sábado, 16 de mayo de 2020

Recordando a Charles Dickens


Actualizado 
El escritor retratado en su estudio de Londres en 1859 por William Powell Frith.

UNA MUERTE REPENTINA

Había dedicado el día a trabajar en su novela El misterio de Edwin Drood, que quedaría inconclusa. "...Tuvo un ataque mientras cenaba. Se levantó de la mesa en su aturdido estado y dijo que debía ir a Londres; entonces cayó al suelo y nunca recobró la conciencia. Murió la tarde siguiente". De esta manera, un tanto teatral, el crítico norteamericano Edmund Wilson describe, en un largo ensayo publicado en su Obra selecta (Lumen), la muerte por apoplejía de Charles Dickens, que gozaba de una fama universal incomparable a la de cualquier otro escritor. Sucedió el 9 de junio de 1870, pronto hará exactamente un siglo y medio, en Gads Hill, la querida casa de campo del escritor inglés, en el condado de Kent. En contra de su deseo, fue enterrado en la Abadía de Westminster, en el llamado Ricón de los Poetas, cerca de las tumbas de Georg Friedrich Händel y John Milton, ante una muchedumbre. El novelista, cumbre de la literatura realista del siglo XIX, tenía 58 años, una edad demasiado temprana para morir incluso en la época. Dickens había tenido toda su vida una mala salud de hierro, a partir de una infancia y juventud desgraciadas, con una madre que le resultaba hostil y, sobre todo, con un padre sablista, tarambana y encarcelado en su día por delitos financieros, que no paró de darle problemas mientras vivió. El enorme éxito de sus novelas, iniciado a la casi juvenil edad de 25 años con Los papeles póstumos del Club Pickwick (1837), no excluyó los fracasos ni evitó los periodos depresivos. Dickens desplegó a lo largo de su vida una actividad frenética como novelista, periodista, hombre de teatro y conferenciante, trabajando hasta la extenuación, viajando con gran frecuencia y haciendo multitud de mudanzas de domicilio por circunstancias familiares. Algunos ven la causa de su prematura muerte en su enorme estrés profesional y personal. Obtenía pingües beneficios económicos de la lectura pública de sus novelas en los teatros, donde se congregaban multitudes. Sólo dos años antes de morir, había hecho una gira por los Estados Unidos en la que tuvo 471 actuaciones públicas.

UN MATRIMONIO SIN AMOR

Se acaba de volver a editar en Fórcola Dickens enamorado, un breve, ameno y muy bien escrito ensayo biográfico de la traductora y novelista Amelia Pérez de Villar. Tenemos disponibles en español, entre otras, dos obras de envergadura sobre el autor de Canción de Navidad (1843): Charles Dickens, el observador solitario (Edhasa), de Peter Ackroyd, y Charles Dickens (Pre-Textos), de Gilbert Keith Chesterton. El libro de Pérez de Villar, amén de su brevedad y claridad, tiene la virtud de, sin descuidar sus novelas ni el resto de su peripecia, centrarse en las relaciones amorosas de Dickens, que fueron muy dolorosas y cuestión clave en su carácter y en su literatura. Cuando Dickens murió llevaba doce años separado de Catherine Hogarth, con quien había vivido un matrimonio infeliz para ambas partes durante veintidós años. A Dickens, cristiano muy convencido, le llevó mucho tiempo admitir que Catherine y él eran muy diferentes y no se entendían en absoluto. No obstante, y de ahí la angustia y los problemas, tuvieron diez hijos y perdieron, antes de nacer, otros tantos. Dickens necesitaba escribir y publicar para ganar dinero, atender las necesidades de tan amplia familia y vivir cada vez en casas más grandes. La complicidad intelectual entre Charles y Catherine era nula.

CERCA DE TREINTA PELÍCULAS

Tras su difícil separación de Catherine, Dickens publicó -por entregas primero, como casi siempre- dos de sus principales novelas, Historia de dos ciudades (1859) y Grandes esperanzas (1861). Dos versiones cinematográficas de estas novelas -dirigidas por Jack Conway y Mike Newell, respectivamente- se pueden ver en Filmin, junto a otras doce basadas en relatos del escritor, uno de los más adaptados a la pantalla de la historia del cine. Calculo que hay unas treinta películas basadas en novelas de Dickens, y el cine es, por cierto, responsable del refuerzo de su imagen literaria asociada a narraciones caudalosas y sensibleras sobre la infancia miserable y maltratada, dirigidas a un público infantil, imagen que distorsiona gravemente su literatura y complica hoy su lectura entre el público adulto, que tiende a pensar que leer, por ejemplo, Oliver Twist (1838) es una experiencia innecesaria.

UN ROMANCE CASI IMPOSIBLE

Poco antes de separarse de Catherine, Dickens conoció a la jovencísima actriz de teatro Ellen Ternan, conocida como Nelly. Él tenía 45 años; ella tenía 18. Mal asunto. Iniciaron poco a poco una relación sentimental que podía haber sido plenamente satisfactoria, pero que desde el principio estuvo asfixiada por la dificultad de verse y por el escándalo público que suscitaría en pleno victorianismo. La reina Victoria, por cierto, era fan total de Dickens. Un hijo que tuvieron, del que no quedó constancia legal, murió al poco de nacer. Una película dirigida por Ralph Fiennes en 2013, significativamente titulada La mujer invisible, contó las relaciones entre Charles y Ellen. A Ellen se la puede vislumbrar, sin embargo, en determinados personajes femeninos de Historia de dos ciudades y Grandes expectativas como a María Beadnell se la puede reconocer plenamente en la Dora de David Copperfield (1850), la novela más autobiográfica de Dickens. Esta María, que no era gran cosa, fue el primero, juvenil y gran amor de Dickens, que no prosperó por el comportamiento errático de la chica y por el rechazo al entonces irrelevante jovenzuelo por parte del padre de ella. Este frustrado amor cubrió de tristeza media vida de Dickens, un gran perdedor en las lides sentimentales que buscó consuelo en dos hermanas de Catherine que ayudaron en su casa: Mary -prematuramente muerta, a la que quiso mucho- y Georgina, que estuvo con él y a su servicio hasta su muerte.

A LA ALTURA DE SHAKESPEARE

No hay duda de que Nicholas Nickleby (1839), La tienda de antigüedades (1840) y Casa desolada (1853) son novelas tan importantes como las citadas, pero su menor o nulo reflejo en las pantallas las mantienen en una zona de cierta penumbra. Habría que ver, como sugerí antes, si el cine le ha hecho un favor a Dickens o le ha causado un perjuicio. Su urdimbre literaria, su manejo de las estructuras narrativas, su potencia realista en la construcción de ambientes, personajes y situaciones -que conocía de primera mano, de patearse la calle-, incluso su humor, no pueden disfrutarse de igual manera en la lectura que ante la pantalla. Por más que el cine ha hecho mucho por difundir a Dickens -estamos hablando, ojo, de George Cukor, David Lean, Carol Reed o Roman Polanski-, al mismo tiempo ha trivializado lo dickensiano y lo ha amortizado para posibles lectores. El siglo XX no empezó bien para él ya que los modernos de Bloomsbury y la novela moderna en general -y Virginia Woolf en particular- arremetieron contra él y construyeron sus libros negándole. Era lo lógico, romper con el pasado, pero también injusto. Hoy, en vísperas del redondo aniversario de su muerte, conviene recordar que escritores tan distintos como Franz Kafka o Vladimir Nabokov lo admiraron y reconocieron su magisterio. Harold Bloom no pestañeó al situarlo a la altura de William Shakespeare. O casi.

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