Correr en el garaje, la nueva moda (ilegal) de los runners: "Lo hago a oscuras, disimulando"
Durante el confinamiento, algunos utilizan clandestinamente los sótanos para mantenerse en forma física y descargar adrenalina
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«Me escondo en el garaje porque en la azotea me vigilaban». Después de la siesta, Angelina desciende desde su cuarto piso en Cuatro Caminos hasta el sótano donde duerme su Qashqai de segunda mano. El pequeño recinto de 60 metros cuadrados ha reemplazado al gimnasio. Ella estira músculo de forma clandestina en época de confinamiento. «El garaje es una zona común en la que está prohibido realizar ejercicio, pero yo lo uso porque me ayuda a espantar el agobio de este maldito coronavirus. Doy vueltas como una tonta, pero eso me sirve para descargar adrenalina. Todavía no me han pillado y espero que esto siga así», sostiene sin remordimientos por su conducta ilícita.
«Ahí bajo todos los días, disimulando, como si fuera a coger unas revistas del trastero, cierro la puerta con discreción para no ser descubierta y empiezo a andar rápido. Camino sin encender la luz, para no despertar la curiosidad de los vecinos. Yo lo hago a oscuras, aprovechando la poca claridad que entra desde la calle. Me pongo el cronómetro y no paro hasta una hora después. Andar en un sitio tan reducido es incómodo y para evitar la claustrofobia no me queda otra opción que abstraerme», añade.
Angelina es una running de cuarentena que coquetea con lo prohibido: «Sé que esto es ilegal, pero no perjudico a nadie, no toco nada del garaje, no hay riesgo de contagiar ni de ser contagiada. A pesar de sentirme proscrita, el beneficio que obtengo, desestresándome, me compensa».
Javier, un veterano corredor de maratones, también se desahoga en la clandestinidad: « Soy un yonqui del deporte y como no tengo cinta de correr, ni bicicleta estática, me tengo que buscar la vida. Desde el comienzo del encierro salí un par de días a correr como un furtivo y tuve problemas con los vecinos, que me increpaban desde sus casas, por eso se me ocurrió utilizar una zona interior de la comunidad, que nadie aprovecha, para hacer ejercicio. Empiezo a las 9.30 horas y siempre hago el mismo circuito, desciendo por las escaleras desde el séptimo piso y bajo hasta el garaje, que es grande, con dos plantas. Allí hasta hago series en una recta de 50 metros. Así estoy durante 45 minutos, esto sirve para crear endorfinas».
"INGENIO HUMANO"
Este deportista de la zona de Chamartín ha asumido lo subrepticio como hábito: «A veces pienso que cuando acabe este encierro voy a tener síndrome de Estocolmo y que continuaré corriendo por aquí dentro».
Nuevas pautas generadas por un insólito destierro interior que precisan una visita al diván. «Que se recurra a la soledad y la oscuridad de los garajes para aliviar la tensión demuestra que el ingenio del ser humano es inconmensurable», afirma el psiquiatra Jesús de la Gándara.
«Hay dos tipos de individuos, los que buscan soluciones a los problemas y los que se alarman o atascan. Los que hacen deporte a escondidas son personas de sobresalto, inquietas, distintas a esas que se quedan tranquilas, atemorizadas. Ambos comportamientos son prototípicos del origen de la humanidad. Hay animalitos que para enfrentarse a las amenazas, para escaparse del león, se quedan mimetizados en el suelo, sobrecogidos, y otros que para huir realizan una tempestad de movimientos», añade de la Gándara.
Mikel Martínez, especialista en medicina deportiva, alerta sobre la peligrosidad de esta práctica: «Aunque algunos crean que no perjudican a nadie, lo cierto es que cuando hacemos deporte hiperventilamos y generamos más saliva. No podemos correr con mascarilla, porque nos ahogamos, y si somos portadores asintomáticos, el bicho que expulsamos no se queda en el aire, porque no flota, pero cae en las superficies, en el suelo, en las paredes, en los coches... por lo tanto aumenta la concentración de riesgo. Entiendo que no es algo conveniente, al margen de que todos debemos ser ejemplares y evitar la picaresca».
Este doctor apunta que esta nueva costumbre oculta es distinta a las actividades organizadas por comunidades de vecinos en recintos grandes y aire libre: «No me parece contraproducente utilizar patios o espacios abiertos para uso individual y con reparto de horarios, nunca utilizarlos en entrenamientos colectivos».
Marcelino Torrontegui, masajista del equipo de fútbol del Málaga, reclama que el ejercicio físico en tiempos de encierro es básico: «La situación es complicada, tenemos que buscar alternativas porque con lo que está sucediendo vamos a salir muy tocados mentalmente. Que algunos recurran a los garajes demuestra que la capacidad inventiva puede ser muy grande. Claro que no es el lugar adecuado para hacer deporte, porque psicológicamente es muy jodido correr a oscuras en un sitio cerrado, pero entiendo que lo hagan. Estamos como monos enjaulados, yo hasta las cinco de la mañana no me duermo. Me he puesto a correr, sin moverme, delante de la televisión, pero al final te revientas los gemelos».
Torrontegui asegura que todavía no ha visto a sus vecinos de Málaga invadir zonas comunes: «Aquí no baja ni el Tato y eso que las casas son pequeñas, en la mía somos cuatro y todos hacemos deporte. A veces parece que estamos en un circo, porque no cabemos todos en el salón y tenemos que relevarnos para hacer ejercicio. Hay peleas para subirse a la bicicleta estática, aquí hay más codazos que en una etapa del Tour».
Y es que cada uno se alivia como puede. «Yo no tengo la excusa de pasear al perro, por eso me bajo andar al garaje. Ya sé que es ilegítimo, pero no molesto a nadie», exclama Miguel, un funcionario madrileño que vive en la zona de Pacífico. «No veo el final del túnel, mientras tanto seguiré sorteando hileras de coches en este infernal confinamiento», incide desde su retiro oculto.
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