El Calafate, Patagonia, Argentina. Fotografía por Charles F. Stanley |
Brindar la misericordia de Dios puede ser difícil; pero vivir con ira y resentimiento es peor.
Mostrar misericordia a quienes nos hieren no es algo natural; es más fácil enojarnos con ellos. Pero Dios nos manda a ser misericordiosos (Lc 6.36). Nosotros, que hemos recibido misericordia divina, debemos practicar un estilo de vida de perdón.
Entonces, ¿por qué no lo hacemos? A veces nuestro orgullo se interpone en el camino. Nos enojamos cuando nos faltan el respeto o nos ignoran. Algunos de nosotros hemos sido lastimados gravemente o tratados de una forma injusta. Nuestra mente está tan llena de dolor que nos quedamos atrapados en el pasado y no somos capaces de ver cómo podremos llegar a perdonar.
El rencor puede tener todo tipo de consecuencias no deseadas, incluyendo relaciones rotas, ataduras emocionales e indiferencia hacia el Señor. Cuanto más tiempo nos aferremos a nuestra ira, más afectará ella nuestra comunión, no solo con otras personas, sino también con nuestro Padre celestial.
Nos resulta difícil perdonar a quienes mienten sobre nosotros, nos tratan mal o causan daño a nuestros seres queridos. Aun así, su comportamiento hacia nosotros no es motivo para negarles misericordia. Dios nos llama a perdonar como Él nos perdonó y, con su ayuda, podemos hacerlo.
Biblia en un año: LAMENTACIONES 1-2
No hay comentarios:
Publicar un comentario