El autor, una de las voces más respetadas del panorama literario de la segunda mitad del siglo XX, fallece a los 70 años en Caracas
Fue una de las voces más respetadas de las letras venezolanas en la segunda mitad del siglo XX. El poeta y ensayista Armando Rojas Guardia falleció la semana pasada en Caracas, la ciudad donde nació, a causa de un cáncer de páncreas. Tenía 70 años. Hijo del también poeta Pablo Rojas Guardia –que tuvo una enorme influencia en su formación intelectual—pasó parte de su infancia y juventud en el extranjero –Checoslovaquia, Nicaragua, Haití, Colombia y Suiza—debido al trabajo de su padre en varias embajadas. En Nicaragua trabó amistad personal con Ernesto Cardenal.
Graduado en la Universidad Central de Venezuela, con estudios en la Universidad Nacional de Colombia, ensayista, crítico, docente de literatura, mitología y filosofía de la religión, fue un referente de distintas generaciones. Sus cursos le hicieron célebre en Caracas. Desempeñó un papel importante en la conformación del llamado taller Calicanto, impulsado por la escritora Antonia Palacios, y tuvo una participación activa en la formación del Grupo Tráfico, colectivo renovador de la poesía venezolana creado en 1981.
Rojas Guardia, que transcurrió la mayor parte de su vida entre las ciudades de Caracas y Mérida, fue ganador, en dos oportunidades (1986 y 1996), del Premio Nacional de Poesía y del Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas (1997). En 2015 ingresó como miembro de número en la Academia Venezolana de la Lengua.
El crítico y también escritor venezolano Antonio López Ortega dice de él que “fue un autor que puso enorme atención en lo que planteaban las voces jóvenes de la poesía en Venezuela”. “Hizo una simbiosis muy interesante entre la poesía de orden clásico y una más cercana a la contemporaneidad. Los temas que le comenzaron a interesar –la religiosidad, el misticismo-; la poesía española del 27, expresada con un amplio dominio de la lengua, contrastaba con un discurso que mantenía un vínculo cotidiano con la calle. Su ensayística sobre misticismo y religión es de una enorme profundidad. Eso convirtió a Armando en un poeta muy especial, único en su generación”, continúa el crítico. Pero, sobre todo, “fue un maestro de poetas”. “Difícil que algún poeta venezolano de las últimas dos generaciones no haya pasado por uno de sus talleres literarios. Fue un gran instructor”.
Un erudito alejado del debate público, Rojas Guardia llegó a definirse varias veces como “un solitario”. “Era un hombre muy generoso, vivía como un asceta, muy humilde, parece que no le importaban demasiado los aspectos físicos de la vida. Es uno de sus casos de autores que se entregan a la poesía al punto que se sacrifica todo lo demás, incluyendo la salud”, afirma López Ortega.
El deterioro de la salud del poeta Rojas Guardia, aquejado por varios males en los últimos meses, había movilizado a sus amigos, que a través de las redes sociales trataron de recolectar dinero que hiciera posible el pago de sus gastos médicos. El también poeta, escritor y libretista venezolano Leonardo Padrón se despidió así en su cuenta de Twitter: “Se fue Armando Rojas Guardia. Viejo y entrañable amigo. Figura tutelar para los poetas de mi generación. Nuestro poeta místico. Un santo atormentado, y a la vez un huésped del infierno lúcido. Se te va a extrañar, Armando. Y se te va a leer. Mucho y siempre”. Hace poco, Rojas Guardia publicó esta reflexión en el portal Prodavinci “Escribir poesía en muchos sentidos representa un hecho coyuntural y, hasta cierto punto, accidental; lo de verdad trascendente y crucial es vivir poéticamente”.
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