La fotografía es nada menos que del maestro inolvidable José Sardá, con quien aprendí mucho de arte y de amistad. Esta es una entrevista poco conocida que le hice a Adriano en 1981. Después de eso o entrevisté muchas veces. Él era mi guía. Me ayudó en la escritura y en la lectura.
ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN
LAS NOVELAS NO CALIFICAN FORZOSAMENTE A UN ESCRITOR
Un hombre de sombrero mojado, con un saco viejo que alguna vez fue verde y brillante, ubicaba -y asomaba- la cara sin afeitar al nivel de las ventanillas de los carros, que apenas avanzaban unos metros por la Solano; bajo el sudor de su rostro había una advertencia desesperada: "no me humille porque soy capaz de matar". La cursilería no hacía mella en el hombre, aun cuando apretaba contra su pecho un paquete de rosas rojas y rosadas, envueltas en periódicos; envueltas en Reagan, el Papa, las inundaciones, y las amarguras emanadas del Fondo Monetario Internacional.
Otro hombre más joven, que estaba vendiendo cajitas de toallas suaves, saltaba poseído por la sonriente frustración que enferma a todos los habitantes de la ciudad. Todos sonríen al borde del crimen, del precipicio, de la desesperación. Es como lo único que recuerdan colectivamente de un curso por correspondencia: hay que sonreír para poder vender.
Ese congestionamiento de tránsito, hizo que Adriano González León entrara con retardo al restaurante, donde ipso facto le informaron que ya no había comida. Eso le pareció sin importancia, se quitó el saco y pidió cualquier cosa que quedase por allí. Le sirvieron un plato frío de espárragos, aceitunas negras y sardinas, que apartó para colocar un ejemplar del libro "Del rayo y de la Lluvia", acabado de salir de la imprenta.
ESCRIBIR SIEMPRE
Del otro lado de la ventana del restaurante, por encima del lomo gris de un Mercedes Benz, se hace visible el hombre que vende rosas sin ofrecerlas. Tiene la vista fija en Adriano, como tratando de recordar dónde ha visto ese rostro rojo, con mandíbula de salamandra, que, sin lentes –acaba de quitárselos- parece desvalido y demasiado tímido.
-¿Qué estás escribiendo ahora? –surge por inercia la pregunta
-Uno siempre está escribiendo un cuento o una novela. Yo pienso que uno es escritor las 24 horas del día, aún sin realizar el fenómeno de la página, es decir, aún sin tapar los blancos... cuando uno mira la ciudad, percibe el ser, aspira y siente un olor, está escribiendo. La escritura, decía Henry Michaux, es reconocerse uno mismo y yo pienso que la escritura es un acto soberano de vida, no un falso profesionalismo para complacer la voracidad de los editores...
El hombre del paquete de rosas tiene la cara pegada al cristal de la ventana y mira detenidamente hacia Adriano, mientras la hilera de carros pasa con lentitud a su espalda.
El escritor enfatiza:
-¿Por qué uno tiene que escribir siempre un libro cada tres meses o cada cuatro años para estar en la actualidad literaria? Uno puede estar en el plano de la actualidad de los silencios... cuando hablo de estas cosas cierta gente pensará que son desplantes de uno, pero yo me arriesgo a asumir mi verdad creadora.
Adriano González León está poseído por una manera de inventar espontáneamente, que brota sin esfuerzo y sin control. A veces se descubre a sí mismo y escribe lo que se le ocurre en un instante. En otras ocasiones todo se queda en una mesa de cualquier lugar.
- Se dice que pierdes tiempo en charlas de café.
- No todos nuestros actos están destinados a la eternidad, puede que su eternidad consista en no durar sino una noche, al lado de los amigos que conversan o a la espera en cualquier aeropuerto de una mujer desconocida –responde.
-Te salió un poema.
-Fundamentalmente uno es poeta: ya Rubén Darío lo decía: " ¿Quién que es no es romántico?".
González León explica que los textos de su nuevo libro, publicados antes en El Nacional, son un esfuerzo del lenguaje por convertir en transcendentes muchos acontecimientos, aparentemente banales.
- Nada de los que se escribe es banal; yo he pensado siempre que no hay límites entre el ejercicio periodístico y el ejercicio académico. Una noticia puede construir un mundo y ser tan importante como "Las mil y una noches".
- Pero este libro "Del rayo y de la Lluvia" no es poesía y no es novela ¿cómo lo calificarías?
-Yo quise hacer y no sé si lo he logrado, un libro que contuviera todas las presencias, un libro donde fundamentalmente las palabras y las asociaciones construyeran el centro del discurso. No me importaron la anécdotas coherentes ni las tramas: ello es propio de los bestsellers y es lo que hace aborrecible aún a las novelas más serias.
El hombre de las rosas entra al restaurante y se recuesta de la puerta para observar mejor a Adriano González León. Una rosa se queda aplastada contra la cerradura de la puerta: parece a punto de gritar, pero el hombre no se da cuenta de ello.
-¿Por qué no has vuelto a publicar novelas?
-Las novelas no califican forzosamente a un escritor. Valery decía que él se negaba rotundamente a escribir "La condesa salió a las cinco y treinta". Bretón se caracteriza por ser anti género por excelencia; sus libros no son poemas, ni relatos, ni ensayos, sino como él mismo decía: "un estallido, un sálvese quien pueda". ¿Y Borges? el más grande escritor vivo de la lengua ¡no ha escrito jamás una novela!.
Adriano González León se exalta por momentos pero se relaja y sonríe cuando surge una pregunta que debería alterarlo:
-Algunos críticos han dicho que usufructúas una novela, que tu nombre vive de una novela.
-Y soy abusivo -dice- Hay alguien como Jorge Manrique que usufructúa 400 años un solo poema... también critican mi vida con amigos en los bares y creo que todo eso ha sido mi más grande enseñanza y mi más grande afecto; cada vez que escribo, cada vez que se me ocurre alguna frase extraña, pienso ¿qué dirán mis amigos de Sabana Grande?
"Yo me nutro del permanente espectáculo que es existir, correr los riegos, provocar, recibir imágenes y transformarlas", susurra recogiendo su saco dispuesto a irse en dirección a la Universidad.
Adriano pasa al lado del hombre que abraza al paquete de rosas y se interpone entre los vehículos que apenas avanzan por la Solano. El vendedor de las toallitas ha rematado su mercancía y va de aquí para allá agitando la única mano que tiene.
El vendedor de las rosas, con un raro desespero en la cara sudorosa, pregunta:
-¿Ese no es un artista de televisión?
Nadie responde, pero él con la boca abierta parece meditar algo, perseguir un frase en el laberinto de su mente, hasta que hace el comentario que tenía en la punta de la lengua:
-Yo creo que ese artista me debe unas rosas desde la otra madrugada... ¿o me las pagó?
El Nacional, 17- 07-1981