírica de Mozart (Susanna de Las bodas de Fígaro y Zerlina de Don Giovanni) y Puccini (Mimì y Liù, de Turandot). Pero también cantó a comienzos de los sesenta en Ámsterdam, en el Festival de Glyndebourne y en el Covent Garden de Londres, donde debutó como Nanetta en Falstaff, de Verdi. No obstante, su éxito más importante llegó en La Scala de Milán donde estrenó, en enero de 1963, una producción de Franco Zeffirelli de La boheme bajo la dirección de Karajan. Ese éxito coincidió con el arranque de su extensa fonografía. Grabó su primera Mimì en Roma, para EMI, bajo la dirección de Thomas Schippers y con Nicolai Gedda como Rodolfo; también registró para RCA ese mismo año Nanetta con George Solti en Roma y Micaela con Karajan en Viena. Pero fue Mimì su rasgo distintivo, un personaje que afrontaba con asombrosa naturalidad.
Freni quiso evolucionar hacia personajes de coloratura dramática. Y cosechó, en 1964, uno de sus fracasos más sonados en La Scala, como Violetta en La Traviata, de Verdi. El público veneraba el modelo de Maria Callas, pero la técnica, fraseo y homogeneidad vocal de Freni resultaron dramáticamente insuficientes para los loggionisti escalígeros. Comenzaron pronto los insultos y abucheos, a los que Freni plantó cara mirando con los brazos en jarra a la galería. Y al final tuvo problemas para abandonar el teatro. Volvió muchas más veces a La Scala hasta el final de su carrera, donde triunfó también con papeles de lírico spinto. Es el caso de dos inolvidables producciones de Giorgio Strehler y Zeffirelli de títulos verdianos como Amelia en Simon Boccanegra, bajo la dirección de Claudio Abbado, en 1971, y como Desdémona en Otello con Carlos Kleiber en el foso, en 1976. Pero, ya en 1965, Freni volvió a triunfar como Mimì en ese teatro, de nuevo con Karajan pero también con Pavarotti que debutó sustituyendo a Gianni Raimondi. Fue el inicio de su mítica pareja de Mimì y Rodolfo que, tras triunfar por todo el mundo (también en Madrid donde ambos cantaron La bohème, en 1970, en el Teatro de la Zarzuela con Nino Sanzogno y la Orquesta de RTVE en el foso), registraron esa cumbre fonográfica de la ópera de Puccini, en 1972 para Decca, con Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín.
Karajan animó a Freni a afrontar papeles cada vez más dramáticos, tras su primera aparición en el Festival de Salzburgo como Micaela, en 1966. Allí debutó como Desdemona, en 1973, encaró, dos años más tarde, su primera Elisabetta en Don Carlo y, en 1979, cantó Aida. La soprano grabó los tres títulos con Karajan para EMI, pero también supo decir que no a otras propuestas. Según reconoció en una entrevista, rechazó el proyecto de Karajan para que cantase el papel homónimo de Turandot y tan sólo aceptó grabar Cio-Cio San en estudio; “siempre respondo que no a las solicitudes para cantarlo en el escenario, porque es muy peligroso para la voz”, reconoció. Pero Freni siguió añadiendo nuevos roles, en los años setenta y ochenta, como los veristas de Adriana Lecouvreur, de Cilea, y Fedora, de Giordano. Y su unión sentimental con el bajo búlgaro Nikolái Giaúrov le abrió ,a partir de 1978, a varios títulos rusos de Chaikovski, como Tatiana en Eugenio Oneguin y Lisa en La dama de picas.
Además de los principales teatros europeos, Freni actuó asiduamente en Estados Unidos. Debutó en la Metropolitan Opera de Nueva York como Mimì, en 1965, y regresó con regularidad los años siguientes. Volvió, en 1983, como Elisabetta, tras casi tres lustros de ausencia y cosechó varios éxitos hasta 1996 en que estrenó una nueva producción de Fedora, con Plácido Domingo, publicada en DVD por Deutsche Grammophon. También cantó en Chicago y San Francisco, aunque eligió retirarse en Washington, en 2005, y sin previo aviso, tras cantar una producción de La dama de picas. En España, además de Madrid, actuó en festivales operísticos de Oviedo y Bilbao, en los sesenta y setenta, aunque sus apariciones más habituales fueron en el Liceu de Barcelona, donde debutó en 1971 como Marguerite en Faust, de Gounod. Allí cantó, hasta 1993, los papeles de Manon, Adriana Lecouvreur, Fedora y Mimì. Y, en 2007 recibió, en Oviedo, el Premio Lírico Teatro Campoamor. Sus últimos años vivió volcada en la enseñanza, tanto en Bolonia como Vignola, donde transmitió a los jóvenes las máximas que ella misma ha seguido en su medio siglo de carrera: trabajar muy duro, ser honesta a la hora de elegir el repertorio y saber decir que no.

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