Lo mejor de la vida se encuentra cuando confiamos por completo en Dios y vivimos rendidos a su voluntad.
Dios nos creó con el anhelo de saber que importamos. También nos diseñó para encontrar la realización de ese deseo por medio de su Hijo.
Depender de Dios es indispensable para tener una vida abundante. Confiar en Él significa darle el control sobre todo: nuestra familia, dinero, emociones y pensamientos. El pasaje de hoy nos advierte en contra de ser sabios a nuestros propios ojos, y que no nos apoyemos en nuestro propio entendimiento (Pr 3.5,7). No podemos conocer todos los hechos ni predecir con certeza cómo responderán los demás. Pero el Señor sí lo sabe. Él lee nuestro corazón y percibe cada pensamiento (1 Cr 28.9). Ningún aspecto de nuestra situación escapa a su atención (Sal 11.4). Es por eso que solo el Señor puede saber con certeza cuál decisión será la mejor.
La vida abundante también implica reconocer a Dios en todo lo que hagamos. Hablar de Él es solo una parte de lo que significa reconocerlo. Como hijos suyos, debemos parecernos a nuestro Padre celestial, en pensamientos, actitudes y acciones.
La vida se vuelve fructífera cuando nos rendimos a Dios y cumplimos su voluntad. Cuando su Espíritu vive a través de nosotros (Ga 2.20), nuestra vida demuestra satisfacción.
Biblia en un año: GÉNESIS 49-50
No hay comentarios:
Publicar un comentario