La realidad es que todos pecamos y muchos vivimos con el alma muerta sin saberlo. Se cuenta que santa Teresa de Jesús vio un alma en pecado mortal y casi muere del susto. Don Bosco tuvo la oportunidad de ver el infierno en un sueño tan real que al despertar el olor fétido de los pecados que vio le siguió varios días.
Estamos en riesgo de perder una maravillosa eternidad al lado de Dios.
El demonio consciente de nuestra debilidad aprovecha al máximo nuestros momentos de incertidumbre o cuando estamos arrinconados por los problemas para hacernos más pesada la vida y que al final reneguemos de Dios. Es una antigua estrategia que le ha resultado con mucho éxito.
Tenemos graves peligros en la vida, es como si camináramos sobre un campo minado, y no vemos donde están enterradas las minas que acabarán con nosotros. El demonio es paciente, tiene la eternidad en su beneficio. Conoce las grandes debilidades de ser humano y sabe como hacernos caer.
Recuerdo una mañana que me encontraba en el Santuario Nacional del Corazón de María. El párroco me había dado permiso para colocar afuera, en el pasillo, una mesita con mis libros católicos. En eso una señora se me acerca cautelosa, ojea los libros, la veo inquieta. Parece que algo me quiere decir, pero no se atreve.
―Cómo puedo ayudarla, cuénteme.
Entonces se animó.
―Mi hijo es indisciplinado, vive en pecado, está cerrado a la verdad y no me escucha. No sé qué hacer.
La miré compasivo, sabía que como ella había miles de madres con el mismo dilema.
Volví la mirada hacia el oratorio donde estaba el sagrario, a un costado de la iglesia, como pidiendo ayuda a Jesús para poder responder.
Entonces vino a mi mente la historia de santa Mónica, la madre de san Agustín, un joven que en sus inicios era un vividor desenfrenado y un gran pecador.
¿Cómo este joven descarriado, que cometió tantos pecados, llegó a convertirse en el gran san Agustín?
Muy sencillo, por las oraciones de su madre, que nunca dejo de orar y pedir a Dios por él y su conversión.
Ella persistió en su oración sin rendirse, ni flaquear, sin dudar. Sabía que tarde o temprano Dios la escucharía. Y así fue.
Se cuenta que un obispo le dijo estas famosas palabras que han trascendido en el tiempo: “No se perderá el hijo de tantas lágrimas”.
Leí que muchas mujeres en nuestros días, se encomiendan a santa Mónica, patrona de las madres, y le piden que las ayude en la conversión de sus hijos y esposos, con resultados asombrosos.
Hazlo, confía en Dios y persevera en tu oración. Nunca dejes de rezar. Y veras grandes milagros en tu vida.
No te preocupes, al final, todo saldrá bien.
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