Patrón de la juventud cristiana, es modelo para los jóvenes por su determinación en ser fiel a su vocación pese a que su familia se oponía
San Luis Gonzaga nació el 9 de marzo de 1568 en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardía. Era el primogénito de Ferrante, marqués de Chatillon de Stivières, y de su esposa Marta Tana Santena, dama de honor de la reina en la corte de Felipe II de España, donde el marqués también ocupaba un alto cargo.
La madre, que casi murió en el parto, había consagrado a su hijo a la Virgen mientras que el padre solo pensaba en darle carrera militar. Lo llevó a un campamento de soldados varios meses y el pequeño volvió a su casa blasfemando (repetía lo que oía a los mayores). Un sacerdote le explicó que eso era ofensa a Dios y el niño se arrepintió y nunca más volvió a hacerlo.
Siempre fue muy piadoso. Rezaba las oraciones de la mañana y de la noche, y desde los 7 años recitó de rodillas el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones.
Su director espiritual, san Roberto Belarmino, y otros tres confesores, manifestaron que nunca cometió un pecado mortal.
«Yo sé el que Dios escogerá»
En 1577 su padre lo llevó a Florencia para que él y su hermano aprendiesen el latín y el dialecto de la Toscana.
Su madre dijo un día: “Si Dios se dignase escoger a uno de vosotros para su servicio, ¡qué dichosa sería yo!”. Luis le respondió al oído: “Yo seré el que Dios escogerá”.
A los 9 años hizo voto de virginidad. Después hizo una confesión general, que él llamó «su conversión».
A los doce años recibió la Primera Comunión de manos del obispo san Carlos Borromeo, quien estaba sorprendido de tanta santidad en un niño que vivíaen el ambiente de la corte, lleno de vicios.
Dos años después de instalarse en Florencia, su padre fue nombrado gobernador de Montserrat.
Esto hizo que enviara a la esposa y a los hijos a la corte del duque de Mantua. En el viaje, al atravesar el río Tessin estuvieron a punto de morir porque la carroza quedó destrozada con una inesperada subida de las aguas. Sin embargo, pudieron agarrarse a un tronco y un campesino los socorrió.
Luis sufrió después una enfermedad renal, que le permitió apartarse de la vida social de la corte sin llamar la atención. Así podía rezar y leer vidas de santos. Pero ya desde entonces su salud fue algo delicada y le costaba digerir bien los alimentos.
Penitente en un ambiente mundano
Aunque estaba en la corte, comenzó a vivir grandes penitencias: ayunaba tres días a la semana, se azotaba con la correa de su perro, se levantaba a medianoche para rezar, no encendía la chimenea de su habitación… y tenía intención de renunciar a su derecho a heredar el título de marqués de Castiglione en favor de su hermano.
Luis Gonzaga fue designado paje de don Diego, príncipe de Asturias, junto con su hermano.
De nuevo mostró que seguía siendo fiel a la llamada de Dios y no dejó de hacer una hora de oración diaria.
El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó una voz que le decía: “Luis, ingresa en la Compañía de Jesús”.
Lo comunicó a su madre y esta se alegró. Sin embargo, su padre se opuso fuertemente y creyó que esa decisión del hijo formaba parte de una conjura contra él. Finalmente accedió.
Negativa de su padre y su familia
El infante don Diego falleció inesperadamente y Luis y su hermano Rodolfo pudieron regresar a Castiglione en julio de 1854.
De nuevo su padre, Ferrante, le ordenó tareas y viajes esperando que el hijo olvidara así la idea de hacerse jesuita. También su familia se oponía a su vocación.
Pero san Luis Gonzaga no se desvió y todas estas dificultades hicieron que él libremente decidiera con más fuerza entregarse a Dios.
Al final, Ferrante -que ya había recibido el consentimiento del emperador para que su sucesor fuera su hijo Rodolfo- dio su brazo a torcer. Escribió al general de los jesuitas, el padre Claudio Aquaviva:
“Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas».
«Este es mi descanso para siempre»
Así, Luis fue a Roma y el 25 de noviembre de 1585 ingresó en el noviciado de Sant’Andrea. Acababa de cumplir 18 años. Al llegar a su celda, dijo:
«Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado».
En esta fase de su vida, le desaparecieron los consuelos humanos: no sentía alegría espiritual en lo que hacía.
En cuanto a Ferrante, el ejemplo de su hijo hizo que se convirtiera. Murió 6 semanas después de marchar Luis, pero llevando una vida totalmente distinta.
Luis fue un novicio ejemplar, que obedecía a lo que se le decía: no tenía que excederse en los ayunos ni rezar fuera de las horas fijadas.
Fue trasladado a Milán debido a su precaria salud y un día recibió una revelación de que pronto moriría. Mientras, seguía entrando a menudo en éxtasis.
Los jesuitas abrieron un hospital en la ciudad y Luis se encargó primero de mendigar alimentos para los enfermos. Luego pasó a cuidar moribundos.
Estuvo enfermo algunos meses y cada vez su salud era más precaria. De nuevo, en otra revelación Dios le dio a entender que moriría en la Octava de Corpus. Se preparó entonces rezando a diario el Te Deum en acción de gracias.
Al octavo día, cuando todos creían que se había recuperado, murió. Era la noche del 20 al 21 de junio de 1591 y tenía 23 años.
Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la iglesia de San Ignacio, en Roma.
Su fiesta se celebra el 21 de junio.
Santo patrón
El papa Benedicto XIII nombró a san Luis Gonzaga protector de los estudiantes jóvenes y el papa Pío XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana.
Oración para pedir la pureza
Inocentísimo Luis, que por especial gracia de Dios y con el auxilio de la Inmaculada Virgen María estuviste siempre libre, no solo de toda culpa grave, sino aún de las tentaciones contra la pureza, humildísimamente te ruego que me alcances del Purísimo Corazón de Jesús, que todo lo padeció menos ser calumniado contra esta virtud, y de su excelsa Madre, la Virgen Purísima e Inmaculada, la gracia de resistir siempre al punto cualquier pensamiento impuro, y de morir mil veces antes que manchar mi alma con un pecado grave. Amén.
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