Viñedo en Toscana, Italia. Fotografía por Charles F. Stanley. |
Cada día puede ser un nuevo comienzo con Cristo; su misericordia está siempre disponible.
Rahab, una prostituta de la nación enemiga de Jericó, tenía fe en que el Señor salvaría a su familia del inminente ataque de los israelitas. No se nos dice por qué decidió proteger a los hombres de Israel y confiar en Dios; tal vez la propia Rahab ni siquiera sabía por qué se arriesgó a desafiar al rey a favor de dos extraños.
Lo que sí sabemos es que al confiar en la protección de Dios, Rahab fue incluida en la historia del pueblo de Dios. El Señor no tuvo en cuenta el pecado de Rahab, sino que perdonó a toda su familia y salvó su historia.
En última instancia, Rahab eligió el camino de Dios por encima de su propia cultura y subsistencia, arriesgando su vida. Cuando su ciudad y sus murallas cayeron, se unió a la familia de Israel y se le dio un nuevo hogar. La fe cambió la trayectoria de su vida, y ella figura como una de las mujeres en la genealogía del Señor Jesucristo.
Del mismo modo, la fe en Dios invita a la renovación y al cambio en nuestra propia vida. No es nuestro pecado lo que el Señor considera en última instancia, sino nuestra fe. La historia de Rahab nos recuerda que no tenemos que ser perfectos para que Dios nos use. No importa lo que hayamos hecho, Él puede restaurar nuestro pasado roto y convertirlo en un futuro lleno de gracia.
Biblia en un año: DEUTERONOMIO 25-27
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