Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer. 1810. Francisco Goya. |
Hilda Bastian trabaja mano a mano con la investigación, evalúa la fuerza de la evidencia científica. Durante un periodo, fue editora del proyecto PubMed Health en la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos. Además de acuciosa investigadora, es escritora y le interesan temas asociados a las ciencias de la salud.
A mitad de la noche, en Australia donde nació, recibió una llamada telefónica: había muerto su hijo. En el texto que escribe para la revista The Atlantic1 deja testimonio de la conmoción: “Me pregunté cómo incluso podría seguir respirando a través del dolor… Tenía 38 años, y más de seis pies de alto, pero aun seguía siendo mi bebe”.
Hay algo en su relato que, por segundos, quita el aliento. En lenguaje sencillo, cuenta como, en sus primeros años de vida, estuvo obsesionada con su supervivencia y luego, semanas después de su muerte, volvió la misma imagen a ella, pero “retorcida”. “Un gemido horrible y primordial, desgarrado, desde lo más profundo de mis pulmones, me dejó acurrucada sobre el fregadero de la cocina”. Y ese lamento, solo lo había escuchado dos veces, en un animal, y en un amigo que había perdido su hijo de doce años.
Las palabras de la Dra. Bastian sin proponérselo, respaldan la reflexión: el duelo vincula lo humano a lo animal (no es inusual que, los instintos básicos se afecten), un instinto ancestral lo habita. En ese instante, vida y muerte se dan la mano en el terreno de la existencia, establecen un diálogo donde se siente el murmullo de la propia muerte. La imaginación de lo eterno, su posibilidad, la creencia en el más allá, su culto, el ritual, germinan ahí.
El desconsuelo no es igual en ningún caso, ni se puede medir por intensidad de síntomas. La edad, la enfermedad, la creencia mágica de que la persona puede mejorar con algún conjuro, llevar al límite los tratamientos médicos; o el deseo de que los familiares dejen de sufrir, no libera del luto: “Es parte del tejido de la vida. Siempre se está esperando que suceda. El amor hace que los recuerdos y la vida sean preciosos; el dolor que nos llega es proporcional a ese amor y es ineludible”2
¿Es un proceso el duelo?
Cada quien vive la misteriosa experiencia del duelo de distinta manera. Algunos comentan que, al principio el llanto fue inmediato, corto –se culpabilizan por eso–. Asuntos varios luego del fallecimiento del familiar, lo puso en pausa. Al tiempo, distraído en el automóvil, una calle reconocida de improviso, la terraza de un café, la memoria de una conversación, se cae en cuenta: el duelo reaparece.
Otros manifiestan que ha constituido un vaivén de emociones, dolor y tristeza mezclados con alegrías. Mientras, el funcionamiento en la vida diaria no ha mermado, la pesadumbre está presente en cada instante. He escuchado a personas confesar que han sentido más dolor por la muerte de su perro, que por la de un familiar cercano. Para otros, el duelo ha sido un antes y un después, la vida les dejó de suceder. Quienes más inquietan son aquellos que “parecen” inmunes al duelo.
Por referencia, conocimos el caso de una familia que perdió a sus dos hijos pequeños ahogados en un río. El padre no pudo recuperarse, la depresión lo inhibió. En el período de mayor escasez de alimentos en Venezuela, le dijo a su esposa que iría a un país del sur, buscaría trabajo, luego se reunirían. Dejó a los otros hijos, tenía sesenta años.
Cruzó el desierto de Atacama a pie (el más árido del mundo), la comida y el agua que tenía para el trayecto eran escasas, la última persona que supo de él fue un familiar en Perú, quien le dio dinero para el camino. Dos años después se tuvo noticias. Tenía otra vida: otra esposa, un hijo recién nacido y trabajo. Fue la forma que encontró para convivir con el duelo.
Sin alivio
¿Qué se siente?, ¿Qué experiencias diversas mitigan o incrementan su intensidad? Oler el perfume del difunto en determinadas circunstancias, la sensación de que el fallecido acompaña y protege en cualquier momento, la voz que queda grabada en los mensajes del celular, son vivencias que se relatan.
Algunas de estas experiencias pueden deberse a la alteración de la sensopercepción o a la acción de creencias religiosas. Sin embargo, este tipo de narrativa tiene efecto algodonoso en las manifestaciones emocionales del dolor. El asunto es que “Nunca podemos decir de antemano por quien sentiremos duelo”2.
Es inevitable que, en algún momento de la vida, esa inmensa sensación de vacío se extienda como una nube que avanza invadiendo el alma, hundiendo a quien la padece en la atmósfera de una ausencia, repleta de sensaciones, memorias, nostalgias, resentimientos, los cuales se instalan en la psique, y con los cuales se tiene que convivir.
La ausencia es para siempre. El duelo permanece mientras se vive. Lo que cambia es cómo se cohabita con la pérdida, y cómo la vida va ganando espacio.
