Vista del valle, Parque Nacional de Yosemite, Wawona, California. Fotografía por Charles F. Stanley.
Gracias a que Cristo murió, tenemos vida abundante, amor incondicional y una relación con nuestro Padre celestial.
En el Calvario, Dios manifestó su gracia al mundo entero. La cruz representa la confluencia de su santidad y su amor.
Nuestro Dios santo es perfecto, tanto así que ningún hombre o mujer puede mirarlo y vivir (Ex 33.20). Pero nosotros somos pecadores. Todos nacimos con una naturaleza pecaminosa, lo que nos separó de Dios.
Es importante entender que Dios odia el pecado porque daña a quienes Él ama. Recuerde que Dios es amor (1 Jn 4.8), nos creó para tener una relación con Él y desea que todas las personas pasen la eternidad con Él (2 P 3.9). Sin embargo, sigue estando presente el problema de nuestro pecado.
El Señor no violará su propia naturaleza ni comprometerá su santidad. Por tanto, motivado por su gran amor, hizo un camino para relacionarse con nosotros: puso el pecado de toda la humanidad sobre los hombros de Jesucristo.
El Padre envió a su santo Hijo para que fuera un sacrificio perfecto a favor de nosotros. Jesucristo tomó nuestro pecado y murió en la cruz en nuestro lugar. Cuando confiamos en Él como nuestro Salvador y recibimos su perdón, somos hechos nuevos, santos, perfectos y bienvenidos en la presencia de nuestro Padre celestial.
Biblia en un año: NEHEMÍAS 4-7
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