Louis, enormísimo cronopio.
Por Julio Cortázar
“Este texto es una crónica bastante cronopiesca de un concierto que le escuché a Louis Armstrong el 9 de noviembre de 1952 y se llama Louis, enormísimo cronopio“
Parece que el pajarito mandón –más conocido por “Dios”– sopló en el flanco del primer hombre para animarlo y darle espíritu. Si en vez del pajarito hubiera estado ahí Louis para soplar, el hombre habría salido mucho mejor. La cronología, la historia y demás concatenaciones son una inmensa desgracia. Un mundo que hubiera empezado por Picasso, en vez de acabar por él, sería un mundo exclusivamente para cronopios, y en todas las esquinas los cronopios bailarían tregua y bailarían catala, y subido al farol del alumbrado Louis soplaría durante horas haciendo caer del cielo grandísimos pedazos de estrellas de almíbar y frambuesa, para que comieran los niños y los perros.
Son cosas que uno piensa cuando está embutido en una platea del teatro de Champs Elysées y Louis va a salir de un momento a otro; pues esta tarde se descolgó en París como un ángel; es decir, que vino en Air France y uno se imagina el inmenso lío en la cabina del avión, con numerosos famas provistos de carteras llenas de documentos y presupuestos, y Louis entre ellos muerto de risa, mostrando con el dedo los paisajes que los famas prefieren no mirar porque les viene el vómito, pobres. Y Louis comiendo un hot-dog que la chica del avión le ha traído para darle gusto, y porque si no se lo trae Louis la va a correr por todo el aeroplano hasta conseguir que la chica le fabrique un hot-dog. A todo esto llegan a París y abajo están los periodistas, por eso ahora tengo la foto de France-Soir y Louis ahí rodeado de caras blancas; y sin ningún prejuicio, realmente yo creo que en esa foto su cara es la única cara humana entre tantas caras de reporteros.
Louis Armstrong
Ahora, vea usted cómo son las cosas en este teatro. En este teatro, donde una vez el grandísimo cronopio Nijinsky descubrió que en el aire hay columpios secretos y escaleras que llevan a la alegría. Dentro de un minuto va a salir Louis y va a empezar el fin del mundo. Por supuesto Louis no tiene la más pequeña idea de que en el lugar donde planta sus zapatones amarillos se posaron una vez los escarpines de Nijinsky, pero precisamente lo bueno de los cronopios está en que nunca se preocupan de lo que pasó alguna vez o si ese señor en el palco es el príncipe de Gales. A Nijinsky tampoco le hubiera importado nada saber que Louis tocaría la trompeta en su teatro. Esas cosas quedan para los famas y también para las esperanzas, que se ocupan de recoger las crónicas, establecer las fechas y encuadernarlo todo con tafilete y lomo de tela. Esta noche, el teatro está copiosamente invadido por cronopios que no contentos con desbordarse por la sala y trepar hasta las lámparas, invaden el escenario y se tiran por el suelo, se apelotonan en todos los espacios –disponibles o no disponibles– con inmensa indignación de los acomodadores que ayer nomás, en el concierto de flauta y arpa, tenían un público tan bien educado que era un placer; aparte de que estos cronopios no dan mucha propina y siempre que pueden se ubican por su cuenta y no le hacen caso al acomodador. Como los acomodadores son en general esperanzas, se deprimen sensiblemente ante esta conducta de los cronopios, y con suspiros profundos encienden y apagan sus linternas, que en las esperanzas es una señal de gran melancolía. Otra cosa que hacen inmediatamente los cronopios es ponerse a silbar y a gritar en forma sobresaliente, reclamando a Louis, que muerto de risa los hace esperar una rato nada más que para divertirse, de modo que la sala del teatro de Champs Elysées se balancea como un hongo mientras los cronopios entusiasmados llaman a Louis y multitud de aeroplanos de papel vuelan por todos lados y se meten en los ojos y los cuellos de los famas y esperanzas que se retuercen indignados, y también de cronopios que se levantan enfurecidos, agarran el aeroplano y lo devuelven con terrible fuerza, gracias a lo cual las cosas van de mal en peor en el teatro des Champs Elysées.
Ahora sale un señor que va a decir unas palabras en el micrófono, pero como el público está esperando a Louis y este señor viene a ponerse en el camino, los cronopios están furiosísimos y lo increpan de manera vehemente, tapando por completo el discurso del señor a quien se ve solamente abrir y cerrar la boca, con lo cual se parece de manera extraordinaria a un pescado en una pecera. Como Louis es un enormísimo cronopio, le da lástima el discurso perdido y de golpe aparece por una puertecita lateral. Y lo primero que se ve de él, es su gran pañuelo blanco, un pañuelo que flota en el aire; y detrás, un chorro de oro también flotando en el aire y es la trompeta de Louis; y detrás, saliendo de la oscuridad de la puerta, la otra oscuridad llena de luz de Louis que avanza por el escenario; y se acabó el mundo y lo que viene ahora es total y definitivamente la caída de la estantería y el final del cariyú.
Detrás de Louis vienen los chicos de la orquesta, y ahí está Trummy Young que toca el trombón como si sostuviera en los brazos una mujer desnuda y de miel, y Arvell Shaw que toca el contrabajo como si sostuviera en los brazos una mujer desnuda y de sombra, y Cozy Cole que se cierne sobre la batería como el marqués de Sade sobre los traseros de ocho mujeres desnudas y fustigadas, y luego vienen otros dos músicos de cuyos nombres no quiero acordarme y que están ahí yo creo por un error del empresario o porque Louis los encontró debajo del Pont Neuf y les vio cara de hambre, y además uno de ellos se llama Napoleón y eso es un argumento irresistible para un cronopio tan enormísimo como Louis.
Louis al frente y detrás, Trummy Young
Para esto ya se ha desencadenado el apocalipsis, porque Louis no hace más que levantar su espada de oro, y la primera frase de When it’s sleepy time down South cae sobre la gente como una caricia de leopardo. De la trompeta de Louis la música sale como las cintas habladas de las bocas de los santos primitivos, en el aire se dibuja su caliente escritura amarilla, y detrás de esa primera señal se desencadena Muskat Ramble y nosotros en las plateas nos agarramos todo lo que tenemos agarrable, y además lo de los vecinos, con lo cual la sala parece una vasta sociedad de pulpos enloquecidos y en el medio está Louis con los ojos en blanco detrás de su trompeta, con su pañuelo flotando en una continua despedida de algo que no se sabe lo que es, como si Louis necesitara decirle todo el tiempo adiós a esa música que crea y que se deshace en el instante, como si supiera el precio terrible de esa maravillosa libertad que es la suya. Por supuesto que a cada coro, cuando Louis riza el rizo de su última frase y la cinta de oro se corta como con una tijera fulgurante, los cronopios del escenario saltan varios metros en todas direcciones, mientras los cronopios de la sala se agitan entusiasmados en sus plateas, y los famas llegados al concierto por error o porque había que ir o porque cuesta caro, se miran entre ellos con un aire estudiadamente amable, pero naturalmente no han entendido nada, les duele la cabeza de manera horrorosa, y en general quisieran estar en sus casas escuchando la buena música recomendad y explicada por los buenos locutores, o en cualquier parte a varios kilómetros del teatro des Champs Elysées.
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