El duelo se extiende a la pérdida de alguien o algo muy apreciado, ser humano o animal; pérdida de situación afectiva o económica: matrimonio, relación de amantes, trabajo, bienes materiales, o una migración. Sin embargo, desde el punto de vista clínico, nos referimos al duelo que ocurre cuando fallece una persona con quien nos unía un vínculo emocional.
La Dra. Bastian encontró un camino para lidiar con su duelo. Indagó en el conocimiento científico la forma de mitigar el abatimiento, analizando exhaustivamente las evidencias. Para cuando publica el texto en la revista, halló aproximadamente 10.000 referencias sobre el tema en los últimos 10 años: “Los encontré plagados de estudios pequeños y problemáticos, con resultados poco fiables”.
La Dra. Kübler-Ross y las cinco etapas del duelo.
Al ser una emoción compleja, la Dra. Bastian en su indagación halló contradicciones. El modelo de las cinco etapas del duelo –negación, rabia, negociación, depresión y aceptación–, teoría desarrollada por la psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross, según su investigación, no fue producto de la data. La publicación de las etapas del duelo vio luz en 1969, su estructura teórica estaba dirigida a la persona que inevitablemente iba morir, a la aceptación del hecho. En la revisión que se hizo en 1974, el esquema fue adjudicado a su vez a los familiares.
Aunque es probable que las etapas del duelo hayan sido producto de la observación subjetiva de la Dra. Kübler-Ross, las mismas pueden suceder. Todo aquel que como familiar o allegado haya transitado la vivencia, las puede padecer, las observa en el moribundo y las puede identificar (si tiene conocimiento de ellas) en sí mismo. Sin embargo, un observador acucioso sabe que no se experimentan de forma progresiva, y es poco probable que el duelo culmine en orden estricto con la aceptación. Para el familiar, la ausencia de alguien querido es permanente. Su vacío no se llena. Quizá el estado emocional que se ajuste sea de resignación.
Es posible que tampoco exista un duelo resuelto al trascender la última etapa: “Sabía que la gente podía encontrar una manera de llevar una tristeza infinita y aún así tener una vida alegre”1. Las memorias vivas de la ausencia de alguien querido, no impide la vida, la persona coexiste con la ausencia.
La investigadora refiere que encontró una “mezcla heterogénea” de estudios capaces de ajustarse “a cualquier narrativa incluso cuando el peso de la evidencia apunta de otra manera”. Y sentencia: “Las teorías basadas en los datos más endebles, o en ninguno en absoluto, han dado forma a la manera en que la gente piensa sobre su propio duelo y el de los demás”. La referencia al comité del Instituto de Medicina (US)3, aconseja no llamar etapas al proceso del duelo, pues se podría incurrir en conductas inapropiadas, en cuanto a dónde se encuentran los que lo padecen y dónde deberían estar. A su vez, según su observación en torno a las publicaciones, “la mayoría de las personas no experimentan depresión”4 (depresión clínica) y si la padecen, están más cerca de un sufrimiento a largo plazo que de la aceptación.
Entre los comentarios de la Dra. Bastian, hay uno que produce inquietud, y a nuestro modo de ver, es de los más significativos. Se refiere a las características más comunes y permanentes del duelo que (según la investigadora) ninguna de las etapas originales del duelo de la Dra. Kübler-Ross parece retratar: “el anhelo (o nostalgia) por la persona perdida”.
La experiencia del duelo, es subjetiva. Cada persona narra acontecimientos distintos en torno al dolor. El anhelo, la nostalgia son fuente de imaginación; los eventos de comunicación con el más allá, los sueños, los cuentos de fantasmas, los de terror, y muchas creencias paganas y religiosas, germinan a partir de esa emoción.
¿Que se hace ante el fallecimiento?
En el texto, la Dra. Bastian tiene preocupaciones legítimas: “¿Las urnas abiertas en el funeral ayudan a las personas más que traumatizarlas? ¿Es diferente el dolor después de muertes repentinas e inesperadas (como las de su hijo), del duelo por pérdidas con semanas o meses de advertencia? ¿Podría haber sufrido más o menos, si hubiera hecho mi duelo de manera diferente? ¿Qué pueden hacer las comunidades para reducir el duelo severo y prolongado?”
Cuando se está en duelo se habita una emoción indescifrable. Cada persona echa mano de sus propios recursos, únicos a cada quien. Inquieta cuando aparece, qué lo amaina. Qué relación establecemos con él es quizá la pregunta con más sentido.
Imposible contestar algunas de las interrogantes de la Dra. Bastian. Hay sugerencias para aliviar el duelo que son radicales y pudieran hallar resistencia en quien lo padece. Desaparecer ropa, fotos, objetos que pertenecen al difunto puede ser útil; sin embargo, ¿cómo se desaparece la memoria?
