Si se siente abrumado hoy, pase algún tiempo con su Padre celestial para encontrar serenidad.
Piense en la última vez que usted entró a una sala de juegos o a un parque temático. ¿Cómo fue la experiencia? Probablemente mil cosas compitieron por su atención, entre ellas las luces brillantes, la música y los pasillos abarrotados. Con toda probabilidad, era difícil concentrarse (e imposible tener una conversación).
A veces, la vida cotidiana también puede sentirse así: hay demasiada información y poco tiempo para procesar todo lo que está sucediendo. ¡No es de extrañar que nos resulte difícil escuchar el “silbo apacible y delicado del Señor” (1 R 19.12)! El Señor Jesús enfrentó este mismo problema, y por eso se aseguraba de alejarse y pasar tiempo con su Padre (Mr 1.35).
El Salmo 46.10 nos llama a la quietud: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios”. Para disfrutar de esta paz interior continua, debemos hacer pausas periódicas en todo y dejar que nuestra alma se dé cuenta de la presencia del Espíritu Santo. En la lectura de hoy, David describió eso como un “niño destetado” en perfecto descanso en los brazos de su madre.
Bajar el ritmo puede ser difícil, pero experimentar la serenidad y el descanso que Dios proporciona es un regalo que vale la pena buscar.
Biblia en un año: Romanos 14-16
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