Mark Zuckerberg, en Sun Valley (Idaho, EE UU), en 2018. |
El fundador de Facebook viste camisetas grises y se impone retos continuos que hace públicos: hablar chino, llevar corbata o comer solo animales que pueda matar con sus manos
Mark Zuckerberg (White Plains, 1984) CEO de Facebook y dueño y señor de Instagram y WhasApp, se hace mayor y se le nota. Tiene menos amigos que enemigos, menos cómplices que aliados circunstanciales, y se ha convertido en una persona insegura que en casi nada recuerda a aquel genio naive que se convirtió con 26 años en el millonario más joven del mundo con su sudadera y su camiseta de algodón gris.
Era 2010, Facebook era un sitio divertido y aparentemente neutral, y muchos entendieron que las camisetas de Zuckerberg les representaban. Ahora se sabe que son de Brunello Cucinelli, un diseñador italiano que produce cachemir de lujo, y que cada una puede costar entre 800 y 2.000 euros. Entre sus pocas desgracias están su ambición, su fe desmedida en la tecnología y la palabra disrupción. Un concepto que, según sus preceptos, justifica hacer tabla rasa allí donde se pueda y empezar de cero. La disrupción por la disrupción. El “lo hago porque técnicamente puedo”. Tal era la religión de Silicon Valley cuando lo conquistó este graduado de Harvard.
Su otra gran desgracia son sus exempleados, dispuestos a hablar con cuanto periodista o escritor quiera glosar los entresijos de la compañía y, sobre todo, las extravagancias de su fundador. En el último libro que es la comidilla del sector Facebook: The inside story (2020), su autor, el periodista Steven Levy (1961) entrevistó a cientos de personas, fieles y rebotados de la compañía. Un portavoz de Facebook reconoció que Levy había tenido “un amplio acceso a ejecutivos que fueron muy comunicativos respectos a sucesos dolorosos del pasado de Facebook”: “Aunque no coincidimos con todo lo que dice tampoco negamos las críticas. Estamos trabajando activamente para solucionarlas”.
En el retrato de Levy, Mark Zuckerberg es un hombre frágil, “consumido por su imagen pública”, obsesionado con aparentar serenidad y ocultar cualquier signo de nerviosismo y descontrol. Nada que ver con el aparente desparpajo de sus inicios.
Lo presenta especialmente inseguro acerca del aspecto de sus míticas camisetas grises, que han de lucir siempre secas e impolutas, para ello alguien de su equipo de comunicación debe tener siempre a mano un secador de pelo que evapore, literalmente, el exceso de sudoración del jefe antes de cualquier discurso importante. Se dice que es una secuela postraumática que le ha quedado de aquella comparecencia ante el Senado de Estados Unidos para dar explicaciones sobre el escándalo de Cambridge Analitics. Para la ocasión Zuckerberg se puso un traje y una camisa blanca que transparentaba los chorretones de sudor que le corrían cada vez que tenía que contestar una pregunta incómoda o una pregunta obvia, que también las hubo.
Levy escribe: “Zuckerberg, de 35 años, quiere lucir tranquilo, cool y seco en lugar de sudado y nervioso y sus asistentes tienen que garantizar que sus famosas camisetas grises estén inmaculadas antes de que él suba al escenario de un evento público”. Curiosamente la portavoz de Facebook, Liz Bourgeois, ha entrado al trapo y ha contestado a un correo electrónico de Busines Insider que le preguntaba por el asunto: “Dudo que sea verdad, pero si ha sucedido habrá sido una sugerencia de nuestro equipo de comunicación, y seguramente cualquiera que haya usado una camiseta gris podría entenderlo”.
El libro también dedica varias páginas a los celos de Zuckerberg con Instagram. Cualquier usuario habitual de Internet podrá constatar que tanto Instagram como Whatsapp, ambos comprados por Zuckerberg en 2016 y 2014, respectivamente, tienen actualmente más tirón que Facebook. En un intento de imponer la marca de la casa madre ambas plataformas llevan ahora un marchamo: Instagram from Facebook y Whatsapp from Facebook (Instagram de Facebook y Whatsapp de Facebook, en inglés). Como para que nadie se olvide de quien manda.
Los celos con Instagram empezaron, según el libro de Levy, en un viaje a Nigeria donde Zuck descubrió que a los adolescentes no les gustaba Facebook tanto como Instagram. A partir de ese momento se empezaron a reducir los recursos de Instagram hasta que se consiguió que los fundadores salieran de la empresa. Esta podría parecer una de las pocas decisiones puramente emocionales de Zuckerberg que por supuesto da otra versión de los hechos: liberó a los creadores de la plataforma para que pudieran ocuparse de proyectos innovadores y más interesantes… Fuera de la compañía. Según el autor de Facebook: The inside story, los creadores de Instagram todavía están perplejos ante el giro final de los acontecimientos. En una entrevista con Casey Newton, un periodista de The Verge, el autor cuenta que le preguntó directamente a Mark Zuckerberg por qué tenía tantos celos de Instagram, él negó la mayor aunque todo el equipo de exfundadores de Instagram podría probar lo contrario. Según su versión la purga se produjo en un momento en que se estaba probando el servicio de mensajería de la plataforma, lo que integraría mucho más a Instagram en la estructura de Facebook, en esta circunstancia parecía conveniente eliminar a los fundadores. “Visto así más que una decisión emocional movida por los celos estaríamos ante otra gran decisión estratégica”, dice Levy.
Zuckerberg no tiene aficiones conocidas y en su vida se lo plantea todo como un reto que hace público para obligarse a cumplirlo. A saber: usar corbata, hablar chino mandarín, comer solo los animales que sea capaz de matar con sus propias manos o leer un libro cada dos semanas. En un capítulo del libro Levy le pregunta si el trabajo de un CEO le parece divertido o estresante y tras una larga pausa que el autor describe como “el silencio de Zuckerberg, el ojo rojo de Sauron”, la respuesta es lapidaria: “Me conoces hace mucho tiempo y yo no hago lo que hago por diversión”.
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