Si el duelo adquiere dimensiones patológicas transformándose en depresión mayor, las aproximaciones conductuales en torno a qué se debe hacer, la psicoterapia, la farmacoterapia apoyan la recuperación. El duelo como emoción es en profundidad íntimo y privado; sin embargo, el afecto de la comunidad a la cual se pertenece, es ancla de la contención.
La escena del duelo
La cámara lenta enfoca ráfagas de recuerdos, giran y se agitan hojas resecas en la memoria, soplan la niebla arremolinada de los ojos, se siente la tierra respirar. El paneo de cámara es suave, las palabras son una voz en off, pierden significado, dejan de comunicar, parece una grabación enlentecida: “Gracias por venir… Sí, lo siento… Mi sentido pésame, etc.… Puede ser el sentimiento que tenga una persona ante la muerte de alguien a quien quiere. El duelo corre su curso, quien lo padece está ausente, apartado. La epifanía de la existencia del inframundo pareciera cobrar vida. Por escaso tiempo nos enteramos de la eternidad. Es una experiencia que viene de abajo, de las sombras de la tierra.
Para las religiones del medio oriente, el final del ritual de un difunto es la tierra, lugar donde será colocado, hasta el día del juicio final. En la cremación, aunque se esparzan las cenizas en algún lugar escogido por el difunto, otros dolientes prefieren enterrarlas. Los muertos bajo tierra pertenecen a un ritual ancestral.
Esconder la muerte, intentar disipar su presencia, hablar desde el otro lado del duelo, pretender que imaginariamente se puede saber lo que es, que mientras se pueda evitar más sano se está, coloca a la psique en unilateralidad.
El duelo tiene un significado ritual para la vida, aunque ninguna persona en integridad de sus capacidades cognitivas estaría dispuesta a vivir uno. Todos preferiríamos el amor eterno, que alguna vivencia de felicidad fuera atemporal, que una carrera profesional satisfactoria durara para siempre, que quienes nos acompañan y quieren bien fueran perpetuos. Hades aparece. Su rapto conduce a ese mundo habitado sólo por imágenes, memorias y recuerdos que han perdido su encarnación. Los ojos que ayer miraban, ahora pertenecen a una dimensión desconocida. Eso no se escoge, sucede.
Del otro lado de lo que no se ve habita lo oculto, la otra mitad, el fragmento que falta, que el ser humano sólo puede imaginar. Y sus representantes aparecen en sueños, en reflejos de sombras, o a veces con inquietud. Se espera recibir sus mensajes desde el más allá.
Plutón-Hades, es el dios de la riqueza. Es curioso, lo puede ser de la riqueza material, pero esa es más azarosa. Nos referimos a la riqueza en profundidad que adquieren las emociones en el ámbito donde reina Hades: enterarse del fondo de las cosas, sus dos lados, el de arriba y el de abajo, caer en cuenta de que, aunque se esté sobre la superficie de la tierra, el alma rastrea lo insondable. Es el momento en que las emociones adquieren su aspecto integro, indispensable, el que nos hace humanos.
Durante los duelos, la muerte deja de ser literal. La psique se entrena en bajar y subir del inframundo, arrastrando imágenes halladas allí, revivificándose cada vez. Ahí reside la inmortalidad del alma. Como Perséfone. Cuando regresa, los campos florecen y las siembras cobran vida. Esta analogía tiene su reflejo en la resurrección.
En las tradiciones occidentales la muerte no es bienvenida. Se hacen conjuros, para que doble la esquina mientras intentamos ser invisibles. “La mitología griega muestra la perspectiva plenamente psicológica de Hades afirmando que carece de templos en la superficie de la tierra y que no recibe libaciones”5. Sin embargo, cuando por destino ocurre el fin que a todos es deparado, los rituales son necesarios a la psique del que queda aun con existencia.
En el himno homérico a Deméter hay una advertencia, se relaciona con los misterios Eleusinos: “Bendito entre los hombres sobre la tierra es el que ha visto estas cosas; pero el que no es iniciado en los ritos y no tiene parte en ellos, nunca tiene una suerte igual en el frío lugar de la oscuridad”.
De los ritos eleusinos no se sabe nada. Eran secretos, pero esta frase deja una imagen: la oscuridad está sobre la tierra cuando las emociones pierden su profundidad, y el ser humano deja de serlo sin que parezca que no lo es.
V.S. Naipaul tuvo que escribir un hermoso texto en torno a la muerte de su gato y así digerir la muerte de su padre y de su hermano, de quien no era cercano; sin embargo, la muerte de ese hermano le produjo un duelo marcado con una profunda tristeza.
La Dra Bastian se concentró en la investigación y escribió un texto conmovedor. Intentó mitigar su pesadumbre sin dejar de estar apegada a la evidencia de su indagación. Cortó flores de su jardín para el funeral de su hijo, la belleza efímera de la vida, sin embargo, belleza. Belleza al fin.
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