Dios da la bienvenida y promete ayudar a quienes le traen su dolor.
Un lamento es una expresión de tristeza o queja. Alrededor de un tercio de los salmos entran en esta categoría, lo que nos dice que Dios recibe con agrado este tipo de oraciones. De hecho, son un componente esencial de la comunicación con el Señor, al igual que la alabanza, la adoración, la confesión y la intercesión. Nuestros lamentos pueden estar llenos de dolor, ira y confusión, pero Aquel que nos creó no se sorprende ni se ofende por nuestras palabras y emociones desordenadas y sin ningún filtro.
Muchos eruditos creen que los Salmos 42 y 43 fueron en algún momento un solo cántico. En estos dos capítulos, encontramos lamento intercalado con un estribillo que ocurre tres veces: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal 42.5, 11; Sal 43.5).
Después de un recuento doloroso y real de sus circunstancias, el salmista incluye un estribillo repetido que predica las verdades de Dios a nuestro corazón y nos anima a esperar en Él. Es un recordatorio de que podemos ser sinceros con Dios en cuanto a nuestras circunstancias y de que podemos confiar en Él incluso durante nuestros días más sombríos.
Biblia en un año: GÉNESIS 29-31